Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 13 de octubre de 2002
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Cultura
Veinte años de la muerte de Glenn Gould

Pudo haber sido relojero o astrónomo, pero fue pianista

Legó 97 trabajos discográficos y los textos contenidos en una antología compilada por Tim Page

CESAR GÜEMES

Si Glenn Gould no hubiera sido pianista, habría sido relojero o astrónomo o doctor en biología molecular: cualquier profesión que lo alejara del contacto con grandes grupos humanos. Pero fue pianista, necesariamente polémico, visto sobre el hombro por los críticos afectados y seguido con legítimo afán por los cientos de miles de escuchas que agotan sin descanso los 97 trabajos que se encuentran reunidos hasta ahora en el catálogo de Sony-Classical.

Cincuenta años y nueve días vivió el canadiense Glenn Gould, de quien a lo largo de este mes se conmemora el vigésimo aniversario de su muerte, ocurrida el día 4 de octubre de 1982 en Toronto, ciudad que lo vio nacer en septiembre del 32.
gould
Reservado, lacónico, gatuno, concedió muy escasas entrevistas, pero dejó por escrito una enorme cantidad de respuestas. De modo que a 20 años, así como puede escuchársele tocar el piano, puede "entrevistársele" en virtud a textos como los contenidos en The Glenn Gould reader, antología compilada por Tim Page, de la que aquí ocupamos la magnífica traducción de Armando Roa, y de su ensayo Imitación y falsificación en el proceso creativo, traducido con enorme cuidado por Elvio Gandolfo para Grand Street.

Solitario vocacional, su oficio de músico lo llevó por necesidad al contacto con el público. Así explica la forma de solventar esta aparente contradicción: "Tengo la oportunidad de meditar sobre la relación del aplauso con la cultura musical y he llegado a la conclusión, con la mayor de las seriedades, de que una de las medidas más salutíferas de nuestra cultura contemporánea sería la eliminación gradual, aunque completa, de la respuesta del público. Mi opción por este camino radica en la creencia de que la justificación del arte es la combustión interna que suscita en el corazón de los hombres y no en sus manifestaciones públicas, huecas y exteriorizadas. La finalidad del arte no es incitar momentáneas expulsiones de adrenalina sino, al revés, servir de plataforma progresiva, a lo largo de toda una vida, para levantar estados de admiración y serenidad.

"Los efectos de esta introversión han sido beneficiosos para el conjunto de nuestra cultura. Nunca antes han invadido nuestros cuartos Ockeghem y Costeley en compañía de un Chopin o un Liszt. Nunca, con anterioridad, Gesualdo ha debido competir con Schubert para ganar nuestra atención. Tampoco un compositor de música electrónica deberá ahora, para enseñarnos la descripción pormenorizada y exacta de sus intenciones, recurrir a la afectación narcisista de un intermediario. Así, entonces, si se ha conseguido en una generación este grado de audición condicionada, en la próxima generación se dará un paso adelante, llevando la introspección al interior de las salas de conciertos y del teatro. Hay quienes, por cierto, defienden la idea de que sólo en la sala de conciertos, sólo con la comunión directa de artista y auditor, podemos experimentar el drama superior de la comunión humana. La respuesta a esto, en mi opinión, es que el arte, en su más elevada misión, es apenas algo humano".

¿El James Dean de la música clásica?

En su momento y de forma posterior a su muerte ha sido considerado, quizá en un exceso, el James Dean de la música clásica. Gould afirma, en cuanto a las relaciones entre creatividad, asimilación y rebeldía lo siguiente: "La invención es el otro factor del proceso creativo de ornamentación, de suministrar a un artículo ya existente cierto pequeño realce del que antes había carecido o que, tal vez con más precisión, no había tomado como necesario. La relación entre la imitación y la invención es, en términos generales, de estrecha armonía. Sin imitación, sin la asimilación consciente de los puntos de vista anteriores, la invención no tendría base. Sin el impulso de la invención, el deseo de complementar, de realzar, la imitación, el impulso de redistribuir, carecería de fuerza motivadora. Es obvio que el rebelde, el anarquista, el beatnik esperará lograr una relación invención-por-sobre-la-imitación más alto que el conservador, que se contentará con reordenar las facetas del caleidoscopio cultural que ya admira con apenas un atisbo de ornamentación inventiva aquí y allá. Pero incluso la disposición anárquica del temperamento beatnik groseramente rebelde sostendrá una preponderancia de la imitación en el diseño creativo. Sólo tenemos que examinar los textos fláccidos del señor Jack Kerouac o las pesadas meditaciones del señor Henry Miller para advertir qué poco tiempo es necesario para que el rebelde de ayer se retire a la senilidad del ateo de aldea de hoy. No es accidental que aquellas obras de arte que recurren con deliberación a los gustos y problemas especializados de su propia época sean las que quedan anticuadas con mayor rapidez. Carreras enteras, la de George Bernard Shaw es una, pueden quedar en peligro debido al impulso del artista de dirigirse a su público en términos conscientemente contemporáneos".

Respecto del proceso creativo y la forma en que los artistas lo describen, Gould fustiga con severidad: "Ocurre con frecuencia que por cierto milagro de la creación que está más allá de todo cálculo, un artista es poseído por enormes dones creativos, pero estos no son acompañados por la menor capacidad de articularlos. De allí el tipo de artista que habla sobre 'rupturas', 'momentos de revelación de la verdad' y 'locos cielos azules'. Estas expresiones violentan las explicaciones más meditadas del proceso creativo y harían mal salvo por el hecho de que como provienen de artistas, nadie les presta mucha atención de todos modos".

Luego de semejantes reflexiones, es perfectamente lógico que Glenn Gould, quien gustaba de tararear a Bach mientras lo interpretaba al piano, diga por último, con todo el derecho que le da el trabajo que dejó grabado: "En lo que se resume esto no es en que tenemos una consideración especial por la antigüedad, ni en que estamos convencidos de que los buenos viejos días eran mejores y no volverán, sino más bien en que hemos llevado a nuestra toma de decisión crítica las ideas del perfeccionismo científico. Hemos pedido prestada al mundo científico la idea de que las cosas mejorarán a medida que el mundo envejezca y toda nuestra cháchara sobre la moda y la puesta al día en arte no es más que una sublimación bastante obvia de esta idea".

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