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Toros

Godoy triunfó ante 2 mansos perdidos; De La Punta ni la yunta, gritó un aficionado

Lorenzo Garza Gaona dividió, irritó y enloqueció a la gente en la México

El juez le otorgó dos orejas, pese a que mató de un sartenazo echeverrista, arriba y adelante

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El novillero David Vizcaya durante la lidia en la plaza Nuevo Progreso, en GuadalajaraFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 13 de septiembre de 2010, p. a42

Nieto de Lorenzo Garza y bisnieto de Rodolfo Gaona, Lorenzo Garza Gaona estuvo a punto de suscitar una gresca en la Plaza México, entre los pocos que lo abucheaban (con razón) para criticar sus limitaciones y los muchos que le celebraban todo en razón de su linaje. Para algunos era la rencarnación del Indio Grande y el Ave de las Tempestades; para otros, un ¡mamarracho!

Lo cierto es que gracias a él, la novillada final de la temporada chica 2010, llegó a su clímax desde que el segundo espada, el tapatío Oliver Godoy, que tiene lo suyo, mató de estoconazo al quinto de la tarde. El bicho, manso perdido, sufrió una torrencial hemorragia cuando el acero le partió el corazón, y la sangre bañó los sombreros que alfombraban la arena, creando una imagen simbólica del horror de nuestros días.

Como Godoy había estado enorme por verónicas y naturales ante su primer enemigo, al que pinchó, y como en su segundo turno volvió a bordar el toreo, el escaso público premió su entrega con la petición de una oreja que el juez otorgó de buena gana. Antes, había pasado inédito el chilango Salvador López ante un borrego y un buey, sosos y feos como todos los ejemplares que envió el hierro de La Punta, cuyo fracaso fue resumido por la venenosa rima de un gritón: De La Punta ni la yunta.

Faltaba pues que soltaran al sexto, pero éste se lastimó –tal vez cuando el empresario Rafael Herrerías visitó por mera casualidad las corraletas– y fue cambiado por un toro viejo, del hierro de Jorge María, que dejó sin aliento a espectadores, monosabios y cuadrillas en cuanto saltó al ruedo. Era un pavo tan serio que el inspector de callejón, Miguel Arroyo Romero –hijo de don Facundo Arroyo, el legendario juez de Texcoco– dio una voz general de alerta.

Y vestido de negro y oro, Garza Gaona salió a saludar al marrajo con el percal, sólo para cosechar una nueva rechifla de sus antipatizantes y el silencio impaciente de sus partidarios. Paquiro, el banderillero, lo colocó entonces bajo la vara del picador, pero la bestia embistió y dejó patas arriba al caballo.

Tras un segundo tercio, que finalizó elocuentemente con la arena adornada de banderillas y sólo dos palitroques en los lomos de la res, Lorenzo fue al centro del redondel, y sin brindar a nadie ni quitarse la montera –en abierto desafío a sus detractores y con una sonrisa idéntica a la de su beligerante abuelo– comenzó a zumbarse al de Jorge María con medios muletazos bien templados pero a media altura, y a ligarlos acompañándolos con el giro de la cintura hasta lograr tandas de cinco y de seis pases, lo que pronto orquestó un coro de olés vibrantes de dramatismo y, entre serie y serie, reproches de ¡toro!, ¡más lejos!, ¡por la izquierda!, que cerca estuvieron de provocar una batalla entre tirios y troyanos.

Ese fue el mayor mérito de un muchacho al que le falta todo por aprender, pero que tiene la gracia tutelar de sus míticos ancestros. Por eso, cuando entró a matar, y clavó la espada al estilo echeverrista –arriba y adelante, es decir, en el pescuezo–, quienes ya se le habían entregado sacaron los pañuelos llorando, en algunos casos víctimas de la histeria, sobre todo las muchachas más bonitas de la plaza, y protestaron sin ninguna razón cuando el juez concedió la primera oreja para obligarlo a soltar la otra.

Agradecido por el ilícito pero oportuno cambio de toro que le permitió obtener tan importante triunfo, Garza Gaona invitó a Herrerías a dar una jubilosa vuelta al ruedo. La México permanecerá cerrada hasta el 7 de noviembre.