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México D.F. Sábado 10 de mayo de 2003

Autor de la adaptación de El maestro y Margarita, obra de Mijail Bulgakov

Cinco horas de cátedra visual y estética de lo inhóspito con Frank Castorf

Escenificación a cargo de la compañía Volksbuhne am Rosa-Luxemburg-Platz

El director de teatro presentará en México la puesta de Un tranvía llamado América

PABLO ESPINOSA ENVIADO

Berlin, 9 de mayo. Durante cinco horas, el maestro Frank Castorf, máxima figura del teatro alemán contemporáneo, despliega sobre el escenario del teatro Volksbuhne am Rosa-Luxemburg-Platz una cátedra de narración visual; un estudio profundo de la naturaleza humana; una variante formidable sobre las ideas de política y delito de su coterráneo Hans-Magnus Enzensberger; una reflexión inmediata de cara a los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001; una disertación puntual del horror y lo pesadillesco en la vida cotidiana, y un discurso magistral de lo dramatúrgico en ideas, conceptos y resoluciones actorales con una adaptación que el propio Castorf realizó de El maestro y Margarita (Meister und Margarita), novela del escritor ruso Mijail Bulgakov.

Frank Castorf, al igual que el escritor Hans Magnus Enzensberger, viajarán a México en los próximos meses como parte del magno encuentro que organiza el Instituto Goethe, CulturALE2003. La obra que presentará Castorf al público mexicano se titula Un tranvía llamado América y es una adaptación del clásico de Tennessee Williams. Las funciones que presentará Castorf al frente de la compañía Volksbuhne am Rosa-Luxemburg-Platz ocurrirán en la ciudad de México, las noches del 12 y 13 de octubre, y en la ciudad de Guanajuato el 16 y 17 de ese mes.

Poliedro de ideas sin fin

Por lo pronto, en Berlín, estos días Castorf presenta dos montajes suyos como parte de la versión 40 del Theatertreffen: una adaptación de un texto de Eugene O'Neil titulada El luto le sienta bien a Electra, con la Schauspielhaus de Zurich, y El maestro y Margarita, con la Volksbuhne am Rosa-Luxemburg-Platz.

A lo largo de cinco horas, entonces, el teatro sede de la Volksbuhne, ubicado en la Plaza Rosa Luxemburgo de lo que era Berlín oriental, hoy reunificado, se cimbró con el genio de Castorf.

Sobre el escenario desnudo, un set rectangular servirá en estas casi cinco horas de toda una locación con espacios y habitaciones divididas, y en cada uno de estos rincones se desarrollarán acciones simultáneas, de las cuales sólo serán visibles al espectador las que suceden al frente, pero las escenas que acontecen puertas adentro de los muchos vericuetos de este espacio múltiple podrán ser observadas a la manera del voyeur mediante una cámara omnímoda montada sobre unos rieles que ro-dean en una elipsis la mole rectangular.

Tales escenas escondidas al ojo desnudo se proyectan en circuito cerrado sobre una pantalla que corona el cuadrángulo y completa así una atmósfera de hotel de paso de película estadunidense. Muchas de las secuencias harán recordar la dramaturgia de Tom Stoppard, pero en realidad los referentes son innumerables, pues también puede citarse, merced al recurso cinematográfico que impera en este montaje de Castorf, los célebres ejercicios de estilo de Brian de Palma, en un virtuosismo verdaderamente alucinante, pues la parte de cine que contiene este trabajo se desarrolla absolutamente en vivo y sin ningún recurso de edición fílmica, así que los planos secuencia se suceden en tiempo real empatando de manera fascinante con el desenvolvimiento actoral. Lewis Carroll aparece entonces entre los muchos referentes, guiños y compendios de Castorf cuando los actores franquean una puerta y el espectador los ve en realidad traspasar el espejo de la duermevela, la frontera de lo irreal, porque el público los está viendo de espaldas en la pantalla de cine, saliendo de una habitación, y al mismo tiempo los observa de frente, a ojo desnudo, entrando a otra habitación.

El poliedro de ideas no tiene fin. Un actor dice-canta-entona un monólogo que es en realidad la letra de Symphaty for the Devil, de los Rolling Stones, y ese monólogo-canción refiere al Diablo, a Pilatos y a las situaciones que también están presentes en la novela de Bulgakov, que también están más que presentes, omnipresentes, en el montaje fabuloso de Castorf.

Pero no es el virtuosismo narrativo, la imaginería inagotable, los recursos sorpresivos lo que hace genial a Frank Castorf. Las casi cinco horas que dura El maestro y Margarita son, más que una temporada en el infierno a la manera de Rimbaud, una estación detenida en el tiempo a la manera de los grandes creadores.

Estallido del genio creativo

Las ideas de Theodor W. Adorno, los planteamientos de Heidegger, las muchas maneras en que ha revolucionado en las décadas recientes el discurso a propósito del sexo, la revolución, el malestar en la cultura hallan en las resoluciones escénicas de Castorf una dialéctica monumental.

Es así como la novela de Bulgakov deviene piedra de toque de un sistema de vasos comunicantes que muestra todos sus conductos, todos sus recipientes, todas sus maneras de operar, sus procedimientos enteros sin dejar nada al misterio salvo la magia de la creación artística.

Una forma de hiperrealismo kafkiano, una estética de lo inhóspito, una intersección improbable entre Reiner Werner Fassbinder y Tim Burton, una deificación de lo grotesco (¿o acaso hay algo más grotesco que una Gimnopedia de Satie sonando en un órgano desvencijado y tocado lo más satírico que el oído pueda concebir, en un hotel de mala muerte en un lugar de mala sangre como ocurre en una de las escenas?), una entronización no del feísmo ni de lo feo sino de todo lo real que no es maravilloso, una serie de fluidos humanos descarnados que alcanza a escuchar el espectador con el estrépito de una erupción volcánica. Un estallido del genio creativo, eso es el montaje de El maestro y Margarita, de Frank Castorf.

El público mexicano tendrá la oportunidad de disfrutar del genio de Castorf el próximo octubre durante el Festival Internacional Cervantino, dedicado este año a la cultura alemana y como parte también de CulturALE2003, que organiza el Instituto Goethe. Un privilegio.

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