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Nuevas batallas de la juventud bolivariana
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El director Gustavo Dudamel, con algunos atrilistas de la Orquesta Juvenil Simón Bolívar de Venezuela, durante una de sus presentaciones en México, en 2008Foto Pablo Espinosa
Periódico La Jornada
Sábado 1º de agosto de 2009, p. a15

A los 28 años de edad, una persona pobre en recursos materiales pero rica en calidad humana, profesional y espiritual, se ha convertido en referente, ejemplo, demostración de que la bondad, la concentración en el trabajo, la serena actitud de entrega, de servicio, conducen siempre a la construcción de mejores personas.

Gustavo Dudamel es hoy una de las figuras más importantes del mundo musical. Su nombre figura al tú por tú con los de Claudio Abbado, su maestro en Mahler; sir Simon Rattle, su mentor en la función social de la música; Daniel Barenboim, su reflejo en ese reflejarse en otros jóvenes (los integrantes de la Orquesta West Eastern Divan, integrada por palestinos y judíos, que cumple 10 años de haber sido fundada por Barenboim y Edward Said).

Al igual que la totalidad de integrantes de la Orquesta Juvenil Simón Bolívar de Venezuela, Dudamel tiene orgullosamente origen humilde.

Tal potencia, cimentada en su concentración en el trabajo y mantenerse como un muchacho sencillo, común y corriente, como él mismo gusta definirse, ha demolido ya las rancias estructuras del viejo régimen de la música clásica. Hoy el mundo musical está rendido a sus pies. Y él como si nada.

La demostración más reciente, luego de su demoledor triunfo al frente de la Filarmónica de Berlín, documentada por La Jornada, es la llegada a México de su nueva grabación discográfica, en formato dvd: Live from Salzburg, que registra la manera como Dudamel y sus amigos conquistaron ese bastión, emblema, Meca.

Así como en el Carnegie Hall de Nueva York, en el Palacio de Bellas Artes de México y otros foros esta bola de chamacos en esplendor armaron tremendo huateque y pusieron a bailar a todos en sus butacas y dejaron con la boca abierta a los críticos más reacios y almidonados, así ocurrió en la mismísima Grosses Festspielhaus de Salzburgo el 29 de agosto de 2008 y cinco días antes en la Grosse Universitätsaula, en una sesión gloriosamente titulada School of Listening: La escuela del escuchar: una disertación oral y musical de Dudamel desde el podio y la batuta y los chavos desde sus atriles.

La parte central de este dvd es el concierto de la orquesta bolivariana, que consistió en dos partituras, la primera un jonrón y la segunda otro bambinazo con casa llena.

El resultado final resultó equivalente al juego perfecto, que el arte de la pelota caliente, el beisbol, consiste en que un pitcher despache las nueve entradas sin permitir hit ni carrera. Batuta-bate-vate, bate la batuta. Batea y todo lo voltea.

Porque no había habido en la Grosses Festspielhaus, una sala preñada de solemnidad, pulcritud, corrección política y buenos modales, un pandemonium tan angelical como el que desataron estos jóvenes cuando culminaron el concierto con su conocida costumbre de terminar tocando sus instrumentos y bailando y abrazando sus violas, oboes, cornos, violonchelos y sonriendo felices y en las butacas los aullidos de placer, las palmas de júbilo, la alegría de ver el mundo puesto de cabeza, al revés volteado. Bateado lindamente ventilado.

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El inicio del recital significó el retorno triunfal a ese foro austriaco de una gloria del arte pianístico, la maestra argentina Martha Argerich, quien acompañada por dos jóvenes maravilla, los hermanos Capuçon, Renaud al violín, Gautier al violonchelo, pusieron el horno para bollos con una versión exquisita, rotunda, intensamente ardorosa, del celebérrimo Triple Concierto de Ludwig van Beethoven.

La segunda parte fue apoteosis: en 36 minutos y 25 segundos, los jóvenes bolivarianos armaron un coro de estallidos de volcanes con una partitura monumental que si bien tocada y con el ímpetu que caracteriza a estos pulcros maestros, ponen a girar el planeta a velocidades supersónicas: Cuadros de una exposición, de Modesto Mussorgsky. Bataholas. Olas bateadas lindamente, lindos sus linderos.

Dos encores: la Marcha Radetzky, una tradición austriaca en la cual el público participa en la orquesta con sus palmas acompasadas en enfebrecido diapasón, y el Malambo, la danza final del Ballet Estancias del argentino Ginastera. Bailecito. Fiesta en los atriles, jolgorio en las butacas.

El material de ñapa, encore, regalo, que suelen contener los devedés, en este caso es una joya: Die Schule des Hörens, literalmente La escuela de las orejas en alemán, L’Ecole de l’ecoute, la escuela del escucha en francés, The School of Listening, o la escuela del escuchar, consistió en una sesión a toda orquesta con la Primera Sinfonía de Gustav Mahler.

El mundo venturosamente al revés: en las clases magistrales generalmente las butacas se pueblan de jóvenes y el podio de veteranos. En esta capital de la música, en este lugar del mundo donde el público sabe y mucho de lo que escucha, los jóvenes bolivarianos dictaron cátedra a los sabihondos paisanos de Mozart.

Escenas de ternura, como cuando Gustavo Dudamel voltea al público para explicarle qué es un trémolo y enseguida analizar el concepto mahleriano de la esperanza, o bien un pasaje tan sublime que debe interpretarse como si se estuviera nadando en una piscina de miel y no de agua, pues al bracear en agua el movimiento no es tan dulcemente lento como sí resulta de mover el cuerpo dentro de una alberca de miel.

Una persona pobre en recursos materiales, pero rica en calidad humana, profesional y espiritual tiene la capacidad de convertir el mundo en una alberca de miel, sin edulcorarlo.

Son las personas que dotan de magia al mundo. De amor y de belleza, que son sinónimos.