Opinión
Ver día anteriorMartes 15 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Palacio de Iturbide: Identidades compartidas
L

a gran exposición recién inaugurada y vigente hasta junio, a cargo de Fomento Cultural Banamex, está concebida para ser aquilatada no sólo por especialistas en arte virreinal, pero de hecho puede ser ampliamente disfrutada por cualquier persona interesada en la pintura y en su simbología religiosa, y por eso es que la comento, aunque en modo alguno soy versada en la materia.

Las identidades compartidas se refieren a que se exhiben pinturas cuzqueñas, novohispanas, españolas, italianas, flamencas, etcétera, además de algunos grabados. La temática tiende a ser eminentemente mariana y se podría decir que inmaculista, dado el número de representaciones de la Inmaculada Concepción, cuyo dogma, promulgado hasta 1854, contó de mucho tiempo atrás con múltiples representaciones por parte de pintores peninsulares, como Murillo y Zurbarán, y no se diga las que se produjeron en nuestro continente.

Además de la Virgen, a veces acompañada de santos predilectos, como Domingo o Ildefonso, que recibió de sus manos una casulla, hay también bellísimos arcángeles –San Miguel es el predilecto, por ser guerrero– e igualmente algunos martirologios.

Ocupa lugar museográfico relevante el martirio de los santos Justo y Pastor. Los niños mártires de nueve y siete años, resultaron víctimas de persecuciones probablemente como la del dálmata Diocleciano (245-313).

Aparte de los méritos compositivos, la pintura de José Juárez que los representa es digna de ser analizada, porque narra la historia a partir de recuadros incluidos en el soporte.

A la derecha se consigna la decapitación, las dos cabecitas están cuidadosamente colocadas en un plinto, los verdugos están presentes y los cuerpos yacen por tierra; en el recuadro opuesto ya están en el cielo gozando de bienaventuranza y en primer plano vemos sus retratos.

Las criaturas, tomadas de la mano, son de cuerpo entero, van elegantemente vestidas a la moda novohispana (no a la moda romana) y se encuentran en el momento de recibir las palmas del martirio por parte de unos ángeles. José Juárez es un pintor importantísimo que ha sido estudiado exhaustivamente por notables especialistas, como Manuel Toussaint (+), Elisa Vargaslugo, Rogelio Ruiz de Gomar, etcétera.

Otra ejecución ilustrada es la de San Pedro de Arbués, santo para mí desconocido hasta ahora. Según la imaginería (hay un cuadro de Murillo) fue asesinado en una iglesia.

Leyendo la cédula nos percatamos de que eso ocurrió en la Catedral de Zaragoza, sede aragonesa de suma importancia. El canónigo fue integrante del Santo Oficio, es decir, inquisidor, defensor de la fe, pero no todos los inquisidores fueron como Torquemada. Como quiera que sea recibió inopinadamente varias puñaladas mientras oraba. Me pareció que el mismo tema tratado en otro cuadro por Echave Rioja narra la escena de manera más contundente y lo que resulta aleccionador para quienes, sin ser muy expertos en el santoral, vemos las obras, es ir comparando las distintas versiones de un mismo hecho, sea sacro o martirológico.

De eso tratan también las identidades compartidas. Por ejemplo, se ha hablado mucho del influjo de Zurbarán en la Nueva España, pero quizá su influencia fue más intensa en el virreinato de Perú. En cambio, en nuestros lares campean los flamencos. Una de las piezas más hermosas que puede verse, bien museografiada y con suficiente luz, es el San Juan en Patmos, de Martin de Vos (1552-1603), que proviene de Tepozotlán, y la visión que lo acompaña es la Jerusalén Celestial.

Hay numerosas obras de Cristóbal de Villalpando, entre otras una magnífica que proviene de la Basílica de Guadalupe, el dulce nombre de María aparece radiante en los cielos, pero probablemente el que más interés provoca es el de la Lactación de Santo Domingo, que ocurre en una cueva; resulta espectacular y dotado de un colorido suntuoso.

La escena, creo, tiene que ver con el nacimiento de la Vía Láctea (lo digo porque hay un cuadro de Tintoretto que alude a lactancia mítica).

En el Villalpando un tropel de jóvenes mujeres guerreras, con casco y pectorales como los de los ángeles, convergen a derecha e izquierda en la sección donde está la virgen María apeada en un trono de querubines. Está flanqueada por damas coronadas, reinas sin duda, lujosamente vestidas, la de la derecha tiene el ropaje tachonado de estrellas, dos de las cuales están colocadas exactamente en el lugar de los pezones.

La Virgen se oprime discretamente un pecho no del todo visible, que emite en diagonal el líquido que Santo Domingo recibe en la boca, tal vez eso quiere decir que de allí proviene la potencia predicadora dominicana; el santo está aquí vinculado a la Madonna igualmente mediante el rosario que le fue otorgado. Eso devocionalamente nos es consabido, no así este episodio fastuoso.