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México D.F. Domingo 28 de diciembre de 2003

MAR DE HISTORIAS

Recalentado de Año Nuevo

Cristina Pacheco

La Sávila cuelga la última colcha en el tendedero. Saber que recibirá el Año Nuevo con toda su ropa limpia la entusiasma. Tiene la superstición de que así propicia una vida nueva. Se frota las manos ateridas y se acerca al pretil de la azotea. Desde la altura, las casas le parecen de juguete.

La idea le recuerda un aparador que vio de niña. En medio de un decorado invernal estaba una casa de muñecas con ventanas blancas, chimenea y tejado verde. Cree oír la voz de su madre: "Julia: este año los Santos Reyes están muy pobrecitos y no podrán traértela. Pídeles otra cosa". A los 7 años, aquella negativa le enseñó el rencor.

Julia creció resentida hacia su madre y anhelando la casa de muñecas. Transformada en La Sávila, muchas veces intentó satisfacer su deseo, pero nunca encontró un juguete igual. Levanta los hombros y pronuncia la frase que resume la filosofía de su eterna derrota:

-Lo que no se puede, no se puede. šA otra cosa, mariposa!

-ƑCon quién hablas? -al ver que La Sávila se estremece, Ligia se disculpa: -Soy yo, no te asustes.

-Como es temprano, no esperaba que nadie subiera -responde La Sávila sin disimular su contrariedad.

-Siento feo de verte parada en la orillita. Te puedes caer. ƑNo te da miedo la altura?

-No, al contrario, me gusta.

La Sávila se inclina cuando ve a Jaime, el fotógrafo, aparecer en la calle y detenerse a la entrada de la relojería. -ƑSupiste que a Jaime le robaron su cámara? Pobre pendejo: la asentó en una banca mientras sacaba un rollo de su mochila y ya no la encontró. Anda que no lo calienta ni el sol. Sin cámara no podrá trabajar para el Día de Reyes.

-Pues que le preste otra cámara don Sixto. Es su patrón.

-Hablas como si no lo conocieras. Ese viejo es bien pinche. Ahora trae bien azorrillada a Benita con eso de que tiene que pagarle el disfraz que se llevó Melquiades.

-Pobre Benita: cuando no le llueve le llovizna.

Ligia adopta un tono más íntimo: -Y el Saturnino, Ƒqué?

-Tampoco ha vuelto. Y la riega, porque así nada más se está haciendo de delito.

-ƑCrees que los gemelos regresen antes de Año Nuevo?

-Ojalá, por su madre.

La Sávila ve llegar a Benita: -Este año no se va a morir: estábamos hablando de usted.

-Con razón me zumbaron las orejas -responde Benita. Saca de su cubeta dos pantalones de mezclilla y un mantel con flores de nochebuena en punto cruz. Ligia se acerca y lo mira asombrada.

-ƑUsted lo bordó?

-Sí, cuando tenía ojos -responde Benita, primero orgullosa y después sombría: -Pero todo se acaba, hasta la familia.

-No diga eso -interviene La Sávila-. Tiene a sus gemelos viviendo con usted.

-Pero si ni siquiera sé dónde están -Benita gime-. Dios quiera que no me les haya pasado nada malo.

Ligia se acerca a La Sávila y le habla al oído:

-ƑQue Benita no tiene más familia?

-Cómo no, otros dos hijos: Saúl y Rebeca. ƑVerdá, doña Beni?

-El se fue para Arkansas y ella vive en Utah-. Benita se enjuga el llanto con la punta del delantal. -Creí que me visitarían este año, pero anoche me habló Rebeca para decirme que ella no viene. Tiene miedo de que la agarren a la salida o de que ya no pueda entrar a Estados Unidos.

-Mejor, así se quedaría con usted -afirma Ligia.

-Por un lado, šqué buenoš; pero por el otro, no. Sin el dinerito que me manda desde Utah, los gemelos y yo no sé qué haríamos.

-Por cierto, Ƒqué ha sabido de Saturnino y Melquiades?

-Ni media palabra. Mi temor es que les haya entrado la locura de irse también.

-No creo, Benita. Le hubieran dicho -asegura La Sávila con autoridad-. Yo los conozco y son buenos muchachos.

-Pues sí, pero con el pleito por lo del trabajo de Santa Clós... -Benita vuelve a llorar-: Siempre le pedí a Nuestro Señor que por lo menos ellos se mantuvieran unidos, y ya ven ahora: como perros y gatos.

-Entre hermanos siempre hay pleitos -afirma Ligia.

-Ay tú, Ƒy cómo sabes?

-Porque tengo una hermana: Elsa.

-En los dos años que llevas viviendo aquí nunca la he visto -dice Benita, incrédula.

-Desde antes se disgustó con mi marido y a mí también dejó de hablarme -Ligia levanta los hombros-. Pero ni crea que voy a buscarle la cara.

-No seas tonta, llámala y hagan las paces -propone La Sávila.

-No, capaz que José me mata. De por sí nunca le cayó bien Elsa. Según él es muy estirada y nos ve de menos porque tiene su casa.

-ƑPor aquí cerca?

-No, en Ojo de Agua. Está bonita, con jardín...

-Entonces ha de estar grande -comenta Benita, asombrada.

-ƑY en qué trabaja tu cuñado? -pregunta La Sávila.

-En una oficina de permisos de no sé qué -Ligia ríe-. Mi marido dice que ha de ser narco, porque esos son los únicos que tienen dinero para comprar casas.

Claudio, un niño moreno de cabello erizado y ropas amplias, llega corriendo a la azotea:

-Doña Benita: me encontré a Saturnino y a Melquiades por la tintorería. Creo que vienen para acá.

Benita se persigna y se dirige a las escaleras:

-Dejé la puerta cerrada. Voy a abrirles.

-No, Benita, que tan siquiera se molesten en subir a buscarla -aconseja La Sávila mientras se acerca otra vez al pretil. Desde allí mira a los gemelos y les grita: -Su mamá se fue.

-ƑAdónde? -pregunta Melquiades en medio de un grupo de curiosos.

-Vino Rebeca y se la llevó a pasar el Año Nuevo con ella a Utah, porque como supo que ustedes se habían largado...

-šNo seas habladora! -reclama Saturnino.

-Por Dios que sí -le responde La Sávila besando la cruz que forma con los dedos. -Si no me crees, pregúntale a Ligia.

-Sí, es cierto -dice Ligia tratando de contener la risa. -Su mamá cerró la casa y no dejó la llave.

Benita intenta dirigirse a sus hijos, pero La Sávila se pone el índice en los labios para indicarle que guarde silencio. Vuelve a dirigirse a los gemelos:

-Y ustedes, Ƒdónde andaban? -ve a Saturnino y a Melquiades hablar entre ellos. -ƑProbándose la ropa de Santos Reyes?

-Tú no te metas en lo que no te importa y dime, en serio, Ƒdónde está mi jefa?

-Ay, Melquiades, ya te dije que se fue con Rebeca. -La Sávila no logra impedir que Benita se acerque y salude a sus hijos:

-No me he ido, ahorita bajo a abrirles.

-Benita, los hubiera dejado sufrir otro rato -protesta La Sávila-. Se lo merecen por lo que hicieron.

-Pues sí, pero son mis hijos -Benita se dirige a la escalera y desciende, gritando-: Ahí voy, no coman ansias, no puedo bajar más rápido.

Ligia y La Sávila permanecen inmóviles, escuchando las quejas de Benita y las disculpas de sus hijos. Cuando el pasillo vuelve a quedar en silencio, Ligia regresa al lavadero y La Sávila se acerca otra vez al pretil.

-ƑTe gusta mucho estar allí mirando, verdad?

-Desde aquí arriba las casas se ven como si fueran de juguete.

La Sávila se imagina otra vez niña, frente al aparador, tomada de la mano de su madre, contemplando la casa de muñecas. Cierra los ojos, pero no logra evitar la otra parte del recuerdo: "Julia: es cara. Este año los Reyes Magos están muy pobrecitos y no podrán traértela. Pídeles otra cosa". En aquel momento no pidió nada, puede hacerlo ahora: "Olvidar, sólo olvidar".

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