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México D.F. Jueves 5 de febrero de 2004

Alfonso Morales

El villano de la pantalla chica

"Esto es un trabajo para El Santo", afirmó el comandante Fierro al evaluar la escandalosa presentación del criminal "más audaz que hemos conocido". El villano, que se hacía llamar Magnus y ocultaba su identidad bajo la consabida capucha negra, había robado todas las señales televisivas para transmitir, en directo, el secuestro de la cantante Marina Laval. Los televidentes, que poco antes disfrutaban de una romántica canción interpretada por Gerardo Reyes -"Me decías: por ti la arena de la playa contaría"-, sospecharon en aquel pionero reality show un truco publicitario. Se convencerían de que las amenazas de Magnus iban en serio con las siguientes apariciones del maleante mediático, quien además de asaltar una joyería -"Lo han visto; esto ha sido real"-, anunció la desaparición de otra estrella del espectáculo, la también cantante Brenda Durán.

Acompañado en todo momento por su apoderado Carlitos Suárez, El Enmascarado de Plata se hizo cargo de la artista en peligro, alojándola en su residencia. "Siempre será un placer proteger a una dama tan hermosa", le dijo el luchador a la cantante en la oficina de Fierro, ubicada en las instalaciones que en la vida real eran el centro operativo de Arturo El Negro Durazo, el siniestro y poderoso jefe de la policía de la ciudad de México durante el gobierno de José López Portillo.

Mientras tanto, en la mazmorra de un refugio secreto, localizado en el Valle del Silencio, pero dotado con la más avanzada tecnología en sistemas de comunicación, Magnus le confesaba a Marina Laval la atracción que sentía por su belleza. Al resistir el cortejo del villano -"Usted no me ama, sólo quiere satisfacer sus pasiones"-, la cantante se enteró de la venganza que significaba su rapto. Tiempo atrás, el encapuchado negro, hampón dedicado al contrabando y el tráfico de armas, había sido delatado por la madre de Marina. Ante el rechazo de la prisionera, Magnus se declaró autosuficiente en cuestiones de cariño. "Yo sólo amo a Magnus", le dijo, para luego presumir del inmenso poder con que contaba y hablar de sus maléficos planes futuros.

Atentos a los movimientos de El Santo, dos reporteros de El Sol competían por ganar la primicia relacionada con la identidad y localización de Magnus: el mencionado Gerardo Reyes, que además de cantante era periodista, y la atractiva y no menos atrevida Diana Díaz, íntima amiga de El Enmascarado de Plata.

A pesar del atentado que junto a El Santo y Carlitos Suárez sufriera en la casa del enmascarado, y del peligro que una presentación pública le significaba, Brenda Durán quiso cumplir con sus compromisos artísticos. La noche de su debut en un centro nocturno, el comandante Fierro y sus agentes montaron un impresionante cerco de vigilancia, con el fin de protegerla y a la vez tenderle una trampa al Asesino de la Televisión.

Magnus no se arredró ante los obstáculos y cumplió con su anunciado secuestro: mientras un zumbador destrozaba los oídos de El Santo, el comandante y los demás concurrentes al cabaret, unos falsos policías condujeron a Brenda a los asientos traseros de un automóvil. No pudieron huir de inmediato porque en el estacionamiento los enfrentó, como pudo, el apoderado de El Enmascarado de Plata. Los secuestradores habían sido seguidos, asimismo, por Gerardo Reyes y Diana Díaz, quienes aprovecharon la distracción motivada por la trifulca para hacer un intercambio: mientras Gerardo Reyes se llevaba a la auténtica Brenda Durán, su lugar era ocupado por la periodista, quien de ese modo llegaría a la guarida de Magnus.

El encapuchado de negro había contratado a un luchador para acabar con su plateado contrincante. Al enterarse de que había raptado no a Brenda, sino a Diana, y que El Santo, al ubicar el refugio del villano, intentaría el rescate de las bellezas secuestradas, se preparó para recibirlo. Luego de enfrentar a los guardias que protegían el escondite de Magnus, El Santo cayó en manos del despiadado criminal. Con el sacrificio de El Enmascarado de Plata, el Asesino de la Televisión se propuso ofrecer la más espectacular de sus apariciones en las pantallas hogareñas. Los televidentes verían arder, en vivo, directo y a todo color, la máscara y la musculatura del defensor de las causas nobles. Tal cosa no sucedió porque las habilidades de El Santo, como siempre, fueron más grandes que la saña y la ambición de uno más de los malvados que han pretendido apoderarse del mundo.

La anterior trama se desarrolló en la película Santo contra el Asesino de la Televisión, dirigida por Rafael Pérez Grovas, en 1981. Lourdes Grobet participó en esa producción, ubicada en el crepúsculo del largo trayecto filmográfico de El Enmascarado de Plata, como encargada de los stills -imágenes fijas, que la compañía productora utilizaría para la promoción de la cinta-. Además de las escenas que marcaba el guión, la fotógrafa se propuso documentar esa otra película sin movimientos ni diálogos preestablecidos, que El Santo estelarizaba en los tiempos muertos de la filmación. Las imágenes de Grobet confirmaron que El Santo, por el mandato de su máscara, no podía dejar de ser el héroe por todos conocido ni cuando comía tacos ni cuando sorbía un helado ni cuando se tendía sobre el pasto a descansar.

Más inverosímil que la escena en que estallaban las instalaciones de Magnus, fue ver al El Enmascarado de Plata entrar a la trastienda de una tortillería para servirse, en improvisada mesa, unas generosas porciones de carnitas. No es que el superhéroe hubiera bajado al mundo terrenal. Su presencia, más bien, había levantado a otra dimensión aquel modesto espacio perdido en la megalópolis. El ídolo que hizo posible Santo contra la invasión de los marcianos, permitía imaginar Santo contra la cisticercosis o Santo contra la mafia del nixtamal.

*Este texto forma parte del libro Espectacular de lucha libre, que la editorial Trilce publicará próximamente sobre el trabajo fotográfico de Lourdes Grobet.

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