Opinión
Ver día anteriorSábado 10 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La pequeñez como divisa
E

n Italia como en el resto de Europa se viven momentos cruciales. Y no parece haber una salida clara. No porque no exista, sino porque se carece de una clase política dispuesta a correr riesgos, pero que, sobre todo, apueste por el futuro y por sus pueblos.

En Estados Unidos, después del rotundo fracaso de la súper-comisión en el Congreso, continúan los bloqueos del fundamentalismo extremo que se ha apoderado de la derecha. Aquí también se echa de menos una clase política que asuma a Estados Unidos como lo que es, un poder hegemónico que en su propio interés tiene que pensar más allá de sus fronteras.

En México, sea en el delicadísimo tema del narcotráfico y sus vínculos con los procesos electorales, o la evolución de la desigualdad –ese tatuaje que nos marca, como solía decir Tomás Eloy Martínez refiriéndose al conjunto de países latinoamericanos–, lo que priva es la disputa de mediocridades, la ausencia de autocrítica de los actores políticos y la más mezquina estrechez de miras.

Sobre la crisis del euro Nouriel Roubini, uno de los mejores economistas contemporáneos, planteaba tres posibles escenarios en un reciente texto –reproducido en parte el pasado domingo por el Correo del Sur, suplemento de La Jornada / Morelos. Uno, lo que se está haciendo, la medicina amarga de la deflación depresiva: austeridad fiscal, reformas estructurales que reduzcan el costo unitario laboral y ajusten por la vía de precios en vez del tipo de cambio, ya que los países no pueden manipularlo dado el acuerdo monetario. Pero los efectos de esta vía los estamos ya viendo en Grecia y pronto en Italia. Como la denomina Roubini, la paradoja de la frugalidad: un gran aumento del ahorro con excesiva rapidez conduce a más recesión y hace todavía más difícil de sostener la carga de la deuda. La segunda opción sería sobornar a la periferia –los países del llamado PIIGS (en inglés): Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España– con grandes quitas a la deuda pública y privada y transferencias de recursos. Pero esto es materialmente imposible. Entonces quedan dos opciones: cesación de pagos y abandono de la eurozona. O bien la opción preferida por Roubiel y muchos otros analistas: la reflación simétrica: una política monetaria expansiva por parte del Banco Central Europeo; prestamista de última instancia a las economías con falta de liquidez; una rápida depreciación del euro, que convierta los déficit de cuenta corriente de la actualidad en superávit, y políticas de estímulo fiscal en los países del núcleo de la eurozona, si a los de la periferia se les impone austeridad. Casi todo lo contrario de lo que se está haciendo. Como señala Stiglitz en El País (7-12) con cierta ironía, en vez de ocuparse de los problemas actuales y encontrar una fórmula para el crecimiento, prefieren (los líderes europeos) sermonear sobre lo que debería haber hecho algún gobierno anterior. Esto puede ser satisfactorio para quien sermonea, pero no resolverá los problemas europeos... ni salvará al euro.

La innovación en el debate público estadunidense no es desde luego la sermoneada –son más propensos que los europeos–, sino que, al enfermizo rechazo a toda forma de acción pública, un sector de la clase política ha sido víctima de una regresión autoritaria a las épocas del viejo y salvaje oeste, en tanto que algunas franjas de la sociedad bordean por las peligrosas aristas de la xenofobia y la intolerancia.

En México parece que un sector de la clase política quisiera regresar a los viejos buenos tiempos de los destapes, los dados cargados y el oráculo presidencial, sin que se hagan cargo de la emergencia del momento actual. Si grave es de suyo la ignorancia que han exhibido varios aspirantes presidenciales, lo es aún más la carencia de propuestas precisas sobre cómo alcanzar los nobles propósitos que todos dicen perseguir.

Repito: lo que priva, al borde del precipicio, es la estrechez de miras.