El desafuero y las miserias del PAN
Tendremos que esperar al viernes para conocer si la sección instructora se manifiesta en favor o en contra del juicio de procedencia del jefe de Gobierno del Distrito Federal. Un solo voto, el del diputado Frías, del PRI, definirá el sentido del dictamen, que en su caso conocerá o no la Cámara y, con ello, el curso de la sucesión presidencial de 2006, pero la responsabilidad histórica por el caso se distribuirá en partes proporcionales entre el Presidente de la República, la Procuraduría General de la República, el secretario de Gobernación y los priístas que trataron de sacar ventaja de una situación jurídica y políticamente aberrante. Todavía hay tiempo para evitar que se cometa una injusticia.
Mientras, hay cosas que ya no cambiarán. Cualquiera que sea el resultado de esta aventura, ya nada evitará la desilusión sobre la supuesta superioridad ética del panismo. No hay tal cosa. La derecha convirtió un problema, en principio menor, en una crisis política de proporciones nacionales, pero, además, quiso valerse de la ley como si ésta fuera simple instrumento al servicio de la lucha por el poder. Debido a su intolerancia, arropada bajo la fraseología del "estado de derecho", el panismo ha transformado la lucha política en una tarea destinada a clausurar cierta oposición que no cabe en su visión, aunque no se toca el corazón para suscribir alianzas vergonzantes con los herederos del viejo autoritarismo, así sea en sus versiones más light o simplemente tecnocráticas.
El panismo, que llegó a la Presidencia con un enorme capital de apoyo ciudadano, dilapidó el aura de la alternancia, cercenando el sentido del cambio logrado en 2006. Estos años han sido suficientes para demostrar, a los ojos de propios y extraños, la inmadurez de Acción Nacional; su incapacidad para gobernar un país tan complejo y heterogéneo como es México al despuntar el siglo XXI. El foxismo sacrificó una oportunidad histórica irrepetible para reformar la vida pública y, en cambio, nos introdujo a la falsa modernidad del mercadeo político, a la vulgaridad de suponer que los grandes asuntos nacionales se los resuelven con la imitación del modelo estadunidense. La crisis del desafuero ha demostrado, incluso a los más confiados, que el panismo carece de una idea de gobierno viable, que no sea el viejo compromiso conservador con la derecha, la obsecuencia al imperio y, en última instancia, a la hegemonía del priísmo que salió de Los Pinos pero se mantuvo intacto en las esferas donde las cosas se deciden.
El PAN prometió trabajar por un régimen democrático, pero en los hechos nos ha devuelto a las peores incertidumbres del autoritarismo. Al abandonar la negociación y el diálogo como sustentos de la política racional, el panismo ha hecho de la invocación a la legalidad una mera entelequia, un fantasma que se alza no para alcanzar la justicia sino para contener a los adversarios. Las mediaciones, imprescindibles para el buen funcionamiento de la convivencia plural, se han desvanecido en favor del más estrecho formalismo jurídico, como si ésta no fuera una sociedad urgida de cambios importantes en todos los órdenes.
Al presidente Fox se le llena la boca al hablar del cambio, pero en la realidad desconfía de toda opción que en verdad se proponga otra cosa. El miedo a esa izquierda difusa, que antes se veía como "amenaza comunista" y hoy se cataloga como "populista", está en el fondo de la conducta antidemocrática que subyace tras la solicitud de desafuero. Los impulsores de la inhabilitación de López Obrador no resisten la visión de una Presidencia distinta y distante al catecismo económico en uso, y se opondrán visceralmente a que ello ocurra, aunque se lleven entre las patas el pluralismo y la convivencia civilizada.
En este contexto, el PRI espera que la fruta madura caiga del árbol, pero teme contaminarse con ella, es decir, atragantarse o aparecer como verdugos en un pleito que en teoría les es ajeno. Si el PRI vota en favor del desafuero, como esperan muchos, nadie ganará en sentido estricto. La ley aparecerá como un recurso hecho a la medida de las ambiciones políticas y la política como una actividad sin fines morales. Nadie sabe si el diputado Frías aceptará el cálculo oportunista de algunos de sus líderes o si, por el contrario, hará de su voto un acto de reivindicación ética y legal, una expresión de responsabilidad política. No lo podemos saber de antemano, pero una cosa es segura:
Si la Cámara de diputados, con la mayoría panista-priísta, decidiera votar en favor del desafuero, las dudas que ya existen sobre las ventajas de la democracia se fortalecerán en el futuro inmediato. Ojalá y nadie se engañe en este punto. Apostar por el desafuero dará alas a la idea elemental de que todos los políticos son iguales y no tiene sentido sostenerlos. ''Que se vayan todos'' no es una consigna tan ajena o distante como parece. Queda poco tiempo y no hay para dónde hacerse. El PRI tiene la llave, uff.