Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de octubre de 2012 Num: 920

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Entre Medellín
y Buenos Aires

Laura García entrevista
con Luis Miguel Rivas

Cataluña la
crisis española

Juan Ramón Iborra

A la memoria de
Antonio Cisneros

Marco Antonio Campos

Un peruano en Europa
Ricardo Bada

Bachelard: filosofía
de agua y sueños

Antonio Valle

Gaston Bachelard: una poética de la razón
Xabier F. Coronado

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
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Un sexenio de mentiras o Capadocia
como excepción

En todo este sexenio de locura, muerte, cinismo y estupidez (que ya se acaba para no volver nunca aunque será demasiado pronto cantar victoria, sustituyendo un presidentucho espurio por otro) no ha habido producción televisiva en México que refleje la realidad nacional. La televisión, brazo propagandístico de la imbecilidad gubernamental, se limita a transmitir basura de derechas con disfraz de campaña de concientización social en producciones como La rosa de Guadalupe (en Televisa) o Cada quién su santo (en TV Azteca, la de Salinas), ficciones de producción mediocre con una absurda e inocultable vocación de catequesis –mantienen la premisa intolerante de que el bien solamente se puede generar espontáneamente en el seno de la credulidad y el fanatismo del cementerio católico– y noticieros mendaces donde los personeros de la propaganda tratan, noche tras noche, de hacerle manita de puerco a la realidad cotidiana y atroz: omiten las balaceras de las noches que se escuchan en las calles de Veracruz, Saltillo, Monterrey o Durango, subrayan que los soldados, marinos y policías, convertidos en sicarios, abatieron a este o aquel renombrado delincuente sin aclarar que en su lugar ya están formados otros cuarenta “jefes de jefes”.

El gobierno, en contubernio con el imperio Azcárraga, lanzó al aire una patética campaña propagandística con series de ficción mal producidas, mal actuadas y a todas vistas mentirosas, donde no se hablaba del cáncer de la corrupción que da precisamente lugar a la enrarecida atmósfera de atrocidad y violencia que nos da tan triste fama internacional, ni de las deshonrosas fugas de delincuentes, ni de los miles de desaparecidos o de feminicidios, esa triste marca de agua hecha en México, ni encaraban de frente lacras sociales, como la inducción al consumo de drogas en nuestros niños o ese lacerante flagelo social que es el comercio sexual de niños y jovencitas, de mujeres marginadas e ignorantes, de migrantes. Series como El equipo o El Pantera no hicieron más que glorificar instituciones oficiales que en la realidad han permeado a la corrupción y el dinero fácil, pero que ensalzaban al gobierno del tartufo, a sus alecuijes de Seguridad Pública y fuerzas armadas, tratando de poner en alto el nombre de quienes habrán de habitar desde hoy y para siempre en los húmedos sótanos del ideario colectivo como lo peorcito que puede dar este país en materia de impunidad, cinismo, corrupción y estupidez.

Pero claro, esas series, esos programas, esos noticieros fueron y son negocio. Y el vergonzoso papel de las televisoras y sus personeros en los medios –afortunadamente no en todos– durante el proceso electoral, tan llenecito de trácalas e irregularidades inmediatamente pasadas por alto por ellos mismos, los personeros del gobierno y sus lacayunas defensorías televisivas, fue un infamante botón de muestra del papel de la televisión respecto de su responsabilidad social frente a una infinita voracidad de poder y de dinero.

Si acaso alguna serie de televisión se ha aproximado en últimos años a algo parecido a la realidad nacional es una producción, aunque hecha en Latinoamérica –parte de la producción se hace en México– pero de cuño extranjero, Capadocia, una suerte de refrito de Oz, la emblemática serie carcelaria realizada a fines de la década de 1990 por Tom Fontana y cuyos principales atractivos, en la cabalgata de una tercera temporada auspiciada por la cadena HBO Latinoamérica bajo la batuta –allí la visión crítica, descarnada e incómoda del México que no quieren ver ni el tartufo presidentucho saliente ni su alecuije productor de comerciales García Luna– de Epigmenio Ibarra, son el salir del foro para rodar en locación escenas sobrecogedoras de la fracasada guerra contra las drogas, y que sobre todo se atreve a narrar de frente y sin ambages los múltiples entresijos de la corrupción en México, en sus calles llenas de baches, en los pudrideros de sus cárceles y en sus elegantísimas oficinas gubernamentales.

Pero –siempre hay un pero– Capadocia no se ve en televisión abierta en México, quizá porque para las televisoras y el gobierno resulta demasiado incómodo su tratamiento crítico de la realidad nacional, de la guerra imbécil en la que nos metió el tartufo, de las elecciones marcadas por el cochinero, de la corrupción rampante en todos los ámbitos de la vida nacional. De todos modos, como dice la guapa jarocha Ana de la Reguera, una de las protagonistas de la serie:  “es triste ver que las cosas en la realidad son peores”.