Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de marzo de 2003
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Cultura

Olga Harmony

Mundos posibles

Si se me pusiera a escoger y todo fuera posible en un esfuerzo de imaginación, yo habitaría en un mundo -sin abandonar del todo el mío, en donde están mis querencias- en el que no hubiera guerras, la atroz de Irak y la solapada y que casi hemos olvidado de Chiapas. También en mi mundo ideal (que sustituye a la soñada playa del protagonista de esta obra) los niños no pasarían hambre ni trabajarían, ni morirían de enfermedades curables o serían sometidos a vejaciones. Tampoco habría torturas o muchachas violadas de las que las de Ciudad Juárez son horripilante ejemplo. La gente comería de su trabajo y tendría servicios y casas dignas. Es la playa que he soñado siempre, pero mi imaginación no la vuelve realidad y me quedo en este mundo devastado.

Que me perdone el posible lector un exabrupto más en tiempos calamitosos. La gallardía de algunos artistas -muy pocos, por cierto- estadunidenses, con el añadido de un español y un mexicano, en la ceremonia de entrega del Oscar, nos hace ver que cualquier lugar es bueno para expresarse. Y, como dijo Rossana Filomarino al concluir su coreografía Los jardines del alma, amar el arte y asistir a los teatros es también una manera de decir no a la guerra, por lo que procedo a hablar de la escenificación del texto de John Mighton que lleva a cabo Alejandro Ainslie.

La posibilidad de mundos paralelos al que habitamos resulta inquietante y la podemos encontrar en algunos ejemplos de ciencia ficción, explorada en la vieja serie televisiva Dimensión desconocida y en algunos autores más serios -que Luis Mario Moncada recuerda en el programa de mano- desde el ya casi olvidado Pierre Teilhard de Chardin, ''el jesuita prohibido", hasta creadores cinematográficos y teatrales. Mighton propone que las posibilidades de otros mundos se encuentren en nuestro cerebro, y la verdad de esos hoyos negros que se encuentran en la corteza cerebral y que nos llevan a otros tiempos y espacios es algo de lo que pueden hablar los neurofisiólogos.

Por lo pronto, el autor compone una especie de thriller en el que un moderno doctor Frankenstein roba cerebros y los mantiene vivos para estudiar el fenómeno. No estoy ''vendiendo la trama" porque desde un principio sabemos que el protagonista George está muerto y descerebrado.

George se ve a sí mismo en diferentes momentos, en que lo mismo es un genio matemático que un activo galán de bar, siempre acompañado por la misma mujer con otros nombres -al igual que él mismo- hasta que sus diferentes personalidades lo inquietan. Al mismo tiempo asistimos al desarrollo de la investigación que hacen un prototípico par de policías, el jefe colérico y el sargento más bien tonto -el elemento cómico de la obra- que acude a una clase de imaginación, que se nos ofrece en vivo y que no desvía la trama, porque al fin y al cabo la imaginación es lo que privará como tema. El previsible final otorga un tono un poco sentimental a las peripecias del sufrido George.

La excelente escenografía de Juliana Faesler (consistente en dos paredes en ángulo, con pequeños adornos en colores que son reverso en una y otra y que en un momento se abren simbólicamente para ofrecer otras posibilidades como la escultura en látex de César Martínez Silva en la pesadilla, hendiduras por las que saldrán los muebles, la cama en una u otra posición indica en cuál de sus mundos está George y dos espacios a los lados, el gabinete del médico y la oficina policial) permite el ágil trazo escénico de Ainslie que hace hincapié en su dirección de actores, a los que dota de características muy definidas, algunas respetando el estereotipo del personaje, como Rafael Pimentel en el despiadado científico, Roberto Ríos como el policía tonto y Gabriel Pingarrón como el detective presionado y colérico.

Contrastando con ellos, dota de matices a Juan Carlos Barreto como George en sus diferentes personalidades, excelente en su transición de la seguridad a la incertidumbre de que es presa cada vez más, hasta llegar a la desesperación. Igual ocurre con María Renée Prudencio que es lo mismo la seria neuróloga, que la frívola vendedora de bonos o la aterrorizada mujer en la playa o la graciosa entrenadora del curso de imaginación. El vestuario de María Elena González apoya a la actriz en estos cambios.

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