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A la mitad del foro

México, sin bancos y sin bancas

L

os dirigentes nativos de la banca que fuera mexicana celebraron la concentración del pasmo en el mismo escenario en que los secretarios de Hacienda solían rendir cuentas a los representantes del poder financiero sobre el estado de la economía, de las cuentas públicas y de las reservas en oro, que todavía invitaba Antonio Ortiz Mena a visitar en los sótanos de la banca central. El milagro mexicano, decían los publicistas del desarrollo estabilizador, antecesores de los que hoy hablan del momento mexicano, en inglés y con mayúsculas: The Mexican Moment.

Ah, la figura emblemática de Agustín Carstens. La densa solidez de una economía empantanada, que solamente se mueve en los ajustes a las previsiones de crecimiento del PIB: hacia abajo, hacia el borde del abismo, hacia el encuentro con la locura europea que desnuda a Francois Hollande: un socialista que designa un gobierno de derecha. No digo extrema derecha porque de eso ya se encargó Marine Le Pen en las elecciones municipales. Y en Acapulco predica Luis Videgaray, el de la reforma hacendaria con suaves tintes de impuestos progresivos y el sometimiento a la balanza inclinada en favor de los que más tienen y cada vez tendrán más. No habrá crecimiento económico suficiente para aspirar a crear unos cientos de miles de empleos y, con un poco de suerte, incorporar a la economía formal a unos cuantos de los millones de mexicanos que trasiegan y navegan en aguas pantanosas donde no hay seguridad ni prestación alguna.

Pero los elegantes salones de Acapulco permiten que el presidente Peña Nieto hable a los banqueros neocoloniales de los acuerdos legislativos en el sistema plural de partidos que decidió dejar de dar vueltas a la noria y caminar hacia delante; de las reformas estructurales tan anheladas, tanto tiempo negadas y finalmente aprobadas gracias al afamado pacto. Propuso hacer política y les dio resultado a pesar de ellos mismos. Cosas de la globalidad en que frau Angela Merkel borra toda huella del Estado benefactor que el Mariscal Bismarck instauró para evitar que 1848 se repitiera una y otra vez como tragedia. Hoy son rehenes de las políticas de estabilidad, de austeridad impuesta a los de abajo. En toda la Unión Europea. En la globalidad de los flujos financieros sin regulación alguna. En Acapulco, donde Peña Nieto entrega obras de agua potable a los del llano, acompañado de Ángel Aguirre, mientras en la montaña chocan guardias armados, de los buenos y de los malos.

Ya no se puede ironizar con la Rebelión en la granja, de George Orwell. Ahora todos somos desiguales, pero los del uno por ciento son más desiguales que los otros ciento y tantos millones de sobrevivientes. En los años del desarrollo estabilizador, la educación fue instrumento de movilidad social, de equilibrio de clases, vía para salir de la marginación y aspirar a dejar la cárcel invisible del sistema de castas. La educación pública, gratuita y laica transformó a una población con 85 por ciento de analfabetas en una nación a horcajadas entre el subdesarrollo y el desarrollo económico. Pero el mito de la derrama económica de arriba abajo nos paralizó tres décadas. Y la reforma educativa se aprobó antes de hacerse el censo prometido, antes de conocer en detalle el desastre que todos conocíamos de oídas.

El primero de diciembre de 2012, Enrique Peña Instruyó a su flamante secretario de Educación a elaborar de inmediato un censo del sistema educativo del país. Emilio Chuayffet se comprometió y habló de la urgencia de restablecer la rectoría del Estado. Vino la iniciativa, se discutió, se aprobó en medio de una tormenta en la que se aliaron grupos progresistas, defensores de las ideologías de izquierda, con grupos radicales que de plano se habían llegado a confundir con la extrema derecha; que al combatir el caciquismo sindical lo emularon, lo superaron. La CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación) no cedió un milímetro al caudillismo del SNTE (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación), pero apretaron a los gobernadores tanto o más que los líderes del oficialismo, intercambiables en cuanto el poder constituido decidía que ya era mayor el riesgo que su sometimiento al unto de la expectativa. Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Michoacán, los más pobres de los pobres, se convirtieron en feudos de los líderes de la CNTE.

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El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, durante la clausura de la 77 Convención Bancaria, el pasado viernes en AcapulcoFoto Notimex

El Inegi elaboró el censo. Y aterra la realidad. No se conocen cifras completas porque los que mandan no permitieron el trabajo de los encargados de realizarlo, precisamente en Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Michoacán. Pero es enorme el universo en expansión de nuestro sistema educativo. Energía y materia, con un volumen infinito de materia negra: un millón 173 mil 567 trabajadores integran la planilla; 39 mil figuran en nómina y cobran, pero no los conocen ni dan clases en las escuelas donde aparecen sus nombres. Y cobran, como los 30 mil maestros que no están en el aula, sino comisionados en el SNTE o la CNTE. Juan Díaz, líder nacional del SNTE, confirma que no desempeñan labores docentes, pero que no son aviadores.

Ciento 13 mil trabajadores están adscritos a labores no docentes. No dan clases en ninguna de las 207 mil escuelas. De las cuales, más de 47 mil son adaptadas, techos de cartón, de lámina; lo que la realidad impone cuando no hay voluntad de transformarla: hay aulas en camiones, en vagones de trenes, y se hizo el recuento de 167 escuelas a la intemperie. Da grima. Dos de cada tres aulas no tienen silla ni escritorio para los maestros; 114 mil no tienen pizarrón, y en 14 de cada 100 no hay pupitres ni bancos para los alumnos. En muchos hay, si acaso, una piedra para alumnos que llegan sin desayunar, se duermen en clase y cuya miseria sirve a los mercantilistas enemigos de la enseñanza pública y laica, para proclamar la contrarreforma educativa.

Los activistas de la sección 22 que instalan sus campamentos en la capital de la República, vuelven a Oaxaca a cobrar, a impedir que cobren los maestros que sí dieron clases, a imponer su voluntad al señor Gabino Cué, gobernador elegido democráticamente, candidato de la izquierda; rechazan la reforma educativa, la califican de reforma laboral. Lamentan, con razón, la injusticia de quienes pretenden imponer trato igual entre desiguales. Entonces, ¿por qué se niegan a recibir a los trabajadores del censo, responder las preguntas, exhibir a los señoritos de la tecnocracia las condiciones miserables de las escuelas y aulas en que deben cumplir las tareas docentes?

De lo censado, una muestra de la miseria moral de la desigualdad económica: hay 36 mil escuelas sin agua de la red pública; 81 mil sin drenaje; 20 mil sin sanitarios. Y ahora, vamos a rendir homenaje a hombres famosos, merecedores de las guirnaldas de olivo y la gratitud de los súbditos de la globalidad, amparados por los predicadores de la austeridad económica y la disciplina fiscal. De la estabilidad que permite multiplicar los miles de millones de dólares de reservas de divisas, mientras millones de niños se acuestan sin cenar y van a la escuela sin desayunar.

En Acapulco y en las barrancas de Cuernavaca y del Distrito Federal, desde cuyas veredas se alcanzan a ver las residencias de la nueva era feudal en que vivimos. A buen resguardo, vigilados por guardias armadas. Como las de Michoacán y Guerrero. ¿Quién cuida a los cuidadores?

La información no es educación. La riqueza concentrada en unas cuantas manos hace cada vez más profunda la desigualdad. Si este ha de ser el momento mexicano, adelanten sus relojes señores del poder político y financiero, aprendices de brujos de la oligarquía.