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México D.F. Domingo 3 de agosto de 2003

Angeles González Gamio

Fascinación inagotable

En esta época de vacaciones escolares una de las actividades más atractivas es asistir al circo, espectáculo que ha ejercido fascinación a lo largo de generaciones. El delicioso cronista José María Alvarez, en su extraordinario libro Añoranzas nos platica el nacimiento de ese espectáculo y su impacto en la ciudad de México, particularmente el afamado Circo Orrín, que inmortalizó al payaso Bell.

Nos dice el culto cronista que el primer circo tal como lo conocemos en la actualidad, lo instaló en París en el siglo XVIII un inglés apellidado Beates, propietario de caballos que daba funciones hípicas a semejanza de los antiguos romanos. En la capital del país se tienen antecedentes desde 1831, año en que se presentó el de Green en el teatro de Los Gallos. A estas primitivas compañías se les llamaba de volantineros o maromeros; anunciaban las funciones por medio de desfiles callejeros, encabezados por el payaso que invitaba al público cantando simpáticas coplillas.

El primer payaso mexicano que hizo fama fue Chole Aycardo, quien llegó a tener su propio circo en 1847, bautizado como Circo Olímpico. Veinte años más tarde causó revuelo la llegada del Circo Europeo de Chiarini, que se instaló ni más ni menos que en el hermoso claustro del convento de San Francisco, que aún existe en la calle de Gante, ahora convertido en templo metodista. En este circo apareció Jack Bell, padre del payaso Ricardo Bell, quien habría de convertirse en ídolo del público a lo largo de medio siglo.

Inició su exitosa carrera en el Circo Orrín, que un tiempo estuvo en la plaza de Santo Domingo, para instalarse de manera definitiva en la Plaza Villamil. Don José María describe así la visita: "Desde el exterior del circo se atisbaba hacia
el esplendente interior iluminado como ascua de oro; se llegaba a las localidades bajas sobre una alfombra aladinesca tendida desde la entrada... Por la noche los cohetes hendían el espacio, se quemaban vistosos castillos y ascendían por el aire infinidad de globos aerostáticos(...). Mientras el público se instalaba en las localidades una orquesta de músicos uniformados lanzaba al viento las alegres notas de alguna marcha en boga y el popular enano apodado Pirrimplín entretenía a la concurrencia con sus gracejadas".

Este fue el escenario en donde se hizo famoso Ricardo Bell, que por las descripciones de los viejos cronistas era un personaje notable, que iba mucho más allá de lo que usualmente son los payasos.

A pesar de haber nacido en Inglaterra, desde niño que llegó a México, se compenetró con la idiosincrasia del capitalino y desarrolló con gran ingenio el chiste político y era un gran imitador, además de contar con un talento musical sobresaliente, que le permitía tocar con gran habilidad muchos instrumentos; nos dice don José María. "Tocaba maravillosamente el violín aun permaneciendo en absurdas posturas: acostado o parado de cabeza; el xilófono y el botellófono le eran familiares y en ellos reproducía toda la gama musical
y tocaba igualmente la ocarina y aquella su típica y original cafetera en que nos hacia escuchar las melodías de moda haciendo mil visajes".

Es impresionante conocer todos los animales que participaban en el espectáculo, en esos tiempos en que no había ligas defensoras de los animales: focas, búfalos, llamas, osos grises y polares, elefantes, lagartos, avestruces, orangutanes, perros, toda clase de equinos que incluían percherones y poneys, dromedarios, panteras, leones y tigres; de estos últimos nos platican las crónicas que en más de una ocasión se merendaron al domador a la vista del horrorizado público.

Las vedetes también tenían su lugar, siendo famosa Miss Fajarduss, que exhibía cacatúas y palomas amaestradas "luciendo su gracia y sus formas esculturales", competía con la italiana Mantollini y con la francesa mademoiselle Emilienne D'Alenzon, quienes no cantaban mal las rancheras.

El payaso Bell llegó a tener una gran fortuna que le permitió construirse una enorme mansión en la calle de Praga, en la colonia Juárez, a la sazón una de las más elegantes de la ciudad. Actualmente es la sede de un magnífico restaurante que lleva por nombre Casa Bell, merecido homenaje al célebre personaje que hizo gozar a varias generaciones de capitalinos.

En su amplio patio se disfruta una exquisita comida que siempre incluye platillos de temporada. Estos días tiene escamoles y gusanos de maguey; siempre hay excelentes pescados y la especialidad de esa familia de restaurantes que inició Prendes: el filete chemita, ese jugoso trozo de carne de excelente sabor, acompañado de crujiente tiritas de cebolla ligeramente empanizadas.

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