Usted está aquí: jueves 30 de junio de 2005 Política Utiliza el Ejército festejos pedranos para su guerra de baja intensidad

Con sobriedad y sin alcohol, los zapatistas celebraron a los santos Pedro y Pablo

Utiliza el Ejército festejos pedranos para su guerra de baja intensidad

La tropa parece integrarse a la vida cotidiana de las comunidades y organiza agasajo

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

Ampliar la imagen Sobre la carretera que conduce a San Andr� una ind�na extrae frijoles de una vaina FOTO Jos�arlo Gonz�z Foto: Jos�arlo Gonz�z

San Pedro Polho, Chis., 29 de junio. En este municipio tzotzil de los Altos, el más militarizado de Chiapas, el Ejército federal no se ve nada acuartelado, y hoy en particular parece propositivamente "integrado" a la vida cotidiana, de por sí subvertida, de las comunidades indígenas y los campamentos de desplazados. Así, en la cabecera oficial de Chenalhó un batallón chaporrea los prados de la escuela Benito Juárez por aquello de la labor social; en la base de operaciones (BO) de Las Limas varios soldados montan guardia con el arma en las manos, a dos o tres metros del jardín de niños de la comunidad; en la BO de Acteal la guarnición efectúa actividades normales y, cosa bastante inusual, sus vigías anotan los datos de los vehículos que transitan.

Pero donde se volaron la barda fue en la base militar del barrio de Majomut, a unos 200 metros de la cabecera municipal zapatista de Polhó. Ahí el 24 regimiento de caballería motorizada celebra, dentro de sus instalaciones y en compañía de algunos indígenas, las fiestas de san Pedro -con todo y un grupo de cumbias electrónicas junto a la bodega del campamento-, un torneo de basquetbol y, seguramente, en la noche un baile. El hearts and minds ("mentes y corazones") de los manuales del Pentágono en todo su esplendor.

Hoy se celebra la fiesta religiosa más importante de los pueblos de Chenalhó y Chalchihuitán: los santos Pedro y Pablo. Con sobriedad lo hacen los zapatistas, en alerta roja y sin permitir el acceso a Polhó de curas ni visitantes de la sociedad civil; en Acteal, las Abejas bailan literalmente sobre sus muertos; en Chenalhó la gran fiesta patronal congrega a miles frente a la parroquia pedrana. En las alturas de San Pablo Chalchihuitán, los pableros festejan a todo trapo con una ritualidad cercana al delirio (cuando menos etílico, pero no sólo).

Normalidad y alerta roja

En un día tan especial las fuerzas armadas dan un paso adelante en la guerra de baja intensidad al "poner" fiesta para los indígenas que se les quisieron acercar. Es histórico. Además, la actividad castrense pretende una enfática e histriónica normalidad, en contraste con el beneficio cafetalero de Majomut, abierto pero inactivo. Como en la mismísima Roma, san Pedro y san Pablo la rifan acá.

"La entrada a este centro autónomo rebelde zapatista de San Pedro Polhó se cierra por razones de alerta roja", reza una manta blanca entre dos palos, en el acceso al poblado zapatista donde se concentran desde hace siete años miles de desplazados, además de la población original, haciéndolo uno de los asentamientos humanos más poblados de los Altos.

La alerta rebelde detiene en la entrada a los visitantes, a los sacerdotes, a la prensa, pero no alcanza para detener a san Pedro llevando música, cohetones y rezos (más no alcohol, y la diferencia se nota).

La fuerza del festejo pedrano es tal que inclusive en la "tierra sangrada de los mártires" en Acteal se registran sucesos notables. Históricos. Mientras la marimba reposa, el grupo musical Familia Ruiz, de la colonia Los Chorros, toca cumbias para las Abejas sobrevivientes de la matanza, que usan como pista de baile el gran auditorio construido sobre las 45 tumbas de los indígenas masacrados el 22 de diciembre de 1997 por paramilitares que encabezaron pobladores de Los Chorros, colonia donde todos son priístas, y los que son paramilitares conservan sus armas y su organización criminal.

Pero el santo anda milagrero y las Abejas de Acteal han bailado desde ayer sobre juncia ajada en el techo de la ermita donde reposan sus muertos, y para ello fueron a contratar la música en el lugar de donde salieron los asesinos del gobierno, aquel no tan lejano día, para cometer, como reitera la Sexta declaración de la selva Lacandona divulgada hoy por el EZLN, un crimen que no se olvida.

Michel Chanteau, sacerdote de origen francés y pequeño como un tzotzil, párroco de Chenalhó durante tres décadas, hasta que fue expulsado forever por el gobierno de Ernesto Zedillo en aplicación facciosa del artículo 33 constitucional, está hoy al pie del altar en Chenalhó, con sotana y estola. Participa, como lo hizo durante muchísimos años, en la celebración pedrana. Ha vuelto.

Feria de baratijas

Las calles de San Pedro Chenalhó congregan a miles de indígenas en una feria de baratijas "de feria", juegos mecánicos y la animación musical en el atrio del templo de una agrupación de Tuxtla Gutiérrez, que incluye el llamado "atractivo visual" de una vedette que contonea su ombligo ante centenares de indígenas que la miran atónitos y no aplauden ni cuando la muchacha, acostumbrada a otros públicos, con coquetería les pide que lo hagan.

El suelo está lleno de basura y lodo tras dos días de fiesta. Numerosos cuerpos de indígenas caídos como marionetas sin hilos tocan el fondo de su frenesí con posh. Cada quien su campo de batalla. Entre vírgenes, crucifijos y santitos en los puestos de la feria, destacan las reproducciones de una efigie nueva en estas tierras: la "santa Muerte", de túnica roja y guadaña espantosa.

Huele a bagazo descompuesto, nance fermentado y fruta podrida. Un hombre pasa vendiendo unos kazoos de lámina que maúllan como gato a medio aparear. Frente al palacio municipal, el ayuntamiento propicia su propia fiesta con escaso éxito. Es la celebración más solitaria y desangelada de todo el territorio pedrano; en eso le gana inclusive a la mascarada de los soldados federales en Majomut, que ya es decir.

También San Pablo Chalchihuitán anda de fiesta, pero los milagros de este santo parecen antiguos, circulares, mucho más catárticos y bizarros. El piso de la iglesia se encuentra en llamas. Centenares de veladoras calientan el penetrante copalazo que entre lamentos respiran mujeres arrodilladas que humillan la cerviz contra las bancas mientras un hombre salmodia un tzotzil interminable. Aquí los bolos todavía no caen, pero no tardan, a menos que san Pablo sostenga sus hilos así como están: bailando los sones de arpa, guitarra y maracas, y los trepidantes alientos de una banda rica en tamborazos.

 
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