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Reformas: el valor del pluralismo
U

na idea cuyo tiempo ya pasó. Las reformas estructurales de los 90 necesitaban de dictaduras militares o de gobiernos autoritarios para llevarse a cabo. Veinte años después en regímenes democráticos, la construcción de consensos exige un enorme esfuerzo de negociación política y una profunda y deliberada reconstrucción institucional como lo hemos visto en Europa o en Estados Unidos. Implica entender la diferencia entre un contexto internacional acicateado por los inicios de la globalización y por el triunfo del capitalismo sobre el socialismo real; y otro contexto, el actual, donde la crisis cuestiona el proceso mismo de globalización, donde las prácticas neo-proteccionistas se multiplican, las expectativas sociales en las reformas es baja y la gente anda en las calles protestando.

Democracia delegativa. Las reformas estructurales de 2013 se impulsaron en el ámbito de una democracia caracterizada por su debilidad institucional. Otras prácticas operativas no formalizadas, pero con fuerte incidencia –especialmente el clientelismo, patrimonialismo y en efecto, corrupción– llenan los vacíos no ocupados por las instituciones formales, junto a diversos patrones altamente desagregados de acceso directo al diseño de políticas públicas. La democracia delegativa (O’Donnell) supone una ciudadanía relativamente pasiva cuyo mayor acto político es concurrir regularmente a las urnas.

El activismo ciudadano. Pero en la sociedad mexicana proliferan junto a manchas de intolerancia y delincuencia, nodos de activismo cívico. Faltan espacios vinculantes más permanentes, pero ahí está la energía. En esos ámbitos se libra la reconstrucción de un estado democrático de la sociedad. Se trata de una forma de activismo ciudadano que combina movilizaciones, expresiones urbanas de protesta, negociaciones y propuestas programáticas. Sus narrativas están insertas de manera notable en el amplio espectro de los derechos humanos perfilando así una democracia liberal que intenta responder a cómo gobernar el pluralismo.

La tensión democrática. Me parece que la disputa política hoy se define entre quienes asumen la democracia como un compromiso con el pluralismo sustentado en el respeto y la ampliación de los derechos fundamentales, y quienes con argumentos relacionados con la gobernabilidad buscan reducir la democracia a su ámbito procedimental.

¿En verdad se desbordaría la sociedad con más democracia? La ingobernabilidad es un escenario posible y presente, pero el compromiso con una democracia pluralista no es su causa. El desequilibrio sucede cuando el Estado no es capaz de adaptarse a la nueva realidad de su sociedad y crea canales que resultan medios de contención y simulación, más que vías eficaces para el flujo de las preocupaciones sociales hacia las esferas de toma de decisiones.

El plan del vuelo. La prueba del ácido de las reformas impulsadas por el gobierno en 2013 se encuentra en la elaboración de las leyes reglamentarias y su implementación. Requerirá un importante esfuerzo de agregación dada las divisiones de los dos principales partidos de oposición. La secuencia en el debate tanto en comisiones como en el pleno de estos ordenamientos estará guiada en parte por los tiempos definidos por las reformas mismas y en parte por las exigencias políticas –como es el caso particularmente de la reglamentación electoral-política, la energética y la relacionada con la transparencia y la rendición de cuentas.

Deliberación o cochupo. No se trata sólo de un momento legislativo ni de una concertación exclusivamente entre las elites partidistas. Lo decisivo tiene que ver con si se abrirán espacios serios para la deliberación o sólo consultas decorativas o peor aún fast-track como ocurrió el año pasado. Sin deliberación la implementación será el espacio de severas confrontaciones. Sin deliberación la implementación fragmentará aún más el poder político.

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