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México D.F. Jueves 22 de enero de 2004

En las aisladas comunidades sobreviven con lo poco que mandan los migrantes

Habitantes de Metlatónoc escapan de la miseria hacia los campos del norte

En esta zona de la Montaña guerrerense las mujeres "tienen muy escaso valor"

ALONSO URRUTIA Y JESUS SAAVEDRA ENVIADO Y CORRESPONSAL

Metlatonoc, Gro. Tierra Blanquita es una comunidad de migrantes. Sus habitantes van a Culiacán, San Quintín, Chihuahua... donde quiera que haya un poco más de dinero que aquí. Cualquier faena en los campos del norte es buena para escapar de la pobreza de esta tierra.

Estos meses son tiempos de migra, por lo que el pueblo está semidesierto. De entre las muchas casas abandonadas asoma una mujer con su hijo, que padece una ostensible desnutrición. Renuente a platicar, responde con parquedad que cualquier cosa que se quiera saber se debe acudir con el responsable del comisariado, que tampoco está.
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No sólo de aquí se nutren de jornaleros los campos de Sinaloa, Chihuahua y Baja California, también van de Aztompa, de Metlatónoc, de San Rafael... Muchos se fueron a Tlapa para alcanzar los camiones fletados por los productores de otras tierras para acarrear a quien les coseche sus campos.

Desde aquellos lugares mandan gran parte de su raya para la sobrevivencia de quienes o bien no quieren o ya no pueden andar de un lado para otro. Regina Ortiz es una anciana que dice haber olvidado su edad, pero no el recuerdo del asesinato de su hijo en Culiacán. Hasta acá le mandaron decir que murió en su intento de cobrar un dinero que prestó y nunca le quisieron devolver.

Recién la abandonó también su hija para irse a Tlapa, abonando a sus angustias. Con sus años todavía anda persiguiendo los animales que tiene por sus tierras y ya no está para esas cosas. Partera de oficio, hasta que un pleito con la doctora del poblado terminó con su labor, ahora está dedicada a hacer sombreros de palma con una paciencia infinita.

Mientras su marido, Aurelio Fonseca, corta el ocote para vender a cinco pesos la fajilla, ella entreteje la palma hasta darle forma de sombrero, que le comprarán a 20 pesos la docena. Son los ingresos en lo que crece la milpa.

Su casa se encuentra casi al paso de un camino polvoriento, que en tiempos de lluvia se vuelve un lodazal intransitable. Menuda, deja a medio hacer el sombrero para avivar el fogón y cocinar el guiso de ejotes que, una vez más, será la comida del día.

Entre que remoja los granos de elote y espanta al gato que ronda el fogón, se da un tiempo para atender un masaje que le es requerido por quien aún recuerda sus años de comadrona, que algo le debieron haber dejado en eso de relajar el cuerpo.

A un costado de la cama donde rueda una y otra vez al paciente, varios huacales en fila encierran a la media docena de gallinas que algún día se requerirán, sea para un caldo en una ocasión especial o para sacrificarlas en un rezo desesperado por recuperar la salud de alguien. Más allá la hierbasanta, el epazote y un par de trozos de carne seca y mosqueada completan la reserva alimentaria.

Luz "de un día"

En el pueblo -rezonga Aurelio- no hay luz, desde que "un rayo se la chingó el año pasado". Pusieron la instalación, duró un año y nunca más han venido a componerla. Por lo pronto, mientras llega el momento de cosechar, que en la Montaña guerrerense es en febrero -porque "dilata en madurar"-, no hay más que despedazar los trozos de ocote para hacerse de algunos pesos.

No vienen buenos tiempos. Se resignan desde ahora a que no habrá un buen año, uno más.
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Hasta hace algún tiempo Aurelio era recero, oraba por el alma y la salud de sus prójimos y clientes, que es lo mismo. Con su edad, dice, ya está harto de esos complicados rituales de echar las cartas, purificar las hojas de flor de borracho con aguardiente, echarse un trago del mismo para escupirlo sobre el alma en pena que tiene algún padecimiento y concluir ofrendando la sangre del animal sacrificado para ahuyentarle sus males.

Desde aquí, en San Rafael, se aprecia a la distancia San Miguel Viejo, famoso en la región por ser la cuna de los brujos de la Montaña, tan socorridos por estos lugares.

¿Venta de mujeres?

Hay quien dice que son los efectos de la pobreza los que han pervertido la costumbre; otros simplemente lo justifican como una nueva expresión de la tradicional dote, pero en Cochoapa el pago en efectivo por las mujeres que se han de casar es otra peculiaridad que lo caracteriza.

"La pobreza ha obligado a la perversión de una costumbre, que ha transformado la entrega de la dote de la familia del varón que se ha de casar, de guajolotes, cervezas o cargas de maíz, a una mera entrega de dinero: 20 o 25 mil pesos por la muchacha, que ni sabe con quién ha de vivir", dice Abel Barrera, del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlalchinollan.

En ese centro, con sede en Tlapa, se han llevado casos de asistencia sobre estos excesos, explica Barrera, porque además de todo cuando las familias pactan el trato no hay forma de deshacerlo. "En Cochoapa no hay noviazgo, existe una total desprotección de la mujer en aras de conseguir dinero".

Para otros, sencillamente esto es una modificación de las formas tradicionales de entregar dote cuando hay un matrimonio, y no hay nada malo en ello. Lo que habían de pagar en especie, algunos lo hacen en efectivo y ya. Esa es la explicación.

La pobreza de Metlatónoc se debe, en gran parte, a su aislamiento. No hay ruta comercial que pase por acá, ningún distribuidor -como no sea el del jugoso negocio de la cerveza- que pierda horas en andar por las veredas interminables que comunican estos pueblos. Quizá por eso mismo -dicen- ha proliferado la siembra de amapola en la región. De unos años para acá ha servido como refugio de algunos, aunque sea sólo para paliar el hambre y medio vivir.

Muy lejos están de ser pueblos tocados por la bonanza del narco.

Por los caminos que llegan a Metlatónoc, hoy decenas de familias se dirigen al palacio municipal. Desde temprano salieron de sus comunidades, pues es un día especial, es la fecha fijada por la autoridad para entregarles los recursos del Progresa.

Es una fuente apreciada de recursos, en un lugar donde la obra social del gobierno es tan escasa como abundante la propaganda electoral de PRI y PRD. No hay dinero para repintar los anuncios, que suenan a burla estando las cosas como están aquí.

Así es la política y los políticos que se ofrecen como "la mejor opción" o se precian de ser imprescindibles para la construcción de un mejor futuro, aunque de entre esos muchos anuncios todavía hay uno que presagiaba Solidaridad: "Metlatónoc, con Salinas de Gortari".

En los pueblos no hay obra gubernamental, pero existe una peculiar competencia, casi obsesiva, por el mejoramiento de los templos. Prácticamente no hay santuario católico que no esté en reconstrucción o al menos algún tipo de remozamiento, al precio que sea.

Camino hacia la punta de la montaña, los estragos de la deforestación son visibles. Toneladas de madera que un empresario se llevó a cambio de su magnánimo gesto de financiar la remodelación de la iglesia de Cochoapa. No se preocupó por reforestar.

El trabajo religioso

En las orillas de Cochoapa se encuentra la casa que alberga a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paula, una congregación de madres fundada en Francia hacia el siglo XVII. No son muchas, apenas tres mujeres que han echado a andar programas que van más allá de sus labores evangélicas.

Con tantas limitaciones, el Evangelio se vincula con la mitigación de sus carencias. Sor María Silvia, la madre superiora, no oculta las complicaciones de su labor en una comunidad donde "la mujer tiene muy escaso valor". Es la razón por la cual se han centrado en la búsqueda de redimir esa condición.

Las tareas de alfabetización se ligan también a la difusión de medidas para la protección de la salud y la higiene; sirven también como enlace entre las instituciones de salud para la distribución de papillas especiales para combatir la desnutrición infantil. En otros casos, la orientación se encauza para que busquen su propia fuente de ingresos a partir del desarrollo de sus manualidades.

No es fácil. Pocos pagan mil pesos por un huipil. "Me dirá que con eso se va usted al Palacio de Hierro -dice la madre Alicia, originaria de Monterrey-, pero si las vieran trabajar y lo que implica hacerlo a mano, lo pagarían".

A las dificultades de la comercialización de huipiles, carpetas y algunas otras cosas más se ligan los recurrentes abusos de los maridos, para quienes les representa un buen dinero... para comprar cerveza.

Y es que en todo ello, pues hay muchas costumbres difíciles de cambiar, "así aprendieron a vivir y así viven..."

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