Usted está aquí: miércoles 21 de junio de 2006 Política Futbol

Arnoldo Kraus

Futbol

Pues creo que ni modo. Creo, pero no aseguro, porque escribo estas líneas poco antes de que la selección de futbol de México juegue el último partido de la primera ronda del Mundial en Alemania. Y digo creo que ni modo porque otra vez, y como en tantas ocasiones, si no ganan nuestros representantes contra Portugal, nuestro futuro futbolero dependerá, como en tantos otros rubros, de lo que suceda en el juego entre los equipos que integran el grupo donde juega México.

Triste realidad: México podría seguir "vivo" en Alemania no tanto por méritos propios, sino por lo que el destino nos depare. Como sucede en muchos otros quehaceres de nuestra historia y como hoy constatamos: seguimos en el mapa y con una inestabilidad social que todavía aguanta "un poco" por dos razones. La primera, ajena a nuestras decisiones, pero bienvenida: el precio del petróleo anda por los cielos. La segunda, moralmente inaceptable, pero miserablemente necesaria y real: el gobierno de Vicente Fox continúa la tradición de los gobiernos del PRI y no ceja de exportar mexicanos a Estados Unidos. Y la triste realidad es triste porque mucho se esperaba -se espera- de la selección mexicana.

No sólo porque todos somos la selección y porque todos tenemos que pagar el suplicio de escuchar durante días y días a los doctos comunicadores que aprovechan la mínima oportunidad para burlarse del peinado de los rivales, para invocar a Dios y al Dios Gol, para mofarse del jugador de Angola apellidado Loco, para explotar los sentimientos y la euforia de la afición mexicana que logró llegar a Alemania o, incluso, para burlarse de la gente al entrevistarlos. No sólo por todo lo anterior, sino porque la situación política, económica y social de nuestro país requiere con urgencia unos cuantos goles para mitigar el desasosiego que reina por doquier.

No sé bien qué es lo que más me molesta cuando veo todo lo que sucede en torno a nuestros seleccionados, aunque, por supuesto, sé que lo que menos me irrita son los jugadores. Ellos no son los responsables de lo que hacen los medios de comunicación con sus figuras. No son los culpables de la política de Televisa ni de las compañías que les pegan durante el torneo en México escudos y lemas en cada centímetro de sus uniformes. No son los responsables de que el dinero los coopte y los modifique. No son los causantes de la política mexicana ni de que Vicente Fox requiera con urgencia una victoria para salir en la televisión y decir que los goles son reflejo de las sanas finanzas de nuestro país. No son tampoco responsables de que los medios de comunicación exploten al máximo sus herramientas para hacer de la afición masa y de la masa ingresos económicos. No son tampoco culpables de someterse a los dictados del mercado económico ni del descuido y del desprecio que tanto el gobierno como la iniciativa privada predican hacia otras actividades como la ciencia, la literatura, el cine o la música.

No son tampoco responsables de esa sensación tan desagradable que impera en el aire mexicano para quienes vemos con dolor, pero sin asombro lo que se invierte, y lo que me imagino después genera la fiesta del futbol. No son tampoco responsables de lo que puede representar su imagen para millones de mexicanos ni del malestar que queda acumulado después de toneladas de horas destinadas a ensalzar a nuestra selección. Creo, inclusive que no son ni siquiera responsables de jugar como juegan -¿mal o bien? No hay duda: el poder hace que la masa crezca y el futbol intenta que la masa olvide el tiempo.

Es una verdadera pena que la labor que hacen quienes manejan el negocio del futbol no tenga parangón en otros asuntos. Bueno sería que los dueños del poder político y empresarial invirtiesen en otras urgencias una pequeña fracción del dinero y de la saliva de lo que se gasta en el futbol. Bueno sería, pero no es así. Ni modo que los televisos, los Fox o los aztecas, por nombrar unos cuantos, dejen de creer que por lo menos durante unos días el futbol podría sacarnos del atolladero en el que nos encontramos. Bueno sería, pero ni modo. A menos de que Dios se apiade de nosotros y nos regale, junto con el incremento en el precio del petróleo y junto con las remesas que envían nuestros heroicos trabajadores migratorios, un triunfo sobre Portugal.

 
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