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Las sinfonías con apodo de Haydn
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Periódico La Jornada
Sábado 10 de octubre de 2009, p. a19

En los recientes nueve meses no ha dejado de sonar una música plena de encanto, fresca fragancia, agilidad y densa ligereza: toda aquella escrita por Franz Joseph Haydn (1732-1809), cuyo bicentenario luctuoso habilitó celebración de vida.

Es así que en los atriles de las salas de concierto del planeta se despliegan esas solfas negras sobre papeles amarillos de tiempo. El episodio más reciente y más glorioso es la puesta en vida de ese fresco monumental titulado Las Estaciones, que nos mantuvo frente a la computadora durante tres horas hace un par de semanas, merced a la transmisión en vivo vía Internet de ese concierto a cargo de la Filarmónica de Berlín, dirigida por su titular sir Simon Rattle.

Y a la par, las grabaciones discográficas no cesan en torno a la efeméride. Entre ellas destaca una caja titulada diestramente Haydn: Name Symphonies. Complete, que en once discos once despliega las obras orquestales que en vida recibieron motes, títulos, apodos, sobrenombres debidos a situaciones chuscas, anécdotas algunas que se pierden en la bruma de la leyenda, chistoretes o de plano meras referencias geográficas o circunstanciales.

Decir caja de once discos alarmaría a cualquier bolsillo y a su detentador, pero en cuanto se nombra a la marca de la disquera emisora: Brilliant, todo cambia, porque esta empresa holandesa –que hemos referido en distintas ocasiones– revolucionó el mercado de la música clásica por sus precios increíbles por lo bajo y sus colecciones completas (recuérdense, por nombrar los ejemplos mayores, las respectivas cajas dedicadas a las obras completas de Mozart, Bach, Beethoven, et al).

Recopilar en una sola caja las Name Symphonies de Haydn equivale a elaborar un discurso entre los varios posibles en torno a un océano de música como el que produjo el autor austriaco.

A diferencia de la recopilación de las 104 sinfonías, la acotación a las Sinfonías con Nombre aporta un itinerario preñado de hallazgos, sorpresas (no en balde una de las sinfo-nías se llama La Sorpresa), elucidaciones a granel por el punto de observación y escucha que implica tal cernido. El elemento de mayor atractivo no es el que dicta la apariencia: lo anecdótico, sino algo mejor: el delicioso sentido del humor de don Pancho Pepe Haydn.

Así por ejemplo en la penúltima sinfonía que escribió Haydn, la número 103, apodada El redoble del timbal, el mote viene de los primeros compases, asignados efectivamente al timbal para que redoble. Transcurre la música a toda orquesta y de repente, a mitad del movimiento, como si no viniera al caso vuelve a redoblar el timbal. El efecto es comiquísimo. (Con seguridad, de haber coincidido cronológicamente, hubiese respondido a la pregunta de Hemingway, ¿Por quién doblan las campanas? Con otra pregunta: ¿por quién doblan las esquinas? Y un aserto: los timbales re-doblan porque yo quiero.

La Sinfonía El reloj acusa su nombre enseguida, mientras El Milagro suena tan maravillosa que es efectivamente un milagro. La caza también resulta un tanto evidente por los sonidos bucólicos, los ecos de ladridos y por supuesto los cornos. Mientras El oso es un dechado de gracia y nitidez.

Hay también contenidos metafísicos: El filósofo, La mañana, El mediodía, La noche, Mercurio, La Passione, pues más que aludir a situaciones, propone, sugiere, entraña.

Porque solamente un poeta posee la capacidad de evocar, describir, retratar el concepto la mañana, que no es cualquier mañana sino algo más profundo: es un estado del alma. Ejemplo supremo de esto es la Sinfonía 44, titulada Trauersymphonie (trauer en alemán significa luto).

Sumamente divertida e igualmente ligera, la Sinfonía El Distraído. O bien La gallina. Diversión a mares, sorpresas a granel, delicia de música incomensurable, una alegría sinfín entreverada con los distintos colores de las emociones.

El océano Haydn transcurre en estos once discos de manera plácida, límpida y esdrújula.

¡Que viva Haydn muchos siglos más!