Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de marzo de 2003
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Economía

Orlando Delgado

Fin y principio

Desde hace tiempo el proceso de globalización económica ha demostrado que no es la mejor opción para producir desarrollo económico. Tampoco es, como se nos ha querido hacer creer, el resultado natural de un proceso histórico, sino se trata de un proyecto político. La globalización ha creado una economía verdaderamente mundial, en la que las diversas economías nacionales funcionan, en gran medida, a partir de las directrices producidas en las instituciones financieras y económicas internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Los tres ejes fundamentales del proceso han sido: la liberalización de los mercados, la privatización de las empresas públicas y la desregulación.

Este proyecto político basado en instituciones económicas globales no se ha planteado crear instituciones capaces de gobernar democráticamente el proceso. Las crisis siguen ocurriendo y golpeando a los países que se han incorporado a la globalización subordinadamente. Al mismo tiempo, otros países se han beneficiado de la globalización y, particularmente, las grandes empresas con presencia mundial han obtenido los mejores dividendos. No lo han hecho sólo con base en su desempeño económico, sino lo lograron incurriendo en prácticas corruptas en cada uno de los países en los que operan. Por eso, los resultados dependen de factores objetivos, del modelo mismo, de su desconocimiento y desprecio de las características locales, así como de factores subjetivos, los que dada su permanente presencia deben ser incorporados como una importante variable del proceso.

Las valoraciones del fracaso de las reformas neoliberales ocurren de manera cada vez más generalizada, no sólo en los foros contestatarios, sino incluso en el seno mismo de organismos financieros que han funcionado como promotores celosos de la ortodoxia globalizadora. En la reunión en Milán del Banco Interamericano de Desarrollo se ha reconocido abiertamente que la globalización "ha venido acompañada de un estancamiento o empeoramiento en la distribución de la renta en la mayoría de los países de América Latina". A las razones por las que el proceso globalizador no ha sido capaz de cumplir con los objetivos básicos que se había autoasignado se ha incorporado el reconocimiento de que, además de las "fallas de instrumentación", hay una reducción importante del margen de maniobra con el que operan unos Estados nacionales con muy pocos instrumentos para defender, si es que se lo plantearan, a sus propias poblaciones.

La pobreza y la calidad de la vida de los latinoamericanos no ha mejorado en los más de 20 años de vigencia de las reformas neoliberales, pese a que la riqueza que se ha generado en la región ha crecido. Este crecimiento, ciertamente, ha sido menor de lo que esperaban los impulsores de esas reformas, pero lo más trascendente es que los frutos de esa riqueza se han repartido inequitativamente. Los gobiernos locales no tienen capacidad para enfrentar empresas con mayores recursos que los del propio país, por lo que requieren el apoyo de instituciones globales con capacidad de controlar las consecuencias del proceso. Las instituciones existentes carecen de esa capacidad. Se pensaba que la ONU podría ser el germen de un gobierno global, pero los acontecimientos recientes han demostrado que para los verdaderos impulsores de la globalización, el eje belicista británico-estadunidense, esa posibilidad no existe.

Para ellos, la ONU sólo sirve si se subordina a sus requerimientos, lo mismo que la propia OTAN. Rechazan el multilateralismo tanto en cuestiones estratégicas, como lo señala acertadamente Michel Rocard (Un espoir sur le volcan, Le Monde 14/3/03), como en materia climática, para el establecimiento de límites a los paraísos fiscales, para el control de los flujos de capitales, por supuesto en el control de los armamentos, en el uso de reglas equitativas al comercio mundial, mucho menos en el reconocimiento de la Corte Penal Internacional.

Por ello, si antes era claro que se requería un gobierno mundial para controlar el proceso económico globalizador, ahora es incuestionable su pertinencia y necesidad para controlar al imperio. Terminó la primera parte del siglo XXI, el que -según Eric Hobsbawm- empezó con la caída del muro de Berlín en 1989, y tendrá que iniciar otra en la que el centro sea la construcción de las instituciones globales que la humanidad demanda.

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