Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 10 de noviembre de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

Hable con ella

Hable con ella es una historia sobre la amistad de dos hombres, sobre la soledad y la larga convalecencia de las heridas provocadas por la pasión, dice Pedro Almodóvar. El decimocuarto largometraje del realizador manchego es también una de sus obras más redondas. Posee la gravedad de Matador y su misma referencia taurina; el registro de una desoladora incomunicación masculina, como en La ley del deseo; y la emoción contenida, el desgarramiento en sordina, de Todo sobre mi madre.

El título. Un enfermero voluntario, peluquero de profesión, Benigno (Javier Cámara) atiende a Alicia (Leonor Watling), una joven en estado de coma después de un accidente automovilístico. Está enamorado de ella, le platica y le cuenta películas. En otra habitación, otro hombre, Marco (Darío Grandinetti) atiende a Lidia (Rosario Flores), su amante torera, igualmente en coma, a consecuencia de una faena trágica. Benigno aconseja a Marco se sincere con su amante: "Hable con ella, cuénteselo". "Sí, ya me gustaría, pero ella no puede oírme", le contesta Marco. "El cerebro de las mujeres es un misterio, y en ese estado, más", concluye el enfermero.

Abdicación de la testosterona. En pocas cintas ha sometido Almodóvar a sus personajes masculinos a un escrutinio emocional tan sostenido. Es conocida la destreza del cineasta para filmar a sus actrices, convertidas luego en figuras emblemáticas, casi fetiches: Carmen Maura, Victoria Abril, Cecilia Roth, Julieta Serrano, Rossy de Palma. En Hable con ella, los hombres lloran desde la primera escena, se libran a confesiones desgarradoras, establecen entre sí vínculos inesperados de solidaridad y de ternura, exhiben debilidades, solicitan afecto, mendigan cariño; son sorpresivamente los suplicantes, los que acechan tímidamente detrás de las ventanas, los que aguardan desconsolados, a orillas de un lecho de hospital, una reacción, una palabra balsámica, de la mujer en estado de ausencia. El macho huérfano, el hombre desvalido y derrotado, como sólo se recuerda en algún western crepuscular o en un drama de Elia Kazan estelarizado por James Dean, imagen límite de la virilidad devastada.

Hable con ella no es una comedia, aunque tiene formidables hallazgos visuales, muy humorísticos. Benigno cuenta a Alicia El amante menguado, la película española muda que vio la víspera en la Filmoteca, y Almodóvar la presenta como un corto insertado en la trama. Parodia de El hombre increíble, film fantástico de Jack Arnold, el amante en cuestión se vuelve tan diminuto que muy pronto escala los senos de la mujer deseada y se pierde, deglutido, en la vagina que ocupa toda la pantalla. Esta fantasía, más próxima del pánico de castración que de cualquier gratificación erótica, es un momento afortunado. Del registro cómico se transita elegantemente al desbordamiento dramático. No a la violenta catarsis de un Marlon Brando injuriando el cadáver de su mujer en El último tango en París, y sí al reconocimiento melancólico, apenas confesable, de que la pérdida amorosa semeja de algún modo un estado comatoso, cuando no el presentimiento de una muerte. Almodóvar confunde el fracaso sentimental con el estado vegetativo, el traumatismo de un accidente con el trauma de una virilidad amenazada por el asedio amoroso, atendido a destiempo, inútilmente, como en todo gran melodrama.

Como en una película de Douglas Sirk, Lo que el cielo nos da, Benigno es, desde su nombre, una figura de la sanidad y la devoción. El oficia, involuntariamente, un misterio de la renovación vital, un milagro verdadero. El cineasta hace el elogio de la amistad que se construye en el pasmo compartido frente al misterio femenino. Las mujeres seducen aquí, del cartel a la pantalla, del oficio de torera (Lidia, nombre elocuente) al arte de la danza (Alicia), del dinamismo a la postración, y seducen, a un tiempo, por la armonía de sus movimientos y por su propia majestuosidad estática. Esta historia de amistad y de pasiones calcinadas figura entre las mejores obras de Almodóvar, por más que sorprenda el ritmo sosegado de su madurez creadora, o la ausencia de sus clásicas "chicas" en desenfreno verbal incontenible --resabios de una "movida" madrileña ya lejana.

Melancolía y desgarramiento pasional. "Dicen que por las noches nomás se le iba en puro llorar", Caetano Veloso canta Cucurrucucú paloma y en su letra va la sinopsis de la trama; la bailarina Pina Bausch avanza ciega, en Café Muller, contra obstáculos que se derriban a su paso, levantándose de nuevo en otra parte, así interminablemente. Almodóvar elige estos momentos artísticos como metáforas e ilustraciones de la pasión amorosa por venir, o de su recuerdo adolorido. Rosario Flores, revelación almodovariana, es hija de la "faraona" Lola, y no desmerece un instante la vinculación sanguínea. Tampoco traiciona el realizador manchego su promesa de realizar películas nuevas que no se parezcan ni a la anterior ni a la siguiente, excepto en un aspecto, capital: la excelencia artística --expresada una vez más, parejamente, en el contenido y en la forma.

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