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E C O N O M I A
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México D.F. Domingo 28 de diciembre de 2003

José Antonio Rojas Nieto

Reducción al absurdo

Hay decisiones de política pública cuya efectividad está condicionada o determinada por la forma en que se toman. En estos momentos nadie duda de la legalidad de la decisión legislativa de rechazar la propuesta fiscal gubernamental de este año. Y, sin embargo, es indudable la inestabilidad política que esta decisión ha generado, así como también -šqué duda cabe!- el ambiente propicio para que un Ejecutivo de bajas miras atribuya al Legislativo la falta de impulsos económicos para 2004, incluso para 2005 y 2006. Sí, efectivamente, con este rechazo el presidente Fox ha ganado una extraordinaria coartada para atribuir a ese hecho la incapacidad manifiesta de superar el estancamiento económico que ya acumula tres años.

Ninguno de estos dos hechos es para festejarse, por más que muchos creyéramos que la propuesta fiscal del gobierno era inadecuada. Ciertamente, tenía el mérito -si se le puede llamar así- de acceder a un volumen mayor de fondos para liberar un poco los ingresos gubernamentales de su dependencia de la renta petrolera y de la renta eléctrica, y de reunir esos fondos con relativa simplicidad y a bajo costo, características que tienen los impuestos ligados al consumo, como el impuesto al valor agregado (IVA) y el especial sobre produccción y servicios (IEPS). Y, sin embargo, tenía la desgracia de ser altamente regresivo, al profundizar el empobrecimiento de una mayoría de la población cuyo gasto se concentra, primordialmente, en alimentos. Pero también empobrecía a buena parte de los más pobres de la sociedad que no cuentan con la cobertura de la medicina social. Y cuando los defensores de la propuesta argumentaron la posibilidad de regresar el IVA de alimentos y medicinas a las capas más pobres de la sociedad, no hacían sino cancelar, precisamente, dos de las ventajas de ese mecanismo recaudatorio: su simplicidad y su bajo costo de captación.

Queda pendiente, entonces, la solución de esos dos asuntos de fondo -en realidad dos aspectos de un solo problema-, que no se resolvieron: estrategia fiscal y estrategia económica. No contamos aún con un diseño adecuado, legal y, sobre todo, legítimo de una estrategia fiscal de largo aliento para los próximos tres, seis, nueve, 15, 20 o más años. Tampoco con los lineamentos fundamentales de una estrategia de desarrollo económico capaz de reintroducirnos en el anhelado círculo virtuoso de crecimiento y equidad.

Y en este contexto hay que reiterar una advertencia, convertida ya en permanente aviso de ocasión: dada la naturaleza actual de la estructura de financiamiento fiscal -fuertemente centrada en la renta petrolera y con una creciente renta eléctrica-, nunca habrá auténtica reforma fiscal sin auténtica reforma energética. Sí, acrecentar la fortaleza financiera del Estado mexicano no sólo exige proporcionarle más fondos para que cumpla sus tareas sustantivas, sino garantizar que estos fondos liberen de manera creciente la renta petrolera y la renta eléctrica, para que nuestras empresas estatales, en un renovado marco de autonomía financiera y de gestión, diseñen una estrategia de explotación sustentable de nuestros recursos no renovables, de ahorro y uso eficiente de energía, y de utilización altamente eficiente de los activos productivos de nuestras industrias estratégicas petrolera y eléctrica.

Sin embargo, para lograr acuerdos amplios y consensos firmes en torno a esto, hay que trabajar mucho, durante muchos días, muchas semanas y muchos meses. Y abrirse realmente a una discusión que trascienda los acuerdos de camarilla. De otra manera no se logrará sentar las bases de lo que hoy, indudablemente, puede ser algo incluso mítico: una estrategia de largo aliento de un renovado y continuo proceso de desarrollo nacional, con dimensiones fiscal y energética crecientemente progresivas.

No se puede seguir discutiendo de manera torpe. Resulta harto insuficiente. La discusión sobre la reforma fiscal o sobre la restructuración de las actividades en los ámbitos del petróleo, del gas natural y de la electricidad ha sido así, torpe e insuficiente. Y, desgraciadamente, como diría León Bendesky, limitada y miope. Ni se ha logrado delinear una política fiscal de largo aliento, orientada al desarrollo nacional. Ni, tampoco, una política energética sólida. Menos aún una estrategia nacional de desarrollo sustentado y sustentable. Y al reducir todo al triunfo del momento, y al reducirnos a todos a los acuerdos del instante, sólo hemos alcanzado arribar a la reducción al absurdo. Y con eso... con eso hemos perdido todos. El 2004 puede ser distinto. šClaro que lo puede ser!

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