La otra celebración
Dentro de unos días, el 27 de enero de este naciente 2006, el mundo marcará con justificado gozo una efemérides notable: el aniversario 250 del nacimiento, en Salzburgo, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Como complemento de ese día especial, este será un Año Mozart en todo el mundo, lo que dará a los melómanos la muy bienvenida oportunidad de escuchar su gloriosa música en vivo con frecuencia mayor que la usual. Por supuesto, me adhiero desde ya, explícitamente, a la mozartiana celebración: hay que escuchar y festejar la música de Mozart durante todo este año, y el que sigue, y el que sigue... Sin embargo, me parece que todo buen amante de la música debería darse el tiempo necesario (y darse la oportunidad, y darse el gusto) para la otra celebración musical relevante de este año, una celebración que quizá no cause tanto revuelo como la de Mozart, pero que bien vale la pena de ser observada: me refiero a la conmemoración del centenario natal de Dmitri Shostakovich (1906-1975).
Hombre atribulado, artista neurótico (si me permiten la redundancia), compositor contradictorio y contrastante, creador profundamente expresivo, Shostakovich es hasta nuestros días objeto de encendidas polémicas estéticas, políticas y musicológicas. ¿Fue el auténtico heredero sinfónico de Gustav Mahler, o fue autor de bombásticas sinfonías de corte oficialista? ¿Fue un ciudadano agobiado y mortificado por las lacras y los excesos del régimen soviético, o fue un apparatchik cultural que se plegó por conveniencia a los dictados de Stalin y sus huestes? ¿Contribuyó con su música al tránsito entre el siglo XIX y la modernidad, o permaneció atado a las convenciones del pasado, disfrazándolas apenas con el barniz de lo nuevo?
Estas y muchas otras controversias sobre Shostakovich siguen siendo ventiladas en toda clase de estudios, análisis y textos críticos a su respecto. Lo interesante del caso es que, procediendo con objetividad (lo cual suele ser muy difícil cuando de música se trata), es perfectamente posible llegar a veredictos en un sentido u otro. Y en ello radica, precisamente, la riqueza de la música y la personalidad de Shostakovich, en los contrastes enormes, en los extremos aparentemente irreconciliables, en sus dualidades casi esquizofrénicas.
En última instancia, sin embargo, lo que importa es el impacto emocional directo de su música, que es sólido y potente, y ofrece numerosas riquezas para el oyente que no le teme al drama y al pa-thos en la música que escucha. Las contradicciones arriba mencionadas dieron como resultado lógico el que no toda la obra de Shostakovich sea del mismo nivel de calidad; sin embargo, sus composiciones destacadas están a la altura de lo mejor que se escribió durante el siglo XX. ¿Cómo acercarse, pues, a la esencia de Shostakovich, ante la imposibilidad de escuchar toda su música?
Mi consejo sería el de abordar de manera sistemática las tres áreas fundamentales de su producción y conocer sus 15 sinfo-nías, sus 15 cuartetos de cuerdas y sus seis conciertos (dos para violín, dos para violonchelo y dos para piano). Una vez realizado este tour de force, complementar estas audiciones con importantes obras selectas de otras regiones de su catálogo: los 24 preludios y fugas para piano, las óperas La nariz y Katerina Ismailova, las dos suites de jazz, los dos tríos con piano, el quinteto con piano, la sonata para violoncello, la sonata para viola (última obra de su catálogo), el concertino para dos pianos, y las dos sonatas para piano. Cumplida esta segunda parte de la audición, se puede continuar la celebración escuchando algunas de sus ricas partituras cinematográficas, el ciclo vocal sobre poemas folclóricos judíos, la suite coral Fidelidad y la suite vocal sobre poemas de Michelangelo Buonarroti.
Y para coronar esta aproximación a Dmitri Shostakovich en su centenario natal, dos tareas que recomiendo enfáticamente: leer el libro Testimonio, las memorias de Shostakovich editadas por Salomón Volkov, y ver la película Testimonio (basada en el libro) de Tony Palmer, con Ben Kingsley en el papel de un Shostakovich particularmente neurótico y atormentado. Por fortuna, algunas de nuestras orquestas ya han anunciado para su temporada 2006 una generosa dosis de la música sinfónica de Shostakovich en sus programaciones. Ojalá que otras instituciones sigan el ejemplo y programen obras de otras áreas de la producción del músico ruso. Será una buena contribución a esta otra celebración, cuya observancia será sin duda enriquecedora.