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Las lentas del Manolenta
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Periódico La Jornada
Sábado 23 de octubre de 2010, p. a16

El nuevo disco de Eric Clapton plantea una duda cartesiana: ¿bailamos estas o nos esperamos a las calmaditas?

La colección de piezas, 14, que vertebran su flamante grabación enlazan un juego de abalorios en delicada manera, tanta que cuando uno se percata, esas 14 gemas se han convertido en diamantes. Pulidos a mano.

Son las lentas del Manolenta.

Cuando termina el disco uno sigue meciéndose en ese ondular sedoso de las rolas lentas, piezas de blues en tonos azulérrimos, canciones antiguas que no son oldies but goodies, sino elementos del cancionero de la educación sentimental que en algún momento de la vida surgen. Y así le sucedió al maestro Clapton.

Después de cinco años de silencio, a sus 65 años de edad, el maestro Eric Clapton nos entrega su obligada obra de madurez que todo gran artista rinde luego de comerse el mundo a puños.

Eric Clapton ha hecho durante toda su vida lo que le ha placido. La música es su motor. Le vino en gana ahora encerrarse en el estudio de grabación con sus amigos y poner a andar canciones lindas, piezas pegadoras, nomás porque sí, porque le gustan.

Sus amigos: Wynton Marsalis, Cheryl Crow, JJCale, Allen Toussaint, Steve Window. Cónclave de gigantes.

De hecho, dice Clapton, él resultó ser el más sorprendido con los resultados. Sólo dejé fluir.

Porque sí, los seguidores de este gladiador de las gestas más bravías, siguen con la boca abierta, no pueden creer todavía que Eric Clapton haya grabado un disco con piezas tan llenas de calma, armonía y belleza, caminadas del lado moridor del blues, sin fuegos de artificio, y estemos todos tan felices, satisfechos, vaya, orgullosos de la labor de dios, es decir, de Eric Clapton.

El track inicial es francamente demoledor. Además de sus implicaciones metafísicas, encerradas desde el título mismo: Travelin’ Alone (Viajando solo), es una cantinela antítesis de las haunting melodies: una melodía de encantamiento. La tonalidad en que la canta, entre el desgarro blusero, el susurro rasposo, la canción de cuna y el pregón, envuelven al escucha en un halo de magia y de misterio. Es la versión en blues más próxima a las Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones de un viajero), de Gustav Mahler.

Esa pieza inicial funge a manera de obertura, lead, nave nodriza: infunde el tono de intimidad, ternura, discurso amoroso, sesión de placer sin más, que privará en todo el disco. Es tan propicia la atmósfera que no sería raro que el escucha descorche un buen vino, un vodkita, un Juanito Caminador (Johnnie Walker, muy a tono con la rola inicial) para lubricar este viaje mágico y misterioso.

El segundo track, Rocking Chair, es como su nombre lo indica una mecedora, una caricia en las entendederas, una demostración de que la felicidad no es un arma caliente, como pensaba John Lenin, sino es algo más simple, como una mecedora, una hamaca, el sofá de la casa. O una dulce canción de amor.

Los riffs de Eric Clapton se suceden en este disco con la pasmosa suntuosidad de la grulla cuando se aparea. Lenta y suave, lenta y calma, lenta y amorosa.

Un maestro, Eric Clapton. En el nombre lleva las aclamaciones, los aplausos: clap clap clap clap clap clap clapton.

Es tan amoroso el espíritu que pervive en este disco que todos los músicos participantes se ponen bien felices de hacer música. Wynton Marsalis, por ejemplo, emula al mismísimo Satchmo en una intervención solista. JJCale cala hondo. Sheryl Crow cruje de placer. Steve Winwood calienta el aire de madera y Allen Toussaint pone a temblar las teclas como damas desnudas en un paisaje frío que se vuelve tibio que deviene cálido con esta música tan libre, tan fresca, tan diáfana y tan exquisita.

Señoras y señores, he aquí la obra de madurez de un maestro tan querido: aplausos para Eric Clap Clap Clap Clap Clap Clapton.