Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 27 de octubre de 2013 Num: 973

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Braque, el patrón
Vilma Fuentes

Concha Urquiza y la
oscura lumbre de Dios

Evodio Escalante

Basho en las versiones
de Pacheco

Marco Antonio Campos

El poeta que no quiso publicar en Londres
Vicente Fernández González

Poemas
Constantino P. Kavafis

El viejo poeta
de la ciudad

Francisco Torres Córdova

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Luis Guillermo Ibarra
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
[email protected]
Twitter: @JorgeMoch

De libros que levantan cercos

Toda feria de libros es un prodigio. Sobre todo en un país de pocos lectores (aclaremos: de literatura, porque de chismes faranduleros y de panfletos de autoayuda hay lectores por montones) y una lamentable contraparte de excesivos televidentes. Pero hay ferias que son verdaderos milagros de la voluntad, y la más reciente edición de la Feria Internacional del Libro del Zócalo de Ciudad de México es de ésas. Nunca en la historia de la Feria se había cancelado por capricho de un presidente; capricho disfrazado con la explicación estridente y burda de “lo sentimos, pero necesitamos toda la plancha del zócalo para un centro de acopio”. Sobra repasar toda la parafernalia sucia, de propaganda vulgar que ha rodeado el asunto maloliente del famoso centro de acopio que tuvo numerosas menciones en los noticieros del colosal brazo mediático del gobierno de Peña, Televisa y TV Azteca, numerosos encuadres a los camiones de carga del Ejército o la Policía Federal, pero sobre todo a los tráileres que ostentaban logos de cadenas comerciales como Soriana, Walmart o Chedraui, y me dejaría cortar una mano si esos encuadres no corresponden por ahí a alguna factura emitida por las sucias televisoras por alguna clase de servicios publicitarios prestados a esas y otras empresas, algunas de las cuales, desde luego, tienen oscuros vínculos con la campaña presidencial del atildado señorito que dice gobernar.

El zócalo, siendo de todos, se convirtió en botín. Y también en representación del miedo que concita en el poder político, empresarial y eclesiástico que la gente se concentre allí, para protestar, para celebrarse a sí misma o, qué horror, para celebrar ese explosivo material de subversión que son los libros –me viene a la memoria la frase funesta de un fascista español, de ésos tan admirados por algunos burros políticos mexicanos: “¡Arriba la muerte y abajo la inteligencia!” Finalmente la Feria se realizó pero no como ahora el camaleónico gobierno de Ciudad de México pretende, por su generosidad, sino porque hubo una fortísima movilización social de protesta, de exigencia de que fueran retiradas vallas, soldados, policías y francotiradores (que sí, que los hubo) para que pudiera haber feria de libros. Hasta un “cerco” de libros se organizó para poner en evidencia la represiva presencia del cerco de uniformes, toletes y escopetas lanzagranadas. Y la Feria se pudo hacer. Magnífica, delirante, desbordada, transitada por decenas o cientos de miles de asistentes, de chavos, de niños que aplaudieron cuentacuentos y marionetas. Pudimos algunos asistir a platicar con nuestros lectores y, como lectores, platicar con algunos de nuestros autores preferidos. Pudimos escuchar música y, sobre todo, pudimos tener acceso a libros, montones de libros de toda clase – a pesar de algunos intolerantes como el que esto escribe–, entre los que desde luego prefiero las novelas, los cuentos, los poemarios, los guiones de teatro, los cómics, los ensayos… Y pudimos los autores conocer y reconocer a los colegas, intercambiar anecdotarios y construir otros nuevos, que ojalá podremos recordar en el futuro, en nuevos encuentros.

La Feria se realizó gracias a algunas personas que ponen en esto de los libros toda una vida, su día a día. Paloma Sáiz, Beatriz Sánchez, Salvador, Paola, Marina, José Ramón, Eduardo y en fin, toda la gente que amorosamente colabora en la Brigada Cultural Para Leer en Libertad, que aunque no sea órgano de gobierno sí está formada por auténticos brigadistas que se parten un brazo con tal de instalar una feria libresca. Y desde luego, gracias al poder de convocatoria de Paco Ignacio Taibo II y de Fabrizio Mejía Madrid y su portentoso asedio de libros que fue palanca proverbial para levantar el otro cerco, el siniestro. Y la Feria, fue.

Pero acechada. El miedo del régimen estuvo allí, repartido en miñones con armaduras, agrupados por decenas en cada esquina, acechando los accesos al zócalo que es como el corazón de México. Temiendo que volvieran los maestros. O los electricistas. O la gente que de todos modos habrá de llegar, de reclamar el espacio público, de hacer tangible la letra muerta que consigna el derecho constitucional de reunirnos donde nos dé la gana. Para protestar ante los ineptos que dicen gobernar o para celebrar mítines o libros. Aunque no les guste a los atildados cobardes que mandan detrás de esas murallas de escudos y toletes y que difícilmente son capaces de citar al menos tres libros que hayan marcado sus vidas huecas.