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México D.F. Jueves 19 de agosto de 2004

Adolfo Sánchez Rebolledo

El fantasma del populismo

Un experto en temas electorales dijo la otra noche en un programa de televisión que el resultado del referendo revocatorio en Venezuela no resolverá la polarización de la sociedad. Y, así es, en efecto, pero al menos es un respiro en la espiral de violencia y desestabilización que han asolado a ese país desde hace ya varios años.

El ejercicio puso de manifiesto la madurez cívica de la ciudadanía y el amplio apoyo popular hacia el liderazgo del presidente Chávez, severamente cuestionado por la oposición y mal visto por la Casa Blanca.

La decisión de someterse al referendo bajo la observación internacional fue un acierto, pues, en definitiva, legitima (o "relegitima", según algunos) al gobierno y pone en entredicho la validez de la crítica al "populismo" como el enemigo principal de la democracia en Latinoamérica.

Al mismo tiempo, y a diferencia de lo que piensan algunos de los partidarios más radicales de la revolución bolivariana -e incluso, a pesar de la fraseología del Presidente- la situación puede y debe mejorar en el sentido del diálogo y la legalidad, no obstante las provocaciones y la división, que es real y parece irreversible, pues, como ha escrito un articulista -no sin cierta exageración- en el diario El Universal, de Caracas: "el enfrentamiento entre Chávez y la oposición se planteó entre dos filosofías de vida, dos modelos políticos, dos proyectos de país, dos formas distintas de plantarse en el continente y en el mundo", las cuales, digo por mi cuenta, solamente podrán competir a través de métodos democráticos, como una vez más quedó demostrado el 15 de agosto.

Los adversarios de Chávez alzan el fantasma del populismo como una amenaza para las libertades democráticas, pero en los hechos son los primeros que han apelado a recursos ilegales y de fuerza para deshacerse del gobierno, al lenguaje y los argumentos de la guerra fría reciclados por el Departamento de Estado. Sin embargo, ni la Constitución ni las estrategias de la revolución bolivariana tienen que ver, por ejemplo, con el camino cubano, pues no se proponen un cambio de fondo en las relaciones sociales de producción ni tampoco pretenden crear un régimen político similar al que tiene la isla. Claro que Chávez se propone una transformación de la vida social venezolana, cuestionando, eso sí, a los viejos partidos y a las antiguas alianzas que dispusieron, y aprovecharon, para su desarrollo y beneficio, los excedentes provenientes del petróleo.

La paradoja es que Chávez llegó al poder con el apoyo de sectores que ahora piden su caída: las amplias clases medias, las dirigencias sindicales, los empresarios cansados de la crisis, en fin, la ciudadanía nostálgica del nivel de vida perdido, que aún sueña con el modelo individualista de bienestar que le han vendido los medios como panacea.

El encono de la oposición que se siente traicionada por Chávez seguramente tiene algunas causas inobjetables, pero desde fuera es evidente que la razón del disgusto hacia el "populismo" del presidente venezolano se origina en 1) su actitud hacia Estados Unidos, cuya intervención en las intentonas para derrocarlo no es improbable, y 2) la alianza del presidente Chávez con las masas excluidas, convertidas en sujeto político con este gobierno. Y eso sí no se lo perdonan.

La presencia del chavismo, guste o no, es una realidad que no puede anularse mediante la repetición de las exiguas certezas del pensamiento único o el sentido común: el término "populista" se emplea con extremada recurrencia, pero, aunque se aplica de modo laxo para designar liderazgos políticos fuertes, unipersonales y muy poco institucionales, lo cierto es que el uso ha terminado por desgastarse: cualquiera que prefiera saludar al "pueblo" en lugar de referirse a la ciudadanía ya es considerado "populista" en algunos círculos bienpensantes. Decir de alguien que es "populista" resulta, al final y en cierta lógica, sólo una manera de nombrar al demagogo que se da bajo cualquier clima ideológico, llámese Fujimori o Le Pen.

Al margen de los circuitos académicos informados, donde sin duda se reconoce la polisemia del concepto, las alusiones actuales de la derecha al "neopopulismo" aparecen, en realidad, como una especie de conjuro contra cualquier opción "intervencionista" o "asistencialista", es decir, contra la sagrada permanencia del binomio democracia/mercado sobre el cual descansa la ideología neoliberal dominante.

Cuando la derecha alude al "populismo" reduciéndolo a una caricatura autoritaria fácil de vencer, da a entender un conflicto entre la democracia y la dictadura, pero en realidad sólo piensa en combatir las políticas impulsadas por el Estado para conseguir aquello que el mercado por sí mismo no está en condiciones de ofrecer: una mejor distribución del ingreso en beneficio de los sectores excluidos del desarrollo.

Por eso, tal vez, se equivocaron con Chávez.

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