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Ver día anteriorMartes 20 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El invencible dogma
L

a ciencia es una aproximación constante a la realidad, como el arte. No hay aquí un conjunto de verdades, sino de hipótesis plausibles que algunas veces resultan falsas. La belleza de la ciencia, como la del arte, es que no llegamos nunca a captar esa realidad, aunque nos acercarnos continuamente a ella. Este pensamiento avanza, a veces con dificultades indecibles, sabiendo que no existe estación de llegada. En veces este pensamiento da saltos espectaculares que llenan de alegría a quienes tienen el privilegio de vivir inmersos en estos procesos. Pero, hasta donde sabemos, la estación de llegada sigue tan lejos como siempre. Así es la existencia humana.

Por el contrario, el dogma es una bárbara limitación, una estructura cerrada con mil manifestaciones. Un residuo heredado del históricamente cercano hombre de Crogmanon y sus descendencias. Una vez enunciado un dogma, ya no hay más que hacer, ya no hay más que investigar, no hay más que aprender. Está a la vista un mundo aún dominado por miles de dogmas, especialmente en temas de gran relevancia humana, como nuestro propio origen existencial. Las respuestas que quizá la mayoría de los humanos se dan a preguntas sobre tales preocupaciones pueden aplastarnos de tristeza o matarnos a carcajadas. Los entes metafísicos son inombrables, incalificables, inclasificables: alma, dios, destino, suerte…

Pero también hay dogmas vilmente simulados, detrás de los cuales se ocultan intereses inmensos de poderes inimaginables. Puede existir la tragedia amarga de un católico genuino, antislamita auténtico (o a la inversa): vive en un dogma y desde ahí descalifica –y puede descalificar hasta la muerte– a otro dogma de índole distinta; o bien puede vivir en su dogma tolerando la existencia de otros dogmas. Pero también existe un embozado anti-islamismo oficial; ejemplo de ese horror lo estamos viviendo ahora. Un dogma de Estado (de varios estados) está impulsando un drama de dimensiones colosales. Es el dogma antislamita hipócrita, arma pura de la dominación de Occidente, irremediablemente por siempre inacabada, sobre el inmensamente multivariado mundo islámico, que casi siempre ha querido ser ridículamente reducido a uno.

Dos o tres terroristas dogmáticos islamitas asesinan cobardemente y con todas los agravantes a ocho dogmáticos prepotentes periodistas franceses del hebdomadario Charlie Hebdo. Los asesinos son muertos por la policía de un Estado que se dice laico y después su presidente, François Hollande, arma el mayor acto político anti-islamita de que se tenga memoria. Lo acompaña una docena de mandatarios solidarios del antislamismo duro de Occidente. Cerca de 4 millones de franceses probablemente auténticos antislamitas prepotentes, que de veras creen ser seres superiores a los islamitas, marchan contra el terrorismo islámico. Viven intensamente el mismo sentimiento expresado nada menos que por la ministra de Justicia de Francia, Christiane Taubira, quien expresó: “En [la civilizada] Francia se puede dibujar todo, incluso un profeta, porque en Francia, el país de Voltaire y de la irreverencia, tenemos el derecho de burlarnos de todas las religiones”.

¿Tienen el derecho?, ¿qué ley les otorga tal derecho, señora ministra de Justicia? Esta repugnante declaración es el dogma oficial de un Estado que se dice (hipócritamente) laico, actuando desde el poder que les otorga ser parte del Occidente dominante en el mundo.

En rotundo contraste, la cabeza de otro gran dogma, el papa Francisco, dijo en Sri Lanka que en un proceso para consolidar la paz todos los miembros de la sociedad deben trabajar juntos y tener voz. Todos deben sentirse libres de expresar sus inquietudes, sus necesidades, sus aspiraciones y sus temores y aceptarse mutuamente, a respetar las legítimas diferencias y aprender a vivir como una única familia. La diversidad ya no se verá como una amenaza, sino como una fuente de enriquecimiento.

Es falso, afirmar que los más de mil millones de personas que comparten la fe musulmana actúan como un bloque homogéneo. El pluralismo, la diversidad, es lo que caracteriza a gentes que viven a decenas de miles de kilómetros, de Senegal a Indonesia, en países dictatoriales como Arabia o los estados del golfo a democracias como Indonesia o –en una apreciable proporción de su población– India. Dividida en multitud de corrientes, escuelas y doctrinas, en el Islam hay desde las posturas ultraconservadoras que consideran que la sharia, ley islámica fija e inmutable tal y como fue formulada en el siglo X, debe ser impuesta a la sociedad por la fuerza, por la supremacía del derecho divino, o aquella que pretende adaptar los preceptos religiosos a las circunstancias del mundo moderno, con los valores de la época contemporánea, en especial con la democracia, el estado de derecho y la tutela de los derechos humanos. Es del todo malintencionado, el cliché tantas veces repetido de identificar el Islam, una religión, con los movimientos políticos que utilizan ésta, en su versión más conservadora, para legitimar la imposición de sus postulados, y que Occidente ha llamado islamismo.

H. C. Patten, comisionado de relaciones externas de la Unión Europea, en el Oxford Centre for Islamic Studies escribió en 2004: Nuestra reciente historia de cámaras de gas y gulags, nuestra herencia cristiana de a veces flagrante, a veces discreto antisemitismo, no nos da derecho a juzgar al mundo islámico como si viviéramos en un plano más alto, como custodios de un conjunto superior de valores morales. Nuestros prejuicios se asientan en roca sólida, mientras nuestros púlpitos están hechos de paja.

La represión del dogmatismo violento debe ejercerse sólo cuando atente contra el Estado laico.