Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 6 de marzo de 2003
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Mundo

Angel Guerra Cabrera

Guerra y democracia

Francia, Rusia (miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU) y Alemania rechazaron ayer en una declaración conjunta sin precedentes, con el respaldo de China, el proyecto de agredir a Irak de los nazis de Washington. Ello frena por ahora el intento de lanzar la guerra con la complicidad de la ONU y coloca a George W. Bush y Tony Blair ante la disyuntiva de emprenderla sin viso alguno de legitimidad, con el desprestigiado José María Aznar y otros títeres como comparsa, o -lo que parece menos probable- posponerla e intentar más adelante quebrar la oposición de esas potencias a una acción que busca esclavizar al mundo al riesgo de conducirlo a una conflagración mayúscula.

La agresión no se propone sólo colonizar Irak, el objetivo inmediato, de suyo moral y jurídicamente inadmisible. También intenta una solución final a gusto de Ariel Sharon para los palestinos, aplastar toda traza de rebeldía e independencia de los pueblos árabes despedazando el mapa actual de la región, e inaugurar para todas las naciones una era en que la superioridad militar de Estados Unidos impere como árbitro exclusivo de los asuntos internacionales. No es difícil -aunque quita el sueño- imaginar la cadena incontrolable de explosiones sociales, acciones suicidas y conflictos bélicos que puede provocar una humillación de los pueblos árabes e islámicos, como la que está en marcha. Aumentaría el peligro de un enfrentamiento con armas nucleares entre India y Pakistán por Cachemira y no es exagerado suponer probables derivaciones a otras regiones del mundo, como la península coreana, donde exacerbaría el riesgo de un conflicto bélico de signo imprevisible.

Ninguna guerra en la historia moderna, como ha afirmado Noam Chomsky, ha me-recido un mayor rechazo universal antes de iniciarse. Mídase por encuestas o por manifestaciones populares la opinión pública en el mundo la condena vehementemente, incluso en los ex estados socialistas del centro y este de Europa ahora dócilmente encaramados al carro bélico, entre cuyas elites políticas -por cierto- tantos suspiraban des-de bastante antes del derrumbe por suplantar con la de Washington la tutela de Mos-cú. Aunque atados a Estados Unidos por los férreos lazos de la dominación imperialista, una mayoría de gobiernos de los países po-bres y subdesarrollados también se opone a la vía militar contra Bagdad, cuando no de forma individual al suscribir los pronunciamientos colectivos de agrupaciones como los No Alineados, el Caricom y la Liga Arabe. En Turquía, tradicional aliado de Estados Unidos, la aplastante presión popular ha hecho que el Parlamento niegue al gobierno el uso del país como trampolín de la agresión.

El sentimiento antibélico es abrumador en los países árabes, africanos, europeos, asiáticos, latinoamericanos, caribeños y de Oceanía. Talante que se extiende a una parte significativa de la población en Estados Unidos, pese a la complaciente incondicionalidad y la vulgar actitud xenófoba de los medios de difusión, incluidos el New York Times y el Washington Post, convertidos en propagandistas a ultranza de la guerra que se lanzan al cuello de quien la censure. La disensión llega hasta el establishment, donde numerosos políticos, jefes mi-litares y ejecutivos de corporaciones comprenden -aunque pocos lo expresen públicamente- las graves consecuencias que puede acarrear al propio sistema imperialista yanqui esta guerra, el único y obsesivo proyecto de la administración Bush aparte de suprimir impuestos a los ricos y desmantelar programas sociales.

El partido de la guerra está cada vez más aislado y si Francia, Rusia, Alemania y Chi-na mantienen su postura actual acaso pueda frenársele, siempre que la movilización po-pular continúe y añada la desobediencia ci-vil -como ha propuesto Naomi Klein- a las marchas multitudinarias, que no deben cesar. Algo muy valioso está dejando este episodio y es el renacimiento de la solidaridad internacional a escala de la sociedad global y la evidencia de que los pueblos no pueden confiar más su destino a funcionarios electos, en el mejor de los casos, por el rito formal y manipulado de la democracia meramente electoral. Si el derecho al sufragio universal hubo que arrancarlo a la burguesía con ingentes y prolongadas luchas sociales -algo que se nos oculta sistemáticamente-, ahora se trata de conquistar el mucho más sustantivo derecho de los gobernados a objetar las guerras de agresión y a decidir efectivamente sobre los asuntos de interés público.

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