Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Chulas fronteras
A

ntes la frontera era más divertida. Mitificada como ningún otro espacio del imaginario nacional, daba para todo, atraía miradas y fantasías de lo más diversas, provenientes, con equivalente intensidad, de ambos lados de la línea divisoria. Cuna de toda una categoría dialectal, el espanglés. La banda sonora de la modernidad trocó rancheras por norteñas. La redoba (hoy electrónica) desplazó al mariachi. En el mundillo de las letras daba prestigio ser oriundo, quién que es no es de Tijuana, el eterno imán para gringos, de Walt Disney a Rita Hayworth a los jubilados del auge inmobiliario y las manadas de adolescentes como salidos de las películas patanescas serie B.

“Welcome to Tijuana, tequila, sexo, mariguana”, la celebraba Manu Chao hace no tanto. En su pasado fue inversión del general, gobernador y presidente Abelardo Rodríguez, y con el tiempo, latifundio de la familia Hank. Chulas fronteras, un país en sí mismo, larvado desde los 20 en el noir estadunidense (y su antecedente en el western) que ubicó allí la puerta a la libertad de los bandidos heroicos. Acogía también a los mejores subversivos mexicanos: Juárez, los Flores Magón, Maderito, Villa.

Al pardear el siglo XX, los fotógrafos no cejaban en plaquear la línia. En la ciencia social ganó importancia y dio caché. Lo fronterizo floreció en reportajes, novelas, poemas, pintas y modas. La música norteña, masiva ya, asimiló el ska o evolucionó por rutas bizarras a la onda grupera, la industria del narcocorrido o al reggaetón más naco, que ya es decir.

Espacio épico de hampa, prostitución y reventón, en Ciudad Juárez y Tijuana tradicionalmente se desquintaba la juventud estadunidense. El mismo Bob Dylan en su etapa más profética y estelar lo ilustra con Just Like Thumb Tom Blues. Esa utopía turística antecede a los beats, pero en su formidable Sombras del mal (1958), Orson Wells pone la corrupción en el lado de El Paso; el policía inmaculado es el de Juárez (un increíble Charlon Heston-Mike Vargas, casado con la perspicaz Janet Leigh-Susie). La madama gitana en la línea es una Marlene Dietrich perfecta; el propio Wells como el tira texano Quinlan, horrendo, está mejor que nunca.

La buena mala fama iba balanceada con un aura de laboriosidad, superación y consumo. La fast industry de la maquila proliferaría en Tijuana, Juárez, Reynosa. Los migrantes, sobre todo indígenas, se impusieron en el paisaje del rencor. Los oaxaquitas de Tijuana y los otomíes de Juárez: temas a estudiar, filmar, fotografiar.

En un reciente Inventario, José Emilio Pacheco recuerda cómo el presidente Miguel Lerdo de Tejada, hacia 1870, construyó los ferrocarriles que unirían el centro con el este y el oeste, pero decidió dejar el desierto ente nosotros y ellos. Gesto inútil. Pronto la frontera dejó de ser la herida insoportable por las guerras de anexión, y devino escenario de la revancha: acuérdate del Álamo, Villa en Columbus, El mexicano de Jack London. De matriz fronteriza, ya vencerían el grupo Sonora de la Revolución y el grupo Salinas del Protectorado (a partir de los 80, cuando por fin México se somete a Washington). El bórder no volvió a ser desdeñado por los poderes que son, y en el siglo XXI dichos poderes lo han convertido en su campo de batalla favorito.

Para los gringos, la permisividad fronteriza representó por décadas una forma de la democracia, desmemoria y destrampe. El lugar adonde Tennessee Williams cruzaba para experimentar, donde los odiados chinos movían opio para la morfina militar y la heroína civil del otro lado. Las estrellas de Hollywood, y con su ejemplo miles de parejas estadunidenses, venían a casarse o divorciarse expeditamente. La garita pareció moverse a Los Ángeles y San Antonio.

En la mera frontera cupieron todos los ruidos. Le nacieron Rigo Tovar, el Nortec y un buen hip hop. Hasta la deliberadamente fresa Julieta Venegas salió de la escena No de Tijuana. Los improbables Leningrad Cowboys, de Aki Kaurismäki (1989 y 1994), bebían tequila directamente de un grifo en los magueyes y los perros se amarraban con longaniza.

Fue evidente que el área se salía de cauce. El narco y el tráfico indecible (snuff, niñas, órganos) fueron la nueva línea. Las armas ingresaban, en inmensas cantidades, en sentido contrario. Tijuana un casino sangriento, Juárez un cementerio de mujeres, Sonoyta de ilegales, San Fernando de centroamericanos. Lo sabíamos, y aún así la costumbre mitificadora nos distrajo, pues JeLo amadrinaba el tema de las muertas.

Los corridos sanctos de los Tigres del Norte y los non sanctos de los Tucanes de Tijuana nos alertaban del desmadre. La juventud y la feminidad fueron estigmas, y la violencia un afrodisíaco. Éxodo a los lugares de origen, cuando el desarraigo deja de ser un chiste. Cinismo de ladrones y policías. Pozolerías. Para colmo, soldados, agentes y drones de Estados Unidos burlan el límite y el titular de nuestra soberanía no dice ni pío. No que antes.