Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de marzo de 2003
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Política

Soledad Loaeza

Inercias autoritarias

La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) ha enviado un mensaje al pueblo de México con motivo de las elecciones federales del próximo julio, en el que le reprocha al gobierno que carezca de "un proyecto claro de nación" (La Jornada, 26 de marzo de 2003). No es el único grupo que ha expresado esta queja. También los partidos de oposición, desde el PRI hasta el PRD, pasando por el PT, en repetidas ocasiones han exigido o han propuesto el diseño de "un proyecto de nación", al igual que muchos observadores y comentaristas que con este argumento se quejan de un gobierno vacilante que aparentemente no tiene rumbo.

Algunos pensarán que cuando tantos coinciden en un mismo señalamiento el problema debe ser real. Sin embargo, en este caso la crítica parece mal encaminada, porque la idea de que puede existir un solo proyecto de nación contradice muy a fondo la pluralidad política mexicana que todos disfrutamos tanto día a día y que es el sello de nuestra democratización. No hay más que comparar los encabezados de los periódicos que se publican en la capital de la República para constatar la existencia de corrientes políticas diferentes, visiones del mundo que reflejan distintas prioridades, sugieren soluciones diversas, imágenes en más de un caso encontradas, pero casi todas ellas reales, porque son un eco de nuestras heterogeneidades. En la actualidad los lectores de periódicos no sólo obtienen mayor información que en el pasado, cuando muchos titulares se elaboraban en la secretaría de la Presidencia. La diversidad ha estimulado la reflexión, el debate, la imaginación y, desde luego, la participación política. El reconocimiento y la articulación de nuestras diferencias en el pluripartidismo vigente no casa con la idea de un proyecto único, como el que reclaman los representantes extraoficiales de la nación.

Esta demanda revela una mal disimulada nostalgia por las imágenes que con mucho éxito difundió el México autoritario, el de la hegemonía priísta, que se aprovechó de la movilización de apoyo a la expropiación petrolera en 1938 para prolongar durante décadas los llamados a la unidad nacional en torno de todo tipo de temas. Era tan determinada la voluntad del grupo en el poder de afianzarse en la noción de que los mexicanos éramos un pueblo esencialmente unido y que nuestras posibles diferencias eran menores, que la historia oficial de la Revolución que narraban los libros de texto gratuitos hablaba de cómo los mexicanos habíamos luchado por nuestros grandes ideales contra un enemigo cuya identidad era casi abstracta, de tan vaga.

Una demanda como la que ha publicado el episcopado desconoce el gran acuerdo al que hemos llegado los mexicanos en los últimos años. Según las encuestas la mayoría creemos que la democracia es la mejor forma de gobierno posible; la mayoría también piensa que no hay democracia sin Congreso, y que tampoco hay democracia sin partidos políticos. Asimismo, la mayoría de los mexicanos está convencida de que el carácter distintivo de la democracia son elecciones competidas, libres y equitativas, y que éstas son la única vía legítima de llegar al poder. (Véase: Latinobarómetro, "Encuesta de actitudes hacia la democracia", agosto de 2002). Este acuerdo no es menor ni banal, en primer lugar porque resuelve el tema más delicado de todo régimen político: cómo se decide la sucesión en el poder; y en segundo lugar, porque de este acuerdo se desprende el único gran proyecto nacional posible, que consiste en la decisión de los mexicanos de gobernarse con las reglas de la democracia pluralista. Todo lo demás: las reformas fiscal, energética, educativa, laboral, es asunto de gobierno, por consiguiente son temas de los partidos que compiten por el poder, haciendo justamente propuestas distintas al respecto. Los electores votarán por la opción que más les guste.

La idea de "un proyecto nacional" tiene fuertes tintes autoritarios, porque supone la restricción de opciones para los gobernantes. En los años de la hegemonía priísta este era el sentido de muchas reformas constitucionales, cuyo propósito era orientar, limitar, las decisiones de política gubernamental, en el sentido del "gran proyecto nacional" que habían diseñado los "grandes mexicanos". Por otra parte, la acusación que se hace al gobierno del presidente Fox, de que carece de un proyecto nacional, es francamente injusta. Por ejemplo, más allá de la suprema inconsistencia de que un gobierno de Acción Nacional, que siempre criticó y rechazó al "Estado educador", utilice los recursos públicos para promover un proyecto educativo como el que se desprende de la Guía de padres. Esta decisión -y otras que nos han prometido- es consistente con muchos actos, gestos y palabras de la pareja presidencial y de sus allegados, que han puesto en pie una revolución conservadora cuyo eje es la reanimación del sentimiento religioso. ƑQué más quieren los señores obispos?

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