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Aprender a morir

¡Ah, qué Hemingway!

U

no de los mejores escritores estadunidenses del siglo XX es Ernest Hemingway, quien vivió tres años en París, de 1921 a 1924, los que dejaron la huella suficiente para que muchos años después escribiera que París era una fiesta. Confesaba que después de haber tenido la suerte de vivir en esa ciudad, París lo acompañó el resto de su vida.Tenía 22 años y sentía que París era de él, escribe a esta columna Dolores Fernández.

“Así empezó su transitar por la ruta del escritor y de la gloria. La alegría y el entusiasmo lo acompañaban. Disfrutaba socializar, aprender de las personas, de lo bueno y de lo malo de la vida, siempre con una actitud desafiante y alegre, con una avidez innata para almacenar en su mente todo lo que le sirvió para escribir, esa pasión que fue su vida y que empezó a crecer en París.

“Era pobre y feliz, estaba enamorado, había nacido su primer hijo y tenía la vida por delante. Después, después vinieron los horrores que vio en los campos de batalla, los excesos, el alcohol, las drogas, cuatro matrimonios, las difíciles relaciones con los hijos y la pesada carga genética de varias generaciones atrás con problemas emocionales y múltiples suicidios en la familia.

¿Qué hace que un ser humano tan lleno de energía, talento y capacidad de sobra para ser privilegiado, años después decida tomar una escopeta, apuntarse y tirar del gatillo? Ese es el misterio del suicidio. Quizá ni el mismo suicida lo pueda entender. Me parece inexplicable que alguien tan lleno de cualidades un día esté tan vacío como para decidir el final. ¿Usted qué opina?, concluye Dolores.

Contra la idea de Camus de que no hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio, te diría que el problema filosófico es procurar tomarle la medida a la vida, desde su opuesto, el nacimiento, hasta su complemento, la muerte. El suicidio entendido en dos vertientes que nada tienen que ver con el éxito o el fracaso, la abundancia o las carencias, sino con genética y sicología, y con una dotación de herramientas personales desarrolladas para relativizar o absolutizar los azares de la existencia, tan absurda o tan lógica como podamos o queramos verla. Me entero de la autoliberación ¿libre u obligada? de la pareja de un amigo. Lo siento más por él que por ella, que ya develó el misterio.