Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 2 de noviembre de 2002
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Cultura

Jorge Timossi

Vivir para contarlas

Un escritor del talento de Gabriel García Márquez vive cada una de sus palabras, pero al mismo tiempo tiene sus preferidas, las que le salen del alma, palabra esta última que se registra con fervor en las estremecidas 579 páginas del primer tomo de sus memorias, Vivir para contarla. Y en cuanto me cayó del cielo este libro tanto me perturbó el placer de su lectura que no pude sobreponerme a una obsesión que me asignó desde la portada, en la que un niño -Gabito- nos mira con ojos atónitos: subrayar y contar esas palabras enamoradas que sólo puede reiterar un escritor enamorado de ellas. Es decir, mi lectura fue una forma de vivir para contarlas.

La verdad es que en el primer capítulo alma aparece una vez; tres en el capítulo cuatro; dos en el cinco; cuatro en el seis; cinco en el siete, y otras cinco en el último. Y estoy seguro que algún alma se me extravió por el camino o se fue a vivir en el cuerpo de un mejor lector.

Y ya que hablo de vivir o de vida: estas palabras -cuáles mejores- se repiten desde el título hasta el final alrededor de 46 veces. El reverso, la muerte -a puro balazo o por efecto de la risa- morirse o matanza pueden leerse en cerca de 115 oportunidades, un buen número para quien escribió Crónica de una muerte anunciada.

Entre tantas vidas y muertes era lógico que en sus recuerdos se pasearan, puntuales, los fantasmas. Conté con exactitud 13 -si es que no se disipó alguno frente a mi vista-, número cabalístico que con seguridad calculó a mano alzada el escritor.

De todo ello también es normal que se desprendan -soy yo el que desprendo- las incontables veces que el Gabo escribe, y en todas sus acepciones, pavor, miedo, terror, susto y espanto.

Las palabras silencio y fragor tienen un tratamiento tan especial como en sus relatos y novelas: el silencio se siente y repite en García Márquez como letal, y elemento insustituible de la tensión narrativa y el drama, mientras que la antónima fragor se puede escuchar, cuando uno la lee con la precisión utilizada por él, hasta en otro mundo.

Por supuesto amor se reitera en forma constante, lo que no podía ser de otro modo en el autor de El amor en los tiempos del cólera, y también esas palabras que están siempre tan cerca de aquélla: soledad, desolación, solitario.

Puedo continuar con los famosos almendros (sólo en la página 31 los recuerda tres veces) que a veces tiñe con un óxido -enlazado con el óxido que corroe al poder y que instala en los techos de zinc con la magia a la que nos tiene acostumbrados.

A esa palabra, magia, quería llegar para acaso desembrujarme de su uso en todo el libro: mágico, mago. A partir del segundo capítulo enumeré 18, y eso que no las combiné con una que con poco esfuerzo puede considerarse de la familia: milagros.

Permítaseme explicar ahora por qué hice este conteo en las memorables memorias -su estilo es muy pegadizo e invita a la imitación, y hay casos memoriosos que es mejor olvidar. Porque en Vivir para contarla hay muchas lecciones para cualquier escritor, ya sea avezado o iniciático. Por ejemplo, en la página 420 dice: ''Soy muy sensible a la debilidad de una frase en la que dos palabras cercanas rimen entre sí, aunque sea en rima vocálica, y prefiero no publicarla mientras no la tenga resuelta". Pues bien, otra de sus grandes lecciones yo las encuentro en su arte mágico y milagroso -demostración de que sus palabras se le pegan a uno- de la reiteración. Fidel Castro escribió para la salida de este libro que admiraba a su amigo porque cuando no encuentra la palabra exacta ''tranquilamente la inventa". Sí, en efecto es así. Pero además, y con mayor frecuencia y fruición, García Márquez se regodea en la repetición, no busca sustituir la palabra única y exacta por un sinónimo perdedor y frustrante.

En este caso abundan los ejemplos maestros que deben ser sumados a los que ya conté. En la página 407 dice a propósito: ''Vivía en el centro histórico en una casa histórica de la histórica calle de Tablón..." Otro en la 455: se repite cantar, canciones, cantos, cantara y cantaba siete veces y seis en la página siguiente. Lo mismo ocurre en la 493 con seis de las mismas. Creo haberle leído o escuchado alguna vez su absoluta desconfianza en los sinónimos escuálidos o inútiles.

Esta es la suprema razón, aunque no la única, por la que escribí ''Vivir para contarlas''. Sólo tengo el temor, el pavor, de que el Gabo me lance el fantasma de uno de sus fragorosos anatemas.

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