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México D.F. Lunes 16 de agosto de 2004

Hermann Bellinghausen

Cuerda de capitanes

1. Maracaibo. Atrapado en un verdadero embotellamiento de embarcaciones en la boca del puerto, el capitán se alzó sobre sus manos, los pies en alto, y en tan incómoda postura gritó a los cuatro vientos.

La tripulación, una banda de almas perdidas, llevó de inmediato mano a la pistola. ƑQué pasaba? No tenían por qué entender.

El capitán había llorado suficientes noches ante el barómetro y la bitácora como para conservar residuos de paciencia. Le urgía, no desembarcar sino desembarcarlos. A esos pelados que le malobedecieron durante los gélidos meses del norte en invierno, entre Islandia la remota y los intranquilos astilleros de Gdánsk. Contrató a esa ralea en un arrebato de necesidad.

Escoria.

Su grito de cabeza al aproximarse Maracaibo era de liberación y de locura. ƑCuántos diciembres, cuántas lunas más?, preguntaba su alarido preverbal al tufo de una inesperada marisma.

La tripulación, pagada reglamentariamente, desaparecería sin despedirse. Cuanto antes mejor. Que se los lleve el ferry y me dejen en paz, pensaba Gordon, el capitán.

Se aproximó su perro Kicho. Meneó la cola. Teniéndolo de cabeza, el perro le lamió la cara. El capitán Gordon no se inmutó. Tiene la cara gruesa, la piel de caucho, sin rasurar.

Una vez que sintió el cerebro inundado de sangre se desplomó, semi inconsciente, riendo. Kicho, como todos los perros, no sabiendo qué hacer ante lo inesperado, ladró con un nudo en la garganta y reculó.

Gordon se encontraba bien, sereno al fin. Anudillado. El efecto feto lo alivió de pensar. Ancla que se hunde, nave que descansa. Hasta primavera.

2. Calipso. Imagina cuánto ha transcurrido desde aquellas aguas preabismales, en su acumulación de años e impaciencia juvenil. Atravesó los estrechos del continente, turbados por tormentas sucesivas, y se dirigió con la nave primigenia, la del segundo origen (siendo la cuna el primero, sin registro verificable en la memoria), al lugar donde mueren todos los barcos y nace la próxima esperanza. A punto de ahogarse, el capitán, que entonces no sabía que era capitán, nadó como pudo y se aferró a una isla, ese jirón de vida que se te ofrece de pronto en las manos del mar y mal que bien te salva. Se arrastró en la arena hasta una roca que le permitió incorporarse. Anduvo, a su cadencia, y una a una se borraron sus huellas en la playa, unas a manos del viento, otras bajo el mantón espumeante de las aguas. Lo primero que encontró fue una escalera blanca que daba vuelta, y una columna para apoyar el mareo de la insoportable postura vertical. Imagina un poco la sorpresa del capitán, que no se sabe capitán, al ascender con hambre y sed de náufrago y urgencias de reposo hacia la cabaña única en la isla única que aún hoy le parte el alma si la piensa. Calipso en cambio sí lo esperaba, y lo hechizó sin mucho esfuerzo, ha de ser lo débil que venía el extraviado capitán. Ya se le había escapado el tal Ulises u Odiseo, ella sabía por experiencia que los hombres de mar siempre se van. Lo abrazó enseguida y le propició el cuidado que el pobre hombre sentía por necesidad. Antes que él reaccionara, Calipso lo tuvo completamente seducido y lo condujo hacia su vagina abierta en canal y humedecido fervor. Con la mano se lo puso dentro. La felicidad abrumó la preconciencia del capitán y lo bañó en las olas del olvido. Un nuevo pasadizo se le presentaba al hombre, y Calipso se encargó de vestirlo en la túnica almidonada de la posibilidad. Ay, el hombre, qué bárbaro, decía para sí la seductora seducida que volvía a sentir su ser mujer. Al capitán lo delató su viejo miedo y quiso, si no huir, al menos dormir. No pudo. Los sueños no lo dejaban en paz. La fama quiere que Calipso sea hechicera, pero es sencillamente una mujer condenada a la juventud por siempre. El capitán dejó hundida en la mirada su caída en el abismo oceánico que pocos días antes creyó lo iba a aniquilar. En Calipso nació un puñado de noches nada ordinarias y días del tamaño de las islas reunidas. En el capitán también. De lo demás no sé, el manuscrito se interrumpe aquí.

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