Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 20 de abril de 2003
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Política

Guillermo Almeyra

Cuba, pragmatismo y principios socialistas

Fui secretario del Comité de Solidaridad con la Revolución Cubana en Argentina desde finales de 1957. Por defender la Revolución cubana triunfante estuve preso. Desde hace más de cuatro décadas combato el bloqueo y las agresiones imperialistas y defiendo la autodeterminación del pueblo cubano y su soberanía. Con respecto a Cuba creo tener las cartas más en regla que muchos castristas por oportunismo o conveniencia o, simplemente, por confusión entre las causas y los pueblos y los dirigentes transitorios de los mismos. Por eso no he esperado, como Saramago, los fusilamientos con proceso sumario de tres delincuentes para protestar: lo hice mucho antes en los casos tanto o más graves del fusilamiento del general Ochoa y sus compañeros, o de la represión, cárcel o expulsión del país de decenas de revolucionarios o de gente que contrarrevolucionaria no era.

Se plantean, a mi juicio, tres problemas fundamentales: 1) cómo combatir la contrarrevolución fomentada por el imperialismo; 2) la relación entre los medios represivos y el fin socialista y humanista, y 3) la combinación entre una lucha a escala nacional, forzosamente pragmática, y los principios, que trascienden a escala mundial.

Particularmente en una fase como la actual, de mundialización y de grave crisis para una economía frágil como la cubana, la contrarrevolución es activa y encuentra potencial campo de cultivo en el descontento de sectores sociales que se ven marginados o postergados (como los que se mueven hacia la delincuencia o la semintelectualidad quebrada). Precisamente por eso, reprimir la contrarrevolución no puede ser una tarea esencialmente policial o de los servicios de contraespionaje, sino que requiere en cambio dar la máxima transparencia a las informaciones y actos de gobierno; extender al máximo la democracia posible en esas condiciones, privilegiando las discusiones, la comunicación horizontal, la interacción con la población; educar sobre lo que pasa y lo que podría pasar, de modo de tornar residual la acción contrarrevolucionaria. El endurecimiento de las penas no disuade a los delincuentes; el aislamiento social, sí, y éste se construye aumentando la democracia y la autorganización, no reduciéndola.

En segundo lugar, el hecho de que los secuestradores (o los condenados por trabajar bajo las órdenes de Estados Unidos) fuesen delincuentes probados, o el hecho de que exista una contrarrevolución que cree llegada su hora, no justifica la barbarie. Ya el Che Guevara había dicho, refiriéndose a la URSS y otros estados seudo socialistas, que no se puede construir con los materiales podridos y los valores infames del capitalismo. El fin no justifica los medios si los medios atentan contra el fin mismo. La educación socialista, indispensable fundamentalmente en tiempos de crisis, requiere construir con una concepción humanista y es incompatible con los juicios sumarios y la pena de muerte. Cuba no puede ser Texas ni Arabia Saudita, donde se mata porque el ser humano, para el capital o los señores feudales, no vale nada. Cuba dice ser socialista y debe demostrarlo ante el mundo cotidianamente y en cada acto, so pena de reforzar su aislamiento y de perder su capacidad de irradiación política libertaria.

Por último, el pragmatismo y las motivaciones puramente nacionales de los actos del gobierno deben ceder el paso a una visión internacional de la lucha. Si en el establishment cubano existen quienes tienen nervios flojos y creen poder hacer concesiones a Washington (a pesar de que éste proclama la guerra preventiva) la solución no es cortarles los puentes imponiéndole durísimas condenas a un grupo de espías y matar a tres lúmpenes para provocar una inmediata reacción de la bestia imperialista. Por el contrario, es librar ante el pueblo cubano y ante el mundo una batalla política abierta sobre la estrategia y la táctica de Cuba para asegurar su soberanía. Y si la Iglesia local, opositora, contrarrevolucionaria, conspira, la solución no es oponerle un obispo mexicano del Opus Dei para crear por encima de aquélla una congregación nueva, recordando además la amistad con el jefe de los torturadores mexicanos, Fernando Gutiérrez Barrio, pues esos actos sabotean la lucha contra la ofensiva reaccionaria eclesiástica y los esfuerzos por hacer luz sobre las desapariciones, asesinatos y torturas cometidos por los gobiernos y aparatos supuestamente nacionalistas de México.

Fidel Castro es un hombre de Estado, un nacionalista cubano. Es sin duda un antimperialista, pero no es socialista, como lo demuestra su pasado (la confianza en el gobierno soviético, supuestamente socialista; su apoyo a la invasión de Checoslovaquia por el pacto de Varsovia, que sentaba un precedente funesto contra Cuba; el haber calificado a Leonid Brezhnev, o a Siad Barre, en Somalia, o a los militares del Derg etiope, de marxistas ejemplares, por ejemplo). El problema es que no se puede construir el socialismo con métodos caudillistas ni sólo sobre la base del nacionalismo. Para la defensa del país a escala mundial hay que reforzar todos los elementos de democracia y, sobre todo de socialismo, combatiendo los elementos político-culturales del pasado que se oponen a ello.

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