Opinión
Ver día anteriorMartes 26 de noviembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

Tao Dance Theatre, 4 y 5

L

a milenaria China, el gigante de Oriente, de exquisito arte, guerras sangrientas y disciplinas corporales portentosas, hoy potencia formidable de esta nueva era del siglo XX, ha dejado al público que asistimos al Teatro de la Ciudad a ver el espectáculo de Tao Ye con su compañía, Tao Dance Theatre, temblorosos, boquiabiertos y con una alegría franca y sabrosa que estallaba en el pecho por haber tenido la fortuna de apreciar dicho espectáculo tan importante y extraordinario. En cuanto a mí concierne, dicho grupo de artistas refinadísimos representan, ni más ni menos, el parteaguas, el salto cualitativo de toda la serie de expresiones de la danza contemporánea y su épica lucha por desnudar el alma, llegar al centro de la vida, la creación y la traducción de todo ello con el lenguaje del cuerpo.

Todo era emoción, asombro, risa y felicidad en los rostros de la gente a la salida del teatro; comentarios y aspavientos en voz alta por aquí y por allá sintetizaron la experiencia sensorial del trabajo de estos bailarines chinos excepcionales, a quienes la ovación de un público de pie, como una sola mole, no los dejaba abandonar el escenario, y todo eran risas saludos y amor, que se transfería entre los artistas y el público, en esa noche inolvidable del 4 de noviembre.

Tao Ye, fundador de la compañía y sus bailarines habían logrado el portento de traspasar los siglos, la corriente de la historia, dar el salto cualitativo de la evolución, la revolución, algo nuevo, potente e irrefutable, lo hecho; el hecho por sí mismo, logrado con la contundencia de lo irrefutable, lo indiscutible, porque este hombre joven que también participa en sus obras bailando, encontró el secreto humanoide del movimiento de la vida; movimientos de cuerpos andróginos que responden al viento, la luz o el sonido, tal vez el mismo movimiento el surgimiento de la vida en las más elementales criaturas, balanceándose adonde los lleva el pálpito de la vida primaria, en las aguas, la arena, o, simplemente, el espacio.

En ello Tao Ye utiliza sólo cinco bailarines en cada obra, con diseños de ropa que parece la propia piel, también holgada y cómoda, mientras la cabeza cubriendo medio rostro sugiere criaturas ciegas que se mueven y se siguen sin tocarse nunca, pero juntas, como en un eco, en la misma frecuencia y dirección, siguiendo la música, los golpes de Xiao He, también compositor de obras sin nombre, pues se denominan simplemente con números, cuatro y cinco por ejemplo, porque de este modo, dice Tao, se deja libre el cerebro de la gente sin forzarla premeditadamente a pensar o creer cualquier cosa inducida o sugerida por anticipado.

Es lo neutro, y en esta neutralidad se sienten poderosamente los espacios internos y externos en los que nos movemos todos, cada cual con su propio cuerpo, pero en una especie de pequeña mole de gente retorciéndose, dando la vuelta, trazando un círculo repetitivo, una y otra vez, con la misma intensidad e hipnotizante interés. Esto, dice Tao, no es robotización, sino el audaz desafío a la iconografía espacial y cultural tradicional, es una experimentación minimalista sobre el potencial del cuerpo humano mas allá de la representación y la narración de una historia.

Así, la segunda parte del programa, con la obra cinco, Tao Ye y la presencia indudable del bailarín Duann Ni, artista residente, desarrollan una especie de plasta-mazacote humano que se mueve, rueda y se traslada en una bola, arrastrándose y rodando, donde salen y desaparecen piernas, algún brazo, cabezas, en una rotación interminable, siempre pegados al suelo y unos a otros en una bola de carne humana que va transformándose, una y otra vez en círculo interminable, escalofriante por sus significados contemporáneos, si puede usted imaginarlo.

La compañía pequeña, pero intensa, poderosa, incomparable a todo lo que se ha visto, ha desarrollado una habilidad técnica, única; es decir, parece haber absorbido la esencia del movimiento cultural de cualquier origen, religioso, militar, filosófico etcétera, no importa qué, porque ellos han creado su forma, su modo, son nuevos, diferentes, originales y genuinos, y saben, en su estilo, llegar a la mayor profundidad del nacimiento de los movimientos, de las raíces de su antigua cultura asiática y esporádicas ramificaciones de Occidente en la danza moderna.

Ellos no pretenden contarnos historia, antecedente o emoción alguna. En su neutralidad llevan el dominio y la maestría de una nueva expresión en el corazón del caos de las sociedades modernas, inimaginable herencia ancestral del Homo sapiens. Además, ellos parecen haber heredado y rebasado sagas y leyendas, como Isadora Duncan, DeniShawn, Humphrey, Graham, Cunningham, Tharp, Chouinard y todo lo nuevo etcétera, etcétera. Incluso nuestras versiones autóctonas de la danza contemporánea, ya sin medida. Ahora, son ellos, los chinos, quienes han hecho del cuerpo y la técnica, la expresión del mazacote del mundo de hoy, pero con la belleza de la verdad y la espiritualidad de la existencia, la vida, que han sabido traducirla, sin rémora alguna del déjà vu, heredado o proveniente del aquí o de acullá.

Este pueblo, de luchas portentosas por sobrevivir y conquistar su libertad, tal vez ha encontrado la linterna mágica del futuro del arte, la danza y la cultura; tal vez habría un intercambio interesante para todos con el proyecto Dragon Mart. Ojalá, regresen y nos muestren su sistema Dance Education. Felicidades a todos.