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México D.F. Jueves 5 de febrero de 2004

Carlos Montemayor/I

La guerra no es simple

La guerra no es simple. Tiene mucho tiempo de estudio, de cálculo; también una faz antropológica y otra científica. Tiene un discurso pacifista, una esmerada justificación moral, un agresivo rostro para postularse como la única verdad. Su lenguaje la encubre. Nunca dice "yo soy la guerra". Dice otras cosas: "vengo a dar democracia, vengo a salvar, a quitar tiranos, a civilizar, a defenderme". Inclusive asegura que actúa por voluntad de Dios.

La administración de George W. Bush en Estados Unidos, y la administración de Ariel Sharon en Israel actúan así, confundiendo gravemente su poderío militar con tener la razón. Esto es recurrente en los múltiples procesos de invasión y agresión territorial. Es el caso de Israel en la ocupación avasalladora de territorios palestinos y en ataques aéreos en Libia y Siria. Es el caso de Estados Unidos desde la destrucción de una vasta zona de la ciudad de Panamá por la captura del general Manuel Antonio Noriega, hasta las invasiones y ocupaciones recientes de Afganistán e Irak.

Los tiempos de la ocupación territorial deben extenderse durante años o décadas, y tal ocupación se convierte en una guerra civil constante, en una lucha de resistencia constante. Cierto, la guerra contra "el terrorismo" puede en algún momento, como teme Gore Vidal, levantar en armas a todo el mapa musulmán en contra de la expansión y ocupación agresiva estadunidense e israelí. Pero también provoca otra cosa. Después de la decisión que tomó el presidente Bush de invadir Irak por encima del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y dividiendo a la comunidad europea, todos los países con armas de destrucción masiva supieron que era el momento de incrementar sus arsenales, de intensificar investigaciones en armamento convencional y no convencional. Cuando se quejó el gobierno estadunidense de que Rusia estaba proporcionando armas de defensa y visores nocturnos a Irak, lo negaron los vendedores rusos afirmando que "si les hubiéramos vendido armas, ustedes no hubieran puesto un solo pie en territorio iraquí", respuesta nada pacifista, que no implicaba temor, sino desafío. Con la avanzada militar estadunidense e israelí, la carrera armamentista va en crecimiento en varias regiones del planeta.

A mediados de 2003 conocí otro mecanismo de la guerra y las negociaciones de paz. Durante mi estancia en Italia, visité la ciudad de Pisa para reunirme con algunos estudiantes de una licenciatura peculiar: Scienze per la pace (ciencia para la paz). Se trata de una licenciatura ofrecida por la Universidad de Pisa en años recientes, que busca imprimir en la formación de los estudiantes una marcada apertura internacional, una fuerte interdisciplinariedad y una específica interacción entre la cultura humanística y la cultura científica. Es decir, al estudio de las disciplinas jurídicas, económicas y sociales, se agregan elementos de matemáticas, informática, demografía, estadística social, biología humana, evolución biológica, antropología y etnodesarrollo, sicología, desarrollo sustentable e historia de la ciencia.

Esta carrera se propone formar cuadros profesionales útiles para la intermediación y conciliación de paz, para la cooperación internacional en organismos nacionales, internacionales y no gubernamentales, y también para la participación en soluciones pacíficas de conflictos armados y acciones en fases posteriores a tales conflictos como el monitoreo electoral, supervisión de derechos humanos y facilitación de procesos de democratización.

Me recibió en Pisa el profesor Rocco Altieri, autor de una interesante biografía intelectual de Aldo Capitini, un pacifista y visionario italiano nacido en 1899 que llevó a plenitud en su activismo político "el poder de la verdad" de Gandhi, el Satyagraha.

La reunión con los alumnos fue muy útil. Varios de ellos estaban realizando investigaciones sobre Chiapas y Guatemala y su interés y conocimiento eran evidentes. Pero aprendí algo más de otra alumna que se especializaba en el proceso de paz israelí y palestino. Estaba por viajar a Israel y estudiar un semestre en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Hablé con ella de algunos amigos que teníamos en común, todos ellos profesores de ciencias sociales en la Universidad Hebrea, aunque ella destacaba particularmente su afecto por Edy Kaufman y su esposa.

Al día siguiente Rocco Altieri invitó a esta estudiante a almorzar con nosotros. Mientras comíamos le pregunté si creía posible que con un gobierno como el de Ariel Sharón se podría encontrar un camino hacia la paz. Le desconcertó mi pregunta, quizás le desagradó, incluso. "Varios investigadores israelíes y no israelíes han documentado la tendencia agresiva de Sharon desde sus funciones en el ejército y el Ministerio de Agricultura", agregué. Ella me miró extrañada, queriendo no entender, pero sonriendo condescendiente. "Has leído a Michel Warschawski, Ƒverdad?", insistí, pues se trata de uno de los más tenaces y conocidos luchadores por la paz, uno de los israelíes más críticos y lúcidos. "No lo conozco". "ƑY a Noam Chomsky, a él sí lo has leído?", pregunté. La reacción de ella fue inmediata. "No me gusta, me desagrada", respondió con un gesto despectivo. "Es desagradable". "ƑPero lo has leído?", volví a preguntar. "Es alguien que no me interesa. No me gusta" y movió la mano en el aire, como apartándolo. Intervino Rocco Altieri. "Chomsky vino aquí hace dos años. Fui a su conferencia. Hablaba en inglés y una intérprete lo traducía simultáneamente al italiano. Creo que tiene una voz desagradable". La estudiante sonrió, agradeciendo el singular y aparente apoyo del profesor Altieri. Se retiró de la mesa algunos minutos después.

Altieri me informó brevemente: "ella hace labor de cabildeo en Italia para que se apoye el ingreso de Israel en la Comunidad Europea". Esto me explicó en parte la actitud de la estudiante. Pero también me ilustró acerca de la nueva metodología para rebatir argumentos, investigaciones, datos de autores tan relevantes como Warschawski o Chomsky: basta con decir "no me agrada". Así se ahorran la fatiga de argumentar, pensar, negociar. Una nueva forma de repetir: "el que no está conmigo, está contra mí". Una nueva manera de negar la lucidez y el razonamiento de los demás. Un nuevo estilo de decir: "el que no está con mi guerra va contra Estados Unidos o es antisemita."

Recordé que a los intelectuales judíos que se atreven a criticar las medidas violentas e invasoras del gobierno israelí los llaman en Estados Unidos de una manera más agresiva que la mostrada por la estudiante en Italia. Los llaman self-haters, "los que se odian a sí mismos". Es decir, atribuyen al prójimo la pasión con que los otros en verdad lo miran.

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