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A doña Constanza García Reyes, tal vez la última Adelita, Sedena le daba al año $1,500

Ajenos al festejo, veteranos y viudas de la Revolución malviven con 15 pesos diarios
 
Periódico La Jornada
Domingo 7 de junio de 2009, p. 4

Cuernavaca, Mor., 6 de junio. Cuando sólo era una niña, Constanza García Reyes conoció a un tal Emiliano Zapata, un joven al que “apenas le estaba pintando el bigote”, y quien unos años más tarde le confió que el mal gobierno lo andaba buscando para matarlo.

Eso fue a inicios del siglo pasado. Hoy, casi 100 años después, doña Constanza malvive como puede, prácticamente abandonada, igual que las viudas y nietos de quienes participaron en la gesta de 1910.

En contraste con los preparativos para festejar el próximo año el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, que cuentan con un presupuesto federal millonario, los veteranos pasan sus últimos días inmersos en la pobreza, con una pensión escasa que no siempre llega o que se evapora en las redes de la burocracia.

Durante un recorrido por algunas comunidades morelenses, escenario de la lucha revolucionaria, La Jornada constató las condiciones en las que subsisten familiares de los zapatistas.

Esperando a que me lleve Dios

Huitchila es un pequeño pueblo situado en el municipio de Tepalcingo, en medio de una zona de protección forestal que le da un respiro al estado de Morelos, cada vez más asfixiado por proyectos de urbanización descontrolada.

Casi oculto entre dos casas, hay un terreno donde un par de gallinas pica el suelo árido, y se levanta una pequeña construcción de adobe, llena de trastes viejos. Al lado, más al fondo, hay un cuarto de bloques recién construido, de tres metros por dos.

Ahí, acostada en una cama, se encuentra doña Constanza, tal vez la última soldadera de la Revolución, en espera de un suspiro final que la haga dejar de sufrir.

Ella fue esposa de Víctor Neri Cortés, soldado que formó parte de las tropas de Emiliano Zapata; aunque a ella no le tocó participar en el campo de batalla, fue una de las mujeres que ayudaron a los zapatistas a resistir, que les llevaron comida, parque e información de inteligencia.

A punto de cumplir 106 años de edad, a la Adelita ya le es prácticamente imposible caminar. Ya casi no escucha. Pero mantiene intacto el cariño por la gente que de vez en cuando la visita.

Sobre la Revolución ha olvidado casi todo, con excepción del momento en que, siendo adolescente, conoció al Caudillo del Sur, lo que la llevó a entrar de lleno al movimiento armado, como dijo en el documental Los últimos zapatistas. Héroes olvidados, de Francesco Taboada.

Todavía no me casaba, pero me acuerdo cuando hicieron la guerra en Tepalcingo. Se dice que lo mataron, pero no lo mataron, yo sé que no, dice convencida, y cuenta cómo las hermanas del guerrillero se encontraron con él, cuando todo mundo pensaba que había sido asesinado.

A doña Constanza, el gobierno del estado le da 500 pesos al mes, y la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) mil 500 al año, pero según ella, hace cuatro que no recibe nada, y no sabe si esto tiene que ver con el día en que alguien le pidió que estampara su huella dactilar en unos documentos, cuyo contenido nunca le explicaron. Serían como 10 hojas; les puse la huella, pero no hay nada (de dinero).

Con muy poco tiene que arreglárselas para sobrevivir en ese cuarto, a más de 35 grados de temperatura en esta época, porque el techo de la otra casa ya se había colapsado y por ahí entraba el agua en tiempo de lluvias, tercia en la plática la señora Luisa Vergara, hija del revolucionario Baudelio Vergara Sánchez, y quien se ha encargado de atender a doña Constanza.

Antes la situación era peor, si cabe. A las veteranas les daban entre 315 y 360 pesos al mes –menos que a los hombres–, cantidad que debían recoger en Cuernavaca o Cuautla, a más de 30 minutos de camino en auto desde Huitchila, en un taxi que por lo menos cobraba 50 pesos tan sólo de ida, explica Vergara.

“Ya namás estoy aquí, a ver cuándo Dios se acuerda de mí. Yo ya quisiera que se acordara de mí, ya no quiero sufrir. Mis piernas, mis brazos me duelen. No veo, no oigo bien. ¿Para qué me quiere aquí? No sirvo para nada no puedo hacer nada. Estoy aquí, como los pajaritos, esperando ya...”

Los políticos la gozan

En un día normal, cuando no hay homenajes, discursos políticos ni coronas de flores, el lugar donde fue asesinado Emiliano Zapata, el 10 de abril de 1919, sólo se distingue por la estatua de bronce que muestra al revolucionario en pose de batalla, con las dos patas de su caballo al aire.

A la izquierda pueden verse más de 10 placas que rinden tributo al caudillo, colocadas ahí por los sucesivos gobernadores morelenses, y al fondo un mural descolorido y semioculto, así como unos cuantos hoyos de bala en la pared que, según dicen, son los que abatieron a Zapata. O mejor dicho, a su compadre, porque todo mundo dice que él, desconfiado, no acudió a la cita con Jesús Guajardo.

Muy cerca de este monumento, más bien triste, donde no parecen haberse esmerado mucho para señalar que estamos en el lugar, vive don José Correa, hijo del coronel Antonio Correa Palma, uno de los hombres que primero se incorporaron a la Revolución para recuperar las tierras robadas por los hacendados.

Convaleciente de una caída que sufrió hace poco, pero de buen humor, don José recibe a sus amigos y les repite con lucidez todos los detalles del alzamiento campesino: quiénes participaron, quiénes se paran el cuello diciendo que participaron, dónde empezaba aquella trinchera, en qué lugar le dieron muerte a tales hombres.

Yo puedo decirles cómo empezó y cómo terminó la Revolución, afirma; también puede contar lo difícil que fue para los veteranos y ahora para sus hijos conseguir algo de ayuda de los gobiernos estatal y nacional.

Mientras la gente tiene que esperar para ver qué le toca de los apoyos para el campo, o luchar por incluirse en una lista u otra para recibir algún dinero, los políticos la gozan y se dedican a poner la leyenda Ruta 2010 en cuanta señalización hay en las carreteras.

De por sí ya hay pocos veteranos, dice, y los que todavía subsisten se ven obligados a malvivir junto con sus familias con una pensión miserable. No se cumplió el Plan de Ayala, porque ahí decía que había que crear un fondo para las viudas y huérfanos de la Revolución, señala.

Celebraciones de relumbrón

Para defender sus derechos y continuar gestionando los pocos recursos que les da el gobierno, los veteranos y sus familias se han agrupado en la Fundación Zapata y los Herederos de la Revolución, actualmente dirigida por Édgar Zapata, bisnieto del Caudillo del Sur.

Uno de los propósitos de la agrupación, cuenta su responsable en entrevista con La Jornada, es denunciar las condiciones de vida tan precarias que padecen las 34 viudas zapatistas que tenemos registradas, que ya tienen entre 90 y 110 años de edad.

En medio de unas celebraciones huecas y de relumbrón por el bicentenario y el centenario, es urgente llamar la atención sobre la miseria en que se debaten las esposas e hijos de los combatientes.

Imagínate, son 500 pesos que les da el gobierno de Morelos, y el federal les da 3 mil pesos cada seis meses. ¡En promedio son 15 pesos diarios los que reciben los sobrevivientes de la Revolución, y eso no alcanza ni para comprar carne o leche! Los gobiernos quieren hacer una conmemoración de discurso, pero, ¿dónde queda la gente viva?, se pregunta Édgar Zapata.

Hay que llegar a la gente con asistencia social, y no nada más recordar una efeméride. ¿Vamos a hacer un desfile y ahí se acabó? Si se hace caso omiso de las necesidades de los mexicanos, tal vez no haya otro levantamiento armado, pero sí un movimiento civil de reclamo o un enfrentamiento social, advierte.

En su lucha por que los veteranos tengan una vida digna, la Fundación Zapata ha solicitado que el monto de las pensiones se incremente, pero no ha tenido éxito hasta ahora, aunque la situación se ha paliado con diversas ayudas económicas de México –entre ellas la que otorgó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional– y otras provenientes del extranjero.

La mejor forma de recordar la gesta revolucionaria, considera el titular de la fundación, no es hacer obras faraónicas ni conmemoraciones elitistas, sino hacer que participe la gente y que el gobierno ayude a los campesinos de forma real. Desgraciadamente no se han cumplido los anhelos de la Revolución, que costó mucha sangre, pero que no ha caminado por el paternalismo, el clientelismo y la manipulación de los más pobres.