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México D.F. Domingo 21 de diciembre de 2003

MAR DE HISTORIAS

Máscaras de Navidad

Cristina Pacheco

En la Casa de las Palomas vivimos catorce familias. No conocemos la tranquilidad. Entre la música a todo volumen, los pleitos familiares, los gritos de los niños y las conversaciones de un pasillo a otro, no queda ni un huequito para el silencio.

En diciembre, con los chamacos de vacaciones, la situación se vuelve más difícil. Pasan todo el día echando pelotazos en el patio. No les importa ensuciar la ropa tendida ni romper los vidrios. Entonces comienzan las reclamaciones entre vecinos. "Parecen perros y gatos. Contrólense, es Navidad, se supone que es tiempo de paz", les grita doña Eulalia. No le hacen caso y acaban insultándola y diciéndole que ser catequista no la autoriza a meterse en lo que no le importa.

La pobre doña Eulalia es la única que sale raspada. Los vecinos que en la mañana andaban agarrados del chongo, por la tarde se vuelven uña y carne con tal de hacer una posadita. Y no es porque les interese mucho cantar la letanía: lo que quieren es un pretexto para el baile y la borrachera.

Este año las posadas han estado tristonas. Es lógico: no hay dinero, muchos no tienen trabajo y todos estamos temerosos de lo que nos traerá el año nuevo. Para colmo, desde el domingo 15 Saturnino y Melquiades están desaparecidos. La pobre de Benita se la pasa buscándolos y dejándoles recados en todas partes: "Si ven a mis hijos, díganles que regresen a devolver el disfraz. Sixto ya me amenazó con que si no lo entregan tendré que pagárselo, junto con la multa por lo que ha dejado de ganar".

Cuando Jaime, el fotógrafo que vive en el 201, le dijo a Benita que sus hijos tenían oportunidad de trabajar con Sixto -su patrón- nunca se imaginó la bronca en que se estaban metiendo. Más que el dinero la mortifica la posibilidad de que sus muchachos, siempre tan unidos, acaben peleados.

II

Saturnino y Melquiades son gemelos. Blancos, altos, corpulentos, tienen los ojos color miel, los labios siempre húmedos y las mejillas rosadas. El tono de voz también es idéntico y por eso, cuando están vestidos, es muy difícil saber con cuál de los dos hablamos.
La única diferencia entre los gemelos es el remolino de vellos que Saturnino tiene en el hombro derecho. Todos se lo hemos visto, pero nada más La Sávila se lo ha tocado: dice que son duros como púas. Un día le pregunté si no le daba miedo que Saturnino le sacara un ojo cuando están subidos en el guayabo. Me respondió que ya no porque en la última visita a su tierra mandó hacer un retablo para colgarlo sobre su cabecera.

Dios me perdone, pero me da mucha risa imaginarme a Saturnino agitando las carnes sobre La Sávila mientras ella, entre un quejidito y otro, lee lo que dice el retablo: "Doy gracias al Señor San Miguel porque, cada vez que atiendo a Saturnino, me cubre los ojos con su mano y así evita que pueda quedarme tuerta".

III

Melquiades nació unos minutos antes que Saturnino. Benita lo considera su primogénito: le pide consejo, le sirve la primera cucharada de sopa y, cuando tiene dinero para comprarla, le ofrece el centro de la carne. Melquiades goza de otro privilegio: puede quedarse toda la noche con "La Sávila" sin tener que pedir permiso ni dar explicaciones. Que yo sepa, Saturnino jamás protestó porque su madre le diera trato especial a Melquiades.

A todos nos consta que los gemelos siempre convivieron en paz. Nadie se imaginó que la situación cambiaría cuando Jaime anunció que su patrón estaba contratando eventuales. Saturnino y Melquiades se entusiasmaron ante la posibilidad de ir juntos a su primer trabajo. El 14 por la mañana los gemelos se presentaron en la oficina de Sixto. Gracias a que Jaime estaba allí, recogiendo los rollos para su cámara, supimos lo ocurrido:

"A mi patrón le gustó mucho el aspecto de los muchachos porque, como son altos y corpulentos, no tendría que darles botas de plataforma ni rellenarles el traje con hulespuma. Su problema es que sólo necesitaba un Santa Clos. Quiso hacer una eliminatoria justa y los sometió, por separado, a dos pruebas.

"Primero los hizo ponerse el disfraz y luego los llevó a la Alameda para ver cómo trataban a los niños que quisieran tomarse la foto. Los dos parecían Santa Closes de a deveras y se portaron de lo mejor con los niños.

"Sixto de plano no sabía a cuál contratar y al fin decidió dejarlo todo a la suerte. Les pidió echarse un volado.

"Al que le saliera águila tendría el puesto. Melquiades, seguro de que ganaría por ser el mayor, fue el primero en arrojar la moneda. Perdió. No pareció molesto, al contrario: le dio gusto que triunfara Saturnino y hasta se quedó a ver que le entregaran el equipo y el contrato."

IV

Lo que ocurrió después todos lo presenciamos. Los gemelos regresaron al mediodía. Desde el patio, Saturnino fue dándonos la buena noticia y al final accedió a mostrarnos el traje, la máscara y las barbas. Los niños estaban felices y ansiosos de verlo con su traje. Melquiades, quien hasta ese momento no había dicho ni media palabra, le prohibió que lo hiciera: "No tiene caso que te lo pongas ahorita. Además, Ƒqué tal que lo ensucias o lo rompes? Acuérdate de que en lo ajeno cae la desgracia. Mejor guárdalo. Total: ya mero es domingo". Benita estuvo de acuerdo y fue a poner el disfraz en el ropero.

El domingo a las 10 de la mañana oímos gritar a Benita: "Cálmate. ƑAdónde vas encuerado?" Se abrió la puerta y apareció uno de los gemelos. Desnudo bajo la toalla, jadeante, con los ojos encendidos, gritaba: "No está el disfraz, me lo robaron. šAyúdenme!" Nos acercamos. Al descubrirle el lunar en el hombro vimos que era Saturnino.

Entramos en su casa y, mientras buscábamos hasta por debajo de los muebles, Saturnino suplicaba a su madre que recordara si había cambiado de lugar el disfraz. Me extrañó que Melquiades no participara en la búsqueda y pregunté por él. Saturnino me respondió: "Fue al primero que llamé para preguntarle, pero no está".

Al notar mi sospecha Benita se apresuró a decirme: "No, imposible. El no tomó nada. Si no está es porque otra vez se quedó a dormir con aquella". La explicación tranquilizó a Saturnino. Mientras se vestía, nos pidió que nos adelantáramos a la casa de La Sávila.

Queda a una cuadra de la casa y llegamos en un minuto. Cuando le preguntamos por Melquiades dijo que desde el viernes no había vuelto a verlo y, para demostrar que no mentía, nos dejó el paso libre. Rechazamos su invitación. Nadie se atrevió a confesarlo, pero a partir de ese momento no nos cupo duda de que Melquiades había tomado el disfraz para suplantar a su hermano.

Saturnino estaba esperándonos en la puerta de la vecindad. Sólo de vernos entendió lo que había sucedido. Su cara se descompuso: "Maldito, se burló de mí. šLo voy a matar!" Lo seguimos. Cuando llegamos a la Alameda topamos con un espectáculo insólito: 12 Santa Closes con uniformes y máscaras idénticas, agitando una campanita, sonreían rodeados de niños que esperaban ansiosos el momento de posar ante la cámara de Jaime.

Desconcertado, Saturnino se acercó al grupo de Santa Closes para reconocer a su hermano. Tropezó con una muchacha embarazada que le comentó: "Este año las fotos están carísimas, pero vale la pena el gasto con tal de que los hijos tengan un bonito recuerdo".

Vi a Saturnino inclinar la cabeza y alejarse. Desde ese día no ha regresado a la casa. Melquiades tampoco. Pronto lo harán, aunque no volverán a ser los hermanos de antes.

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