Opinión
Ver día anteriorLunes 22 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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TOROS
¿La fiesta en paz?

Candidatos ataurinos

A

taurino es término que no aparece en los diccionarios, rezagados siempre de la vitalidad de la lengua. Es neologismo nacido en este espacio para hacer más comprensible la de por sí absurda realidad que nos rodea. La a indica privación o negación, y en este caso inexcusable carencia de curiosidad de los políticos por enterarse, entender y pronunciarse en torno a la tauromaquia como expresión cultural de algunos pueblos.

Ese ha sido el rasgo unificador de las damas y los caballeros metidos a candidatos a puestos de elección en décadas pasadas, sean de centro, de izquierda o de derecha, pues para la grotesca industria partidista que nos cargamos no hay más ideología que el chambismo, los malabares y la simulación.

A esta severa miopía social –hay temas que mejor no vemos ni oímos– y confirmador embotamiento ideológico –lo moderno es lo opuesto a la crueldad– por parte de los metidos a candidatos primero, y a legisladores y gobernantes después, hay que añadir un factor más: la espada de Televisa pendiendo amenazante sobre sus cabecitas si intentan pensar por sí mismos, y expresarlo, con respecto al espectáculo taurino y su valor cultural, económico y político lastimosamente desperdiciados.

Como toda falsa competencia que se respete, los aztecos y el resto de los medios tampoco le enmiendan la plana al silencio cómplice de los televisos, por lo que la fiesta de toros ha sido convertida, como otras expresiones, en tradición centenaria sin tribuna, defensa legal sustentada, acotamientos ni estímulos que la encaucen. País sin un proyecto claro de sí mismo, difícilmente gobierno, legisladores y particulares podrían coordinarse para fortalecer algo tan original y propio como la tauromaquia.

El proyanquismo de sucesivos regímenes tan pasmados como voraces, el agringamiento generalizado de una sociedad manipulada hasta la temeridad, el contubernio de los poderes fácticos, así como los vicios especuladores y coyunturales de nuestra inefable clase política, hacen remota cualquier toma de conciencia de ésta en torno a la fiesta brava, urgida como nunca de perspectivas de sobrevivencia más imaginativas que la autorregulación.

Aficionado que acuda a las urnas el próximo 5 de julio, lo hará consciente de que no hay partido ni candidato con una propuesta en favor de otra de las tradiciones que se nos escurren entre las manos por nuestra absoluta incomprensión de nosotros mismos y de una modernidad bien entendida.