Opinión
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Viernes Santo en el mar
¡O

h la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en

las manos, siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

Antonio Machado, sevillano y manchego, también heredero de Cervantes, supo de la fugacidad del instante, producto de sus propias reflexiones. Estudioso de Heidegger, supo de soledades y exilio y, en consecuencia, pensaba; sólo en silencio, que es el aspecto sonoro de la nada, puede el poeta gozar plenamente del gran regalo que le hizo la divinidad, para que fuese cantor, descubridor de un mundo de armonías. Quiso poner la lírica dentro del tiempo o el tiempo atemporal dentro de la lírica.

Machado, pensador de lo latente y lo latiente, se debate en la noria del pensar y en los palacios encantados de la lógica, que sin embargo no lo apresan y se deja seducir por otros encantamientos allende los campos, allende la mar…, sorteando las asechanzas del ser y de la nada, bajo el embrujo de irrenunciables sensaciones, sentires y pensares de un ser confinado, amenazado, herido.

Machado, poeta tejedor de formas fantásticas, casi oníricas, de un mundo atravesado por el flujo de la temporalidad, que se teje y desteje, se hace y se deshace incesantemente porque nunca recibe dos veces la caricia de la misma ola. Para él, el tiempo queda consumado en el instante de la totalización de su transcurso y el mundo es el mundo visto, imaginado desde un punto de mira que no es propio del hombre. No es el mundo tal como realmente lo percibimos desde la conciencia angustiada ante el pensar de las cosas y ante el irremediable transcurrir por la vida-muerte; el mundo mirado no es tal como se mira desde las fronteras de la noche, los límites de la nada.

Machado, al igual que Freud, traspasa las fronteras del yo, las trasciende; se mira y es mirado como se vería fuera de él mismo, impersonalmente, intemporalmente, visión desde fuera del mundo. Reflexión especular, retención de imágenes, absorción del tiempo. Memoria que incursiona en el pasado vivo, que por sí mismo se modifica, lo corrige, lo aumenta, lo depura y da paso a nuevas significaciones. Hoy es siempre todavía.

Así, el poeta andaluz pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo distinguiendo la voz viva de los ecos inertes; que puede también, mirando hacia adentro, vislumbrar las ideas cordiales, las universales del sentimiento (Introducción a Soledades).

“¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?
Todo el que camina anda
como Jesús sobre el mar”.

Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba
y soñé que Dios me oía.
Después soñé que soñaba”

Por eso:
¡Ay de la melancolía
que llorando se consuela,
de la melomanía
de un corazón de zarzuela!