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A la mitad del foro

Elogio a la locura

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El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, durante la conferencia de prensa en que dio a conocer el informe sobre la inflación del periodo abril-junio de 2012Foto Yazmín Ortega Cortés
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elipe Calderón se despide. Loa 100 días de Napoleón al paso de la marcha de los cangrejos y sin el resguardo de la vieja guardia. Perdió el poder, el partido, el rumbo. Ahí les dejo mis obras, dice. Ahí queda el valor de combatir el crimen organizado. Hasta el último muerto, decían los cultivadores del humor negro. Pero el michoacano que se despide asegura que la suya no es obsesión, que sin su decisión imperarían las bandas criminales y no la ley. Del distante pasado llega el aviso: los dioses ciegan a quienes quieren perder.

O las advertencias de los efectos del poder que enloquece a algunos, a muchos, a demasiados. Aunque no se trate del poder absoluto, del fantasma tan temido, del autoritarismo presidencialista que los intelectuales orgánicos confunden con todo régimen presidencial. Quedan el caos anarquizante, la ingobernabilidad. La espiral de la barbarie, dice Le Monde, al informar de los 95 mil asesinatos registrados durante el sexenio del presidente Felipe Calderón. Cifras oficiales, del Inegi. Número aterrador al que habría que añadir la pesadilla de los desaparecidos y la angustia de las tumbas colectivas. Mientras los partidos de la pluralidad esperan resolución del tribunal como quien espera a Godot, mientras discuten funcionarios y concesionarios si la banda ancha de la modernidad tecnológica vale miles de pesos o miles de millones de dólares, se abren tumbas en Chiapas con la esperanza de encontrar algunos migrantes desaparecidos.

La guerra de Calderón, dijeron los mexicanos del común. Los heraldos de Los Pinos, los validos de entorchados académicos, atribuyeron ese decir a maliciosos intereses partidarios, electorales, con el argumento oximorónico del infantilismo democrático que define despectivamente el verbo politizar, que enloda la legitimidad de la mayoría al acuñar el término rupestre: mayoritear. Los muertos de esa guerra, dice el editorial de Le Monde, confirman el terrible fracaso de la estrategia militar establecida hace seis años, con el apoyo constante, principalmente financiero, de Estados Unidos. No atiende el diario francés la ilusión pendular del sistema métrico sexenal, no atribuye poderes mágicos a la alternancia ni a la imaginaria restauración; considera difícil que la elección del priísta Enrique Peña Nieto cambie gran cosa.

Una amenaza más para el gobierno entrante, como es para Estados Unidos y Europa. No es un desafío exótico, sino que no debería ser indiferente (...), se estima en 120 mil el número de homicidios durante el mandato de Calderón. O sea, más del doble de la cifra antes evocada, de por sí alucinante, de 50 mil. La guerra contra el narcotráfico desató la espiral de la barbarie. Y como contrapunto a los males que según los operadores de la estabilidad en el estancamiento nos vienen de fuera, el de la corrupción rampante, la impunidad, los asesinatos y desapariciones, no se limitan a las regiones de fuerte implantación de bandas, sino hay una tendencia a diseminarse sobre casi todo el territorio.

Visión de México, del mal profundo, el miedo arraigado y la miseria endémica. Esta verdadera hecatombe constituye, de lejos, el conflicto más mortífero del planeta en el curso de los últimos años.

Vino el caos anarquizante. Y la derecha en el poder debate sobre el instante preciso en que se inicia la vida del ser humano; en defensa del derecho a la vida, dicen. Onanismo puro y duro. Mientras 50 millones de mexicanos sobreviven en abyecta pobreza, se acuestan sin cenar y se levantan a buscar trabajo, sumarse al ejercito nómada de los migrantes o a los millones del empleo informal. Burla de burlas, donde la derecha extrema, oscurantista o mercantilista, exige la reforma laboral que le facilite, le abarate los despidos y la simulación del outsourcing. Pobreza y desigualdad, en las cuales las escuelas de los de abajo a duras penas tienen techo, carecen de luz, de agua y los alumnos se sientan sobre piedras para escuchar al profesor, cuando lo hay.

Porque el SNTE y la CNTE disputan las cuotas y desdeñan la formación normalista; tienen presidenta vitalicia de facto en el sindicato más numeroso. En la hora del embate contra el sindicalismo, cuando lejos de tutelar los intereses del trabajador el secretario del Trabajo es mozo de estribo de los patrones, enano del tapanco para asustar timoratos. Al llegar los neoconservadores del capitalismo financiero, dijimos en este espacio, bienvenidos al siglo XVI. Me equivoqué. Fincaron sus reales los de Pedro el Ermitaño y retrocedimos al más oscuro medievo.

Y el olvido de 5 millones 400 mil analfabetos; de 10 millones de mexicanos que no han terminado la instrucción primaria. Y en Michoacán, en la tierra de Melchor Ocampo, el fanatismo destruye escuelas, prohíbe la educación laica, pone cerco de violencia para impedir el acceso de los maestros, condena a los niños a la ignorancia, añade la desesperanza a la carga impactante de la inequidad, de la pobreza. Nueva Jerusalén se llama la comunidad de 5 mil y tantos habitantes, sustraída desde hace más de 40 años de la República nuestra, del Estado mexicano. Es un problema local de fanatismo, declara el secretario de Educación Pública, José Ángel Córdova. Y pide prudencia, el doctor. El gobernador Fausto Vallejo dice que la Nueva Jerusalén es un polvorín. Que la solución ya no depende del gobierno estatal, dice la secretaria de Educación, Teresa Herrera, que se trata de una guerra santa moderna.

En Gobernación hay una dependencia a cargo de las relaciones y asuntos de las iglesias. Con facultades expresas para intervenir. Ni una palabra. Son polvos de aquellos lodos cismáticos agitados por Papá Nabor, excomulgado por un obispo. Nada de santa, nada de moderna, la guerra del fanatismo tras largos años de tolerancia y complicidad con los que hacen como que hacen política. Ayer, el PRI de laicidad vergonzante y vergonzoso cinismo electorero. Hoy, la mochería gobernante, la sumisión al poder terrenal de cardenales, arzobispos y obispos de a Iglesia católica, apostólica y romana.

En tierras michoacanas, de pobreza material, los seguidores del difunto Papá Nabor derriban escuelas, prohíben la enseñanza laica. Mañana quemarán libros, dijo algún ilustrado. No, lo hicieron ayer los fanáticos ricos, los dueños del dinero, que destruyeron en la industriosa Monterrey y en otros rumbos del país los libros de texto gratuitos, en tiempos de Adolfo López Mateos.

Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, acude ante legisladores electos del PRI y convoca a aprobar las reformas que necesitamos. Aunque ni falta hacen, porque, según quien diagnosticó el catarrito, la nuestra es una economía sólida. Pero ha disminuido la inversión extranjera hasta ser menor al monto de las remesas que envían los mexicanos víctimas desde el otro lado del Bravo.

Y Manuel Camacho, desencantado del presidencialismo omnímodo, converso a la oposición postulante del desprecio por los de la sumisión abyecta al poder del árbitro de última instancia, se une al coro que pide al presidente Calderón que intervenga, que ordene que actúen la comisión bancaria y la Secretaría de Hacienda, de modo que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación declare inválida la elección presidencial y se proceda a designar un presidente interino. Ecos palaciegos: Quien usted diga, señor Presidente.

Aquí todos estamos locos, dijo un comensal de la liebre y el sombrerero al otro lado del espejo.