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México D.F. Jueves 3 de julio de 2003

Olga Harmony

Teatro sagrado

Lo conocimos hace unos años cuando trajo a México su espectáculo unipersonal Interrogaciones y fue la única vez que llenó un espacio vacío mexicano. Pero lo pudimos ver en la versión de Peter Brook del Mahabarata en Canal 22 de televisión y en la película de Peter Greenaway, El libro de cabecera. De ningún modo son desconocidos para nosotros nombre y figura de Yoshi Oida, y ahora nos podemos sumergir en su extraña espiritualidad sin religión definida -o, mejor aún, en esa búsqueda de amalgamar lo que de más precioso pueden tener las religiones, sobre todo las orientales- que mezcla con anécdotas y reflexiones teatrales en Un actor a la deriva, libro publicado por Ediciones El Milagro en su serie El apuntador, traducida con toda pulcritud por Rodolfo Obregón.

Es muy posible que la idea de teatro sagrado de Peter Brook no logre un mejor reflejo humano que ''el pequeño japonés", como se describe a sí mismo Yoshi Oida en su libro autobiográfico, en el que siempre está oponiendo el cartesianismo europeo -aunque adopte lo mejor de su cultura- a la refinada espiritualidad de oriente. Lo mismo cuando habla de Yukio Mishima, el amigo cuya postura y muerte relata, que cuando dirige su mirada de japonés europeizado a la gesta campesina de César Chávez y el teatro de Luis Valdez (del que infiere que se apoya en los mitos mexicanos, quizá por la constante presencia de la Guadalupana, tan entrañable para los chicanos) su visión es más de quien bucea en lo más hondo de los entramados de la religiosidad que de quien responda al intelecto, aunque en ambos casos, Mishima y Teatro Campesino, no niega, antes relata, el trasfondo político de ambos.

El libro tiene muchas cualidades, una de ellas la sencillez. Yoshi toca todos los temas a partir de su experiencia y, sobre todo, el poder asomarnos a una mentalidad cuya formación y preocupaciones son tan diferentes a las de nuestras occidentalizadas mentalidades. Va y viene de un tópico a otro, más como un amigo que conversa (yo he de confesar que lo sentí más cercano que al verlo en un escenario), que como un escritor que desea deslumbrarnos con su brillantez o como el teórico que no es. Narra algunos sucesos que ya conocíamos de la lectura de La puerta abierta, de Peter Brook, aunque desde su punto de vista. Si para Yoshi el actor es un contador de historias, al contar la suya deja que se asome siempre el actor, yo diría que más en búsqueda que a la deriva.

Me he estado refiriendo a textos publicados por El Milagro, editorial que ya es referencia indispensable para quienes se interesan por teatro y cine. (Aquí canto una palinodia porque atribuí a Boris Schoeman la autoría de esa Primera Semana de Teatro Francés, que en realidad fue propuesta por esta editorial). Hay que agregar una buena noticia, y es que reaparecen los Libretos de La Compañía Perpetua, que dirige Rodrigo Johnson, con un número 3 que ampara seis pequeñas obras escritas por David Olguín con muy diferentes características. Inclusive las dos escritas para ser representadas por los alumnos del Foro de Arte Contemporáneo son tan disímbolas como la farsa delirante Otra modesta proposición y la acre pieza Si nos dejan. Sin haber sido estrenada, la inquietante El esclavo, plena de ambigüedades y variadas lecturas, es una de mis favoritas de la pequeña antología. Cartas a mamá está basada en el guión radiofónico Voces de familia, de Harold Pinter, que ya fue estrenada por Rodrigo Johnson y la refinada adaptación de David al parecer -habló sin conocer el guión de Pinter- se sostiene por sí misma como otro de esos ambivalentes textos que son tónica de la dramaturgia de Olguín. Con el libreto Nosferatu o Despertar al sueño como se llamó la ópera de cámara de Federico Ibarra, ahora con adecuaciones para ser un sólido texto dramático, el autor da una verdadera vuelta de tuerca a la historia del conde Drácula para lograr una especulación filosófica acerca del temor y la culpa. El lenguaje es muy poético, como cabe en un libreto operístico, y este es el momento de destacar los variados usos del lenguaje que David maneja y que en un libro de estas características resulta muy evidente.

Por último, Las Cícladas, que da nombre al volumen, con referencia a las islas griegas que rodean a Delos, el mítico lugar del nacimiento de Apolo y que con sus juegos de tiempos e identidades resume mucho de lo escrito por el autor.

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