Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de mayo de 2008 Num: 687

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Hablar de Kapuscinski
MACIEK WISNIEWSKI Entrevista con ARTUR DOMOSLAWSKI

Dar a la voz a los pobres
MACIEK WISNIEWSKI

José Martí: universalidad
y nacionalidad

HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Dylan Thomas:
padres e hijos

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Javier Sicilia

Eduardo Garza, la persona y la ética

La ética se ha banalizado. La pérdida del sentido, un cúmulo de libros de autoayuda –esa moral de supermercado–, la ausencia del cultivo de las virtudes y la esquizofrenia entre el decir y el hacer que suele acompañar a nuestros políticos y a una parte de la jerarquía católica, han contribuido a su “nadificación”. Con ello hemos perdido la referencia fundamental de la vida: el hombre, su condición humana o, para decirlo con un término caro a la mejor tradición cristiana, la persona. Quizá por ello pocos libros abordan hoy en día esta oscura cuestión. Dos autores, sin embargo, han tenido el valor de hacerlo: el francés André Compte-Sponville y el mexicano Eduardo Garza Cuéllar. Sus semejanzas están allí; también sus diferencias. Mientras Compte-Sponville es un filósofo ateo, hijo del espinosismo, que ha hecho de la ética y el estudio de las virtudes la base fundamental de su pensamiento, Garza es un comunicólogo católico, “sabio –como dice Vicente Leñero– de lo cotidiano [...], explorador de realidades al tacto”. Por ello, Garza no se mete en arduas disquisiciones que se vuelven filosofía. Su decir, como lo muestran sus libros Comunicación en los valores. Serpientes y escaleras y, en particular, el más reciente, El reto de humanizar, reflexiones sobre la urgencia de ser persona (Trillas, 2008), se mueve en el terreno de lo real concreto. En él, como vuelve a decirlo Leñero, quien prologa el último de sus libros, el enfrentamiento con una realidad, con un problema de tantos, con una discusión, con el tema de una charla, con una anécdota o un libro, desencadena la reflexión, la penetración certera sobre lo esencial de la vida de la que están repletos los treinta y tres ensayos que componen El reto de humanizar.

Lejos de las recetas y de los consejos con los que la autoayuda ha banalizado la ética, reduciéndola a un conjunto de fórmulas moralinas que quieren enderezar nuestra vida, Garza busca la estructura fundamental del hombre: su condición de persona enclavada en la ética, ese universo de virtudes que, al decir de Compte-Sponville, “imitan al amor” y nos descubren el sentido de la existencia: el otro que, para decirlo con uno de los autores preferidos de Garza, Martín Buber, nos permite encontrar nuestro yo y abrirnos a la trascendencia.


Spinoza

Ahí, parece decirnos cada página de El reto de humanizar, en el marasmo de lo aparentemente intrascendente –es decir, ahí donde la realidad muestra que no hay salida, que el hombre, sometido a los poderes del mercado y de la técnica puesta al servicio de lo banal, ha muerto en la conciencia del hombre– ahí, si desmadejamos las telarañas con la que está tejido el sinsentido postmoderno, está la toma de conciencia que, trabajada por la razón y la voluntad –base de las virtudes–, a veces por la libertad y la gracia, nos humanizan.

“Toda virtud, escribe Compte-Sponville– es una cumbre entre dos vicios, un perfil de altura entre dos abismos: así el valor –entre cobardía y temeridad–, la dignidad –entre complacencia.” Conquistarlas es un duro trabajo de la conciencia que Garza, en su ensayo “Ser persona”, compara admirablemente con Los esclavos, de Miguel Ángel, esas “esculturas inconclusas de figuras humanas que parecen personas liberándose del cautiverio del mármol o tal vez sucumbiendo en él. En estas obras inconclusas en que se siente la tensión dramática entre lo inerte y lo vivo, se retrata también la condición humana”, su proceso humanizador o, para hermanarlo con Compte-Sponville, la lucha por elevarse a las cumbres, a las excelencias –ése es el sentido etimológico de virtud– que son la expresión más acabada de lo humano y de nuestra condición de personas.

Ciertamente, pensar con Eduardo Garza o con Compte-Sponville no nos hace ni virtuosos ni personas –un libro no puede hacer las veces de la vida–, pero nos enseñan a reflexionar sobre lo que la superficialidad del mundo nos ha velado y, al hacerlo, nos llevan a ser humildes frente a lo que somos, una virtud que en sí es ya un principio de humanización, una manera de empezar a escapar de la esclavitud del banal mármol que nos rodea.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.