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México D.F. Domingo 4 de enero de 2004

MAR DE HISTORIAS

El vuelo de Chicago

Cristina Pacheco

Diana oye los comentarios con falso interés, sólo para cubrir el expediente. Las palabras de sus compañeros arrastran olores a comida, sensación de hartura, fastidio envuelto para regalo. De un momento a otro le preguntarán qué hizo durante sus vacaciones. Tiene bien estudiada la respuesta: "La pasé muy tranquila en la casa. Mi mamá sigue delicada y preferí que no saliéramos".

Escucha suspiros y percibe intercambio de miradas. Juntas significan: "Pobre Diana". Le choca sentirse sujeto de lástima. Aun así, lo prefiere a la extrañeza que suscitaría entre sus compañeros saber la verdad: fue al aeropuerto para reconstruir un recuerdo. La frase le parece ridícula y le arranca una sonrisa que despierta la suspicacia de Amalia: "El que a solas se ríe..." Julieta termina la frase: "De sus maldades se acuerda y de sinvergüenza se pasa". Nuevas risas y la insistencia de Carolina: "Cuéntanos: Ƒqué hiciste?"

Amalia no se da por vencida: "Se me hace que te fuiste por ahí con algún galán". Diana considera la posibilidad de que alguien la haya visto en el aeropuerto. Enseguida la desecha: entre aquel gentío, Ƒquién hubiera podido verla? Además, se mimetizó con los grupos que acudían a recibir a los viajeros: compró una rosa, se precipitó al módulo de información, corrió hacia el área de monitores y protestó, como la mujer que estaba a su lado, por la demora del vuelo de Chicago.

Diana lamenta que su madre no esté en condiciones de escucharla. Se rectifica: "De entenderme". A no ser por la terrible demencia que padece, le diría: "Fui al aeropuerto. Como siempre, el vuelo de Chicago se retrasó. Esperé hasta que salió el último pasajero. Mi papá no llegó. Tal vez regrese para mi cumpleaños. Es en marzo: no falta mucho". Las últimas palabras no son suyas. Pertenecen al recuerdo más intenso y doloroso de su infancia.

II

En la casa abundaban los retratos de su padre. Con frecuencia su mamá los descolgaba para sacudirlos y al mismo tiempo desempolvar las memorias: "Aquí estamos celebrando un aniversario". "Esa nos la tomaron en Cinco de Mayo". "Aquí se nota que faltaba poco para que tú nacieras".

De todas las fotos sólo una tenía una inscripción al reverso: "Tomada en el aeropuerto la tarde en que Luis salió rumbo a Chicago". Cuando Diana fue capaz de leerla, advirtió que no estaba fechada: "No lo necesita. Luis se fue al día siguiente de que cumpliste un año". Esa explicación la satisfizo y le sugirió otras preguntas: "ƑPor qué no llama por teléfono?" "Es muy caro y no estamos como para desperdiciar el dinero". "ƑY por qué no escribe?" "Es que muy pronto volverá". "ƑCuándo es pronto?" Su madre le contestó sin titubear: "Para el Día de Reyes".

Diana escuchó la respuesta con desencanto. Era abril, faltaba mucho tiempo para la fecha anhelada. Calmó el ansia de ver a su padre contemplando sus fotos. Le resultaba gracioso darse cuenta de que mientras ella crecía, él continuaba estacionado en el tiempo.

Sintió miedo de que no pudieran reconocerse después de una separación tan prolongada. Su madre desterró su temor: "La sangre llama, y además, eres idéntica a él: tienes su sonrisa, el mismo nacimiento del cabello y sobre todo sus ojos".

Para demostrarle que el parecido era incuestionable, su madre descolgaba alguna foto y la pedía que la observara con detenimiento. "Fíjate bien: son igualitos". Diana se esforzaba sin conseguirlo por verse reflejada en la imagen. Acabó por creer que su cara también se iba desvaneciendo. Esa era su pesadilla.

III

Desde que su madre precisó la fecha en que su padre volvería, Diana adquirió seguridad ante sus compañeros de escuela. Por cualquier motivo, muchas veces sin que viniera a cuento, les decía que él iba a regresar el 6 de enero. En la casa también alteró su actitud. Dejó de ser comunicativa con su madre y atesoró hasta las mínimas experiencias para contárselas a su papá. Después de que él la escuchara pensaba hacerle una pregunta: "Cuando vuelvas a Chicago, Ƒpodemos irnos contigo?"

En sus sueños la respuesta era afirmativa. Empezó a odiar su casa, la calle, el barrio; vio con falta de interés creciente a sus amigos, al fin pronto se iría a Chicago, donde conocería a otras personas.

Muchas veces la asaltaba el temor de que su padre se negara al viaje juntos. Entonces su madre, como siempre, hacía lo posible por tranquilizarla: "Si no quiere llevarnos será porque piensa quedarse aquí". Esa perspectiva, aunque menos interesante, la inspiraba a reconciliarse con su mundo. Después de todo lo importante era tenerlo a él de carne y hueso, escuchar su voz y su respiración, tocarlo y sentir su calor; sacarlo, en una palabra, del enclaustramiento a que estaba sujeto en las fotos.

IV

Diana reconoce que aquel 6 de enero sigue siendo el día más feliz e importante de su vida. Se levantó muy temprano. Accedió a bañarse. Lloró ante el espejo cuando notó la falta de un diente: "Me verá fea". Su madre la consoló: "Entenderá que estás mudando. Sabe que eso nos sucede a todos cuando somos niños". Preguntó si a su papá también, y la madre, llorando, le respondió que sí.

La tarde fue larguísima. El ansia fatigó a Diana pero no quiso dormir. Temía perderse la llegada del avión y que su padre no la encontrara esperándolo con sus buenas calificaciones en una mano y una rosa en la otra.

Llegaron al aeropuerto a las seis. A Diana, que nunca antes había estado allí, le pareció inmenso. Su madre la llevó al mirador. Tomadas de la mano, indiferentes al ruido y al aire frío, fingieron interés por la maravilla jamás vista: el despegue y el aterrizaje de aviones. Al cabo de una hora bajaron a la llegada internacional.

A Diana la sorprendió ver que todo el mundo iba de prisa, menos ellas. Entonces se apresuró también. Al pasar junto al módulo de información su madre preguntó por el vuelo de Chicago: "Viene 45 minutos demorado". Diana odió a la informante.

Volvieron al mirador atestado de familias. Los adultos parecían más entusiasmados que los niños. Sus vocecitas apenas se escuchaban entre el fragor de los aterrizajes: "ƑEn un avión así llegará mi tío?" Diana se sintió superior al desconocido: ella estaba allí para recibir a su padre y un padre es más que un tío. Alguien dijo: "Ahora sí ya no tarda el vuelo de Chicago". Eso la autorizó para sugerir que regresaran a la salida internacional. Su madre hizo un comentario que Diana aún le agradece: "Qué ansias. Hasta en eso te pareces a Luis".

Cuando al fin llegó la hora estaban en primera fila, muy cerca de la puerta por donde iban saliendo los viajeros. Con sus calificaciones en una mano y la rosa en la otra, Diana los observó a todos, ansiosa de verse retratada en alguno de ellos.

Esperaron hasta que salió el último pasajero. Hoy Diana comprende y valora el esfuerzo que hizo su madre cuando se inclinó para abrazarla y devolverle el optimismo: "No llores. No seas tontita. A lo mejor tu papá prefirió dejar el viaje para el día de tu cumpleaños. Es en marzo. No falta mucho". Después eligió para el regreso de Luis otras fechas señaladas.

En cada una acudieron al aeropuerto para esperar el vuelo de Chicago. Diana prescindió de sus calificaciones y de la rosa; su madre dejó de cuidar los detalles que le daban un matiz de autenticidad a la ficción. Después de mucho repetir la ceremonia, Diana descubrió la verdad que su madre se esforzó por ocultarle durante años: su padre jamás regresaría. Sin embargo, hay momentos en que el ansia de verlo es tan intensa que acude al aeropuerto, compra una rosa y espera el vuelo de Chicago.

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