Opinión
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Una telefonista visionaria
E

n La Jornada de ayer se publicó en la primera plana con grandes caracteres haberse descubierto en Iguala, Guerrero, fosas clandestinas en las que había restos humanos, de los cuales no podrá establecerse con exactitud su número y origen, así como sus nombres y apellidos, hasta que por su ADN que se haga a cada uno sea posible ya entonces determinar con exactitud la identidad y el tiempo que llevan en esa fosa y así poder saber si corresponden a los estudiantes desaparecidos en el conflicto de la normal rural de Ayotzinapa.

Hasta ahora no es posible ni absolver ni acusar al gobernador ni a las autoridades del estado que de suyo es conocido como bravío. Ahora que, habiendo conocido al gobernante como compañero en la 54 Legislatura, diré francamente que no tengo la impresión de que fuera capaz de cometer una salvajada como esa. No soy lo suficientemente amigo cercano de él como para que la telefonista que recibe las llamadas me comunique con él, puesto que en uno o en dos intentos para felicitarlo y prevenirlo de los incidentes como éste al que pudiera verse envuelto a su juicio en una valoración muy personal, no fui. Ahora como relato en esta ocasión para que el lector pueda valorar la imparcialidad del oficio que expongo en este artículo, pues no tengo ningún lazo ni siquiera telefónico gracias a la telefonista a la que me refiero –ni siquiera sé su nombre–, entonces diré afortunadamente, sin embargo, lo que en este artículo defiendo es la suficiencia y la del juicio todavía en estos momentos imposible de hacer con la legitimidad necesaria para poder acusar gravemente, como se hará sin duda, de modo absolutorio o condenatorio tan pronto como se disponga de los datos que la criminalística científica determine.

La biografía de cada quien es un ingrediente también para poder asumir necesariamente una posición frente a una situación tan grave como ésta, en la que se ve frente a la opinión pública del país y aun internacionalmente, puesto que la información pareciera corresponder a un parte de guerra, que se produce sin ser por cierto el único inadmisible de la situación social y política en el estado de Guerrero.

Se acusa también al gobierno guerrerense de daños a comercios donde se lava dinero, como una hipótesis que pudo haber sido un factor de cargo al juicio de quien resulte en su oportunidad responsable del ataque a los estudiantes.

Ya que se menciona también este factor y se incluye en el análisis de lo que sí es posible tomar en consideración hasta esta momento. El caso es de suma gravedad y tiene la apariencia de un parte de guerra, como los que provienen de Irak o Medio Oriente. Yo estuve recorriendo todo Israel, desde la frontera con Siria en el Golán, y todavía había cartuchos de ametralladora calientes en el piso de los búnkers hasta Beersheva en el sur, está desde entonces ubicado el Instituto de Investigaciones del Desierto, lugar en que encontramos incluso cactos y nopales mexicanos compitiendo con otras plantas provenientes de otras zonas desérticas o semidesérticas de diferentes partes del mundo.

Se le llamó en la prensa internacional la guerra de los seis días, y desde luego tengo la impresión actualmente de que no hubo allí tantos muertos como los que se han generado en Guerrero durante el gobierno de Ángel Aguirre y muy justificadamente será publicitado en todo el mundo como conflicto en que los contendientes en todo caso serán configurados como ¡el pueblo guerrerense y su gobierno! Lo menos que se puede decir, pues, es que es una antinomia entre el pueblo y gobierno, el cual se supone electo por aquél.

Los gobernantes y el pueblo que ahora se encuentra en las fosas clandestinas, aquellos parezcan estar enterados de su existencia. Lo cual sería de lo menos que se podría acusar al gobierno: de omiso y desinformado de una barbarie que destaca cometiendo en el territorio en el que debiera, siendo supuestamente democrático, evitar este tipo de acciones criminales colectivas por delincuentes armados capaces de enfrentarse a más de 40 ciudadanos naturales en las cercanías de la capital, el que define el territorio en el que deben guardar teóricamente la aplicación de la idea de la justicia, como dice Amartya Sen en su extraordinario libro La idea de la justicia. “En el pequeño mundo en el cual los niños tienen su existencia –dice Pip en Grandes esperanzas, de Charles Dickens– no hay nada que se perciba y se sienta con tanta agudeza como la injusticia”. Espero que Pip tenga razón para su humillante encuentro con Estella; él juega de manera vívida la corrección violenta y caprichosa que sufrió cuando era niño a manos de su propia hermana, pero la fuerte percepción de la injusticia manifiesta se aplica también entre los adultos. Lo que nos mueve con razón suficiente no es la percepción de que mundo no es justo de todo, lo cual pocos esperamos, sino que hay injusticias claramente remediables en nuestro entorno que quisiéramos suprimir.

La identificación es la injusticia muy probablemente reparable, no sólo nos mueve a pensar en la justicia y la injusticia también.

Ya la telefonista que me descalificó como amigo del gobernador dio en ese instante por terminada la amistad que hizo el secretario de la Gran Comisión y coordinador del sector popular de los representantes de la Nación acreditados en esa Legislatura, pero eso es un daño verdaderamente insignificante para mí; quién sabe para él, sujeto actualmente a un juicio popular del que, a mi parecer, será muy difícil que salga bien librado.