Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de enero de 2011 Num: 829

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los sueños
Alejandro Rosen

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Mandela: libertad
y humanismo

Leandro Arellano

Manuel Ulacia,
poeta del tiempo

Raúl Olvera

Claude Lefort: la democracia, negación
del totalitarismo

Sergio Ortiz Leroux

Leer para escribir la vida
Luis Enrique Flores entrevista con Mónica Lavín

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Foto: Lourdes Almeida

Manuel Ulacia, poeta del tiempo

Raúl Olvera

Sería allá por agosto de 2004 cuando una tarde, no teniendo algo mejor que hacer, me detuve ante una librería de viejo. A diferencia de las grandes urbes, en las ciudades medianas como la mía no hay muchos libros y los pocos que se encuentran no ofrecen interés. Después de tentalear entre pilas de libros y llenarme las manos de polvo, ese polvo fino que se acumula entre las hojas y que tanto perjuicio causa a los pulmones, aparté la pesca del día con extremo sigilo, casi como si alguno me observara para arrebatármela. Entre las redes de mis dedos habían quedado atrapados tres esbeltos e incautos volúmenes, dos en inglés, creo que novelas, y uno de poemas en español, publicado por la UNAM. No es común encontrar, especialmente en el norte de México, libros de la Universidad Nacional en virtud de la pésima distribución, aunque, a decir verdad, lo que me atrajo hacia aquel cuadernillo de pastas claras fue abrir la primera página y encontrarme con una dedicatoria, de puño y letra del propio autor, con fecha de abril de 1993: A Armando Oviedo este primer libro de su amigo Manuel. En el colofón se asentaba el título del volumen, Materia como ofrenda, con fecha de publicación en marzo de 1980. El nombre del autor era Manuel Ulacia.

No era la primera vez que me topaba con ese apellido de francas resonancias vascas. No sé por qué pensé en Luis Ignacio Helguera. Por encima de la calidad de los poemas, con el obligado epígrafe de Borges y la dedicatoria general (A mis amigos), aquel modesto cuadernillo me intrigaba por la intimidad escueta de la letra, trazada con una caligrafía sobria de estilo americano, en cursivas desde luego, reforzada por una elocuente raya, escrita al bies bajo el nombre de Manuel. Todos estos elementos me hicieron sospechar un verdadero hallazgo. La lectura de esa noche sólo confirmó mi corazonada. Ya desde este su primer poemario, Ulacia tenía una voz propia, mesurada y expresiva, cualidades más bien raras en un joven poeta, de ninguna manera un primerizo. Meses después, hurgando entre saldos de la editorial El Tucán de Virginia, me topé con la primera edición de Origami para un día de lluvia (1990), uno de los poemas de gran aliento más notables en español de las últimas tres décadas. Las preferencias íntimas del poeta que ya barruntaba se confirmaron, al igual que se cumplieron ciertas promesas y atisbos presentes desde su primer libro.

Lo que no sabía es que desde julio de 2004, James Valender tenía preparada una edición bajo el título de Poesía (1977-2001), con la totalidad de la obra en verso de Ulacia (1954-2001), la cual no vio la luz sino hasta octubre de 2005. Cuarenta y siete años tenía el poeta cuando perdió la vida en un accidente muy extraño (he ahí la semejanza con Helguera), aun hoy en día se desconoce si fue suicidio, asesinato o auténtica muerte accidental. Simplemente se metió a bañar al mar en Zihuatanejo y jamás habría de salir con vida. Dado su carácter liberal y afición por los vapores y el mundo árabe, no sería raro que Ulacia estuviera enfermo (como Sarduy, Arenas, Foucault y tantos otros) y que sólo hubiera querido adelantar el fatídico desenlace. En el libro, Valender declara la existencia de un archivo de texto, titulado “Primeros poemas”, donde Ulacia efectuó una depuración radical de sus primeros libros, Materia como ofrenda y El río en la piedra (Pre-Textos, 1989). Sus siguientes poemarios, Origami para un día de lluvia (Pre-Textos, 1991 y, posteriormente en traducción italiana, Neopoesis, 1995) junto con El plato azul (Ditoria, 1999), incluyendo igualmente obras inéditas como Arabian Knights and Scottish Mornings y Otros poemas. De cualquier modo, Valender, editor y amigo cercano, no pecó por defecto sino por exceso. Al parecer, el autor quería dejar una versión algo más recortada de su etapa inicial. Valender se escuda en la indeterminación al pretender averiguar cuál hubiera sido el último designio de Ulacia y cuánto más material habría podido legar si no hubiera desparecido de forma tan intempestiva.

El tiempo parece ser un concepto central en la poesía de Manuel Ulacia. Origami para un día de lluvia, su mayor obra, está relacionada con el término japonés on que implica la idea de obligación, compromiso, deuda, lealtad, gentileza, dulzura, amor. Esa era precisamente la relación del poeta con la vida: a la vez de deuda, dulzura y amor. A partir de los versos: “Esta lluvia que bate los cristales/ es la misma de ayer”, Ulacia establece una reiteración que va confiriendo unidad al poema. El tiempo, su propio tiempo, desde la niñez hasta la edad adulta, desde la frescura primera hasta la época no precisamente de la desilusión, pero sí del interminable repetirse de escenas e imágenes, signa los límites, la extensión misma de la obra. Casi con un ritmo tan vertiginoso como el del pincel y la tinta china cuando éstos infieren sobre la inmaculada superficie del papel, modificándola por medio de acciones deliberadas y accidentes, donde el Azar inscribe sus propias líneas, el estilo del poeta, el andamento mismo el poema, se va desenvolviendo, erigiéndose a la vez como consagración y remate de la vida, el inicio y el fin de un ciclo, una línea circular, perfecta, que en realidad carece de principio o término. No fue sino hasta noviembre de 2009 cuando tardíamente, debo confesarlo, me fue posible revisar el volumen con su obra poética reunida. La lucha por conquistar un respeto y dignidad ante sus preferencias alternativas se hace sensible en sus obras. Hubo tantos entre los Contemporáneos (Villaurrutia y Pellicer marcadamente) que no supieron enfrentar en forma pública sus inclinaciones. Otros, como Salvador Novo y Luis Zapata, han hecho incluso teatro de sí mismos. Algunos más, como Monsiváis y Pitol, se administran con discreción. Para Ulacia, no obstante, educado en la alta burguesía y de familia peninsular, no fue fácil, si bien, al final, logró superar el reto.