Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de marzo de 2003
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Editorial
 
LA PRIMERA SEMANA

sol-2Hoy se cumple una semana desde que el gobierno de George W. Bush ordenó los primeros ataques de la guerra en curso contra Irak. Lo que ocurrió el pasado 20 de marzo -es decir, los bombardeos aéreos iniciales contra Bagdad, en un intento fallido por descabezar al régimen iraquí y ganar la guerra antes incluso de empezarla- es, en realidad, el inicio de una nueva fase en una campaña de agresión sistemática de Estados Unidos contra Irak, campaña que se remonta al fin de la primera guerra del golfo Pérsico.

Tras una década de ataques aéreos regulares angloestadunidenses en el norte y el sur de la nación árabe -áreas unilateral e ilegalmente declaradas zonas de exclusión para la aviación y las defensas antiaéreas iraquíes-, la Casa Blanca decidió ir más lejos: deponer a Saddam Hussein y apoderarse, manu militari, de todo Irak. Con esa determinación tomada, el grupo gobernante estadunidense buscó el respaldo y la aprobación internacional para dar legitimidad política a la invasión, y conoció, en ese empeño, un primer fracaso estrepitoso. Con las vergonzosas excepciones de Inglaterra, España e Italia, más las autoridades de algunos países de octava fila, los gobiernos y las sociedades del mundo expresaron su rechazo a lo que es, con toda evidencia, una agresión militar criminal e injusta cuyos objetivos reales -el control del petróleo iraquí, las posiciones geoestratégicas en Medio Oriente y la obsesión competitiva del actual presidente estadunidense con su imagen paterna- resultan inconfesables.

Sobre esas bases diplomáticas y morales insostenibles, Bush y sus ayudantes emprendieron, hace una semana, la guerra en curso. Y al cumplir sus primeros siete días, la agresión armada contra Irak, a contrapelo de los planes y las versiones de Washington, no permite definir una ventaja clara para ninguno de los contendientes. Este solo dato, cotejado con la aplastante superioridad tecnológica, económica y numérica de las fuerzas extranjeras sobre las iraquíes, resulta un serio revés para el gobierno de Estados Unidos. Si Bush y sus empleados suponían que la población de Irak daría a los soldados un recibimiento de héroes y de libertadores, ya tendrían que ir ajustando sus percepciones a la dura realidad de los estadunidenses que vuelven de Irak en bolsas de plástico negro.

Hasta ahora las grandes victorias militares de los invasores han resultado ser meros buenos deseos del Pentágono, expresados por medio de CNN y demás corporativos de la información que han abandonado la ética periodística sin alcanzar siquiera la eficacia que se exige a un buen departamento de propaganda oficial. Hoy, a siete días de iniciado el conflicto, la credibilidad de los medios estadunidenses ha caído en picada a ojos de la opinión pública mundial. En estas pocas jornadas bélicas se han difundido tantas mentiras oficiales como en los meses que precedieron la invasión. Se ha inventado la toma de ciudades, se han dado por ciertas sublevaciones inexistentes y se ha atropellado la verdad y la independencia informativa en formas que recuerdan el desempeño de los periódicos oficiales soviéticos en tiempos de Stalin o las campañas de desinformación que ideaba Goebbels en la Alemania nazi.

Los perdedores absolutos en el conflicto son, sin duda, los civiles iraquíes asesinados por las fuerzas angloestadunidenses; los heridos; los que han debido abandonar los escombros de sus hogares; los que sobreviven sin agua ni alimentos ni energía eléctrica en los infiernos de Basora y Nasiriya; en suma, los iraquíes que ya no tenían nada que perder y que, sin embargo, siguen perdiéndolo todo. Es difícil imaginar que los deudos, los mutilados, los sobrevivientes y los damnificados del país árabe puedan albergar cualquier clase de gratitud para quienes llegaron a "liberarlos".

Ante los deprimentes y exasperantes saldos de la confrontación, y ante la indignación por la torpeza, la indiferencia y la insensibilidad de la diplomacia mundial, que no pudo detener esta barbarie, debe, sin embargo, señalarse un dato esperanzador: a lo largo de esta semana, las manifestaciones multitudinarias contra la guerra no han dejado de realizarse un solo día, y el bando social de la paz empieza a encontrar sus propios cauces cívicos y sus propias articulaciones mundiales. La vergüenza y la ira por la matanza que se está perpetrando en Irak han llegado incluso a los círculos gubernamentales de Londres y Madrid, y han colocado a Tony Blair y a José María Aznar en trances políticos difíciles, por decirlo de manera suave.

Otro fenómeno digno de mención en esta primera semana de hostilidades es que, con la incursión bélica, las fracturas políticas entre Washington y París, Berlín, Moscú y Ankara, entre otros de sus aliados, lejos de resanarse se han profundizado tal vez hasta puntos de no retorno. El aislamiento de Estados Unidos en la comunidad internacional es hoy mucho más marcado que el pasado 20 de marzo.

Para finalizar, Bush y sus colaboradores -estadunidenses, ingleses, españoles- vendieron a los capitales trasnacionales la fantasía de que apoderarse de Irak podría ser tarea de una o dos semanas. Ahora, cuando el destino militar y político de la agresión parece mucho menos claro que en el comienzo de la guerra, los intereses del dinero empiezan a pedir cuentas. Y es sabido que tales intereses son mucho más eficientes y fulminantes que Bush cuando se proponen inducir la caída de un gobernante.
 

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