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Hugo Gutiérrez Vega
Italo Svevo y Trieste
Italo Svevo (cuyo verdadero nombre era Ettore Schmitz) nació en Trieste en 1861. En ese tiempo la ciudad pertenecía al imperio austrohúngaro y era, por muchos conceptos, un centro comercial y cultural de primer orden y una encrucijada en la que se encontraban múltiples razas: italianos, alemanes austríacos, eslavos, judíos...
Ettore Schmitz, hijo de un comerciante judío y de madre italiana, se acercó, en sus primeros años escolares, a la cultura alemana, pero más tarde, al igual que muchos miembros de su generación, buscó en la lengua y en la cultura de Italia los rasgos esenciales de la visión del mundo. La mejor prueba de su voluntad de asumir la pertenencia a esa cultura fue el seudónimo con el que firmó sus obras principales: Italo Svevo. Lector de los románticos alemanes, los realistas franceses y los novelistas rusos, su cultura tenía, por una parte, un marcado carácter cosmopolita y, por la otra, la urgencia de afirmar la “italianidad” de Trieste.
Su mejor amigo y consejero literario fue James Joyce, quien pasó unos años en Trieste dando clases de inglés para sobrevivir. Las conversaciones con el irlandés y las lecturas de Freud fueron las mejores influencias sobre el trabajo literario del triestino. La crítica italiana guardó un inexplicable silencio respecto a las novelas de Svevo: Una vida, Senectud y La conciencia de Zeno. Tuvo que esperar muchos años para que se le otorgara un reconocimiento que se vio enturbiado por la virulencia de los ataques de sus enemigos. Tenía sesenta y cuatro años cuando Montale, en Milán; Valéry Larbaud, en París, convocados por Joyce, iniciaron el estudio a profundidad de la obra del escritor que, al decir de Montale, era “el más importante novelista italiano de su tiempo”. Frente a una declaración tan tajante palidecieron las críticas mezquinas que hablaban de su italiano defectuoso, de la gratuita complejidad de su estilo y del carácter estrambótico de sus personajes y tramas.
Kezich habla ampliamente en sus Palabras preliminares de las dudas y vacilaciones que tuvo antes de decidirse a hacer la adaptación teatral de La conciencia de Zeno (publicada hace algunos años por el Milagro). Afortunadamente las superó y realizó un trabajo respetuoso e inteligente para llevar a la escena a los personajes svevianos. Creo que el resultado es notable y que el público teatral podrá aumentar su conocimiento de ese ser contradictorio, apático, bondadoso, indeciso, débil, fuerte, generoso y cobarde que es Zeno Cosini, comerciante triestino que busca en el matrimonio y en el psicoanálisis sus tablas de salvación. En ese náufrago de la vida encontraremos muchos rasgos y momentos de nuestra propia existencia, una carga de humanidad tan rica y compleja que, en ocasiones, resulta irritante y angustiosa.
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