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Ver día anteriorMartes 6 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El modelo del gen maestro
E

l próximo mes de agosto se cumplirán 40 años del fallecimiento de Henry Hubert Turner, cuyo nombre fue asignado a una de las primeras patologías genéticas descritas, que ha sido uno de los puntos de partida más significativos en los estudios de las bases genéticas de la sexualidad humana.

En el síndrome de Turner se presentan muy diversas anomalías, entre las que se encuentran fallas en la función ovárica, ausencia de la menstruación y esterilidad. Si bien la descripción de los primeros casos realizada por Turner y sus colegas se publicó en 1938, 21 años más tarde, en 1959, se pudo demostrar en estos casos la ausencia de un cromosoma sexual.

Hablando de aniversarios, el pasado 20 de marzo se celebraron 98 años del nacimiento de otro pionero: Harry Fitch Klinefelter. En 1942, al trabajar al lado de un genio de la medicina, Fuller Albright, describió el síndrome que lleva su nombre. En su reporte, describe el caso de nueve hombres con ginecomastia (crecimiento anormal de las mamas), escaso vello facial y corporal, testículos pequeños e incapacidad para producir esperma. A diferencia del síndrome de Turner, en el que falta un elemento, en el síndrome de Klinefelter hay un cromosoma sexual de más.

En condiciones normales los humanos tenemos 46 cromosomas (44 de los cuales son autosomas y dos son cromosomas sexuales). En los hombres hay una combinación de cromosomas sexuales XY (46, XY) y en las mujeres XX (46, XX). En el síndrome de Turner hace falta un cromosoma X (de tal manera que el arreglo en estos casos es 45, X0). No obstante, en estas personas el fenotipo es completamente femenino y con las actuales técnicas de reproducción asistida pueden embarazarse y tener hijos. En el síndrome de Klinefelter, como ya se dijo, hay un cromosoma extra (47, XXY), y en estas personas se desarrollan testículos y el fenotipo es masculino.

Estos dos síndromes fueron los motores de toda una etapa de la investigación científica desde una visión que podemos juzgar ahora como parcial, pues se basó en la creencia del predominio del cromosoma Y para explicar el desarrollo sexual tanto de mujeres como de hombres. El razonamiento es el siguiente: en ausencia del cromosoma Y se sigue una línea de desarrollo femenina, mientras en presencia de este elemento, el desarrollo es masculino.

Esto llevó a la búsqueda incesante del elemento dentro del cromosoma Y cuya presencia podría explicar el desarrollo del testículo en el embrión humano y cuya ausencia explicaría la formación del ovario y una ruta femenina. Después de varios candidatos (como los factores llamados TDF o ZDF), finalmente se encontró al gen maestro, llamado SRY.

Este razonamiento implicó por muchos años la creencia de que en las mujeres X0 o XX, por la simple ausencia de la señal masculina, la gónada primitiva en el embrión se dirigía a la formación de ovarios. Es decir, el desarrollo femenino era ¡por defecto! Y así era consignado en la mayor parte de los trabajos científicos.

Pero ahora todo parece haber cambiado. Como ya lo he señalado aquí, en el siglo XXI los cromosomas sexuales pierden jerarquía y se reconoce cada vez más el papel trascendental de los autosomas en el desarrollo sexual. También, a diferencia de las imágenes de pasividad predominantes por décadas, se acepta cada vez más que hay un proceso activo desde el punto de vista genético en el desarrollo femenino, con las múltiples evidencias sobre la participación de genes en la formación del ovario, como el RSPO1, localizado en el cromosoma 1.

Los síndromes de Turner y de Klinefelter seguirán siendo las joyas clásicas de la medicina genética, pero los caminos que se abren a partir de estas descripciones clínicas geniales serán en el futuro muy diferentes de las que se han seguido hasta ahora.