ENTREVISTA /GLORIA
CONTRERAS, DIRECTORA DEL TALLER COREOGRAFICO DE LA UNAM
Crece el amor a la danza, pese a prejuicios en clases
altas
El maridaje música-danza es un rasgo inmanente
en las coreografías de Gloria Contreras, y de su diálogo
con la partitura ''surge lo que el bailarín transmitirá al
público y cuando éste contesta, se da la unión que
rompe la soledad, eso es el arte''
ROSARIO JAUREGUI NIETO
Sus obras reflejan el perfecto maridaje que Gloria Contreras
ha entablado desde siempre entre dos artes: la música y la danza.
Explica: ''La partitura es mi camino hacia el compositor, pues por medio
de ella lo conozco profundamente, platico con él, entiendo sus ideas
y éstas tienden a ayudarme, a decirme: 'mira todo esto puedes hacer'.
De ese diálogo surge lo que el bailarín transmitirá
al público, y cuando éste contesta, se da la unión
que rompe la soledad, eso es el arte".
Para la directora del Taller Coreográfico de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (TCU), que
inició hace unos días su temporada 68, ''el músico
es el factor que me da la estructura de la obra, las transformaciones,
el desarrollo, el clímax. Hay vivencias que entran en la creación,
que se hace para los bailarines. Se provocan para que no sean meros fantasmas,
que no sean mecánicos, sino que colaboren con su espíritu
para que la obra pase al público. Sólo si el bailarín
es artista y proyecta su interior, el espectador responde con su espíritu".
George Balanchine, músico, coreógrafo y
bailarín, con quien Gloria Contreras trabajó seis de los
14 años que vivió en Nueva York, y a quien está profundamente
agradecida, le enseñó que lo más importante es trabajar
con una partitura: ''Si vas a hacer una composición dancística,
debes conocer la música tan bien como el autor. Sólo dos
de mis obras, El mercado y Huapango, las compuse de oído,
pero después jamás volví a trabajar sin partitura".
El enamoramiento por la música y la danza surgió
cuando era muy pequeña: ''Desde que tenía tres años,
me contaban mis padres, escuchaba música y bailaba, primero con
la radio y después con los discos de mi papá. Posteriormente
estudié piano y violín, y bailaba en las fiestas de la iglesia
y la escuela". Pero llegó el momento de elegir entre ser violinista
o bailarina y optó por la danza: ''Era jovial y más llena
de luz". Quizá influyó, dice, que los otros niños
''se burlaban de mí al verme con mi violín y que mi maestro
fumaba puro. Ese olor no me gustaba".
Su voluntad es férrea y su creatividad inagotable
(miles de funciones en 32 años del TCU y 160 obras). Es una mujer
cálida, de voz dulce, y su mirada viaja al infinito cuando habla
de sus amores, de sus compositores: Bach, Stravinsky.
''Bach, el maestro -exclama-. Sebastian siempre compuso
para Dios, creía en él, lo amaba. Componía con fervor,
con amor, y esto trasciende en su obra. Son obras con verdad, no hechas
comercialmente. Este espíritu le da a la danza una fuerza maravillosa.
Es un extraordinario compañero."
De Stravinsky, recuerda: ''Lo conocí en Nueva York.
Lo respeto como un maestro porque él enseñó muchas
cosas a Balanchine, que él me transmitió. Es básico
para la danza, porque lo más importante de él son sus ritmos.
Te da una perenne transformación del movimiento, porque jamás
se repite''.
-¿Mozart?
-El encantador, el perfecto. Es prodigio, la armonía.
Es de una belleza constante e inigualable. No admite improvisaciones, exige
transparencia y perfección, para el bailarín es duro. Es
la porcelana. Tengo pocas obras, Misa en Do (Redención),
Réquiem..., pero trascendentes.
-¿Beethoven?
-(Suspira) Sus cuartetos, sobre todo los últimos
que escribió son la poesía. Beethoven exige más emoción.
-Respecto de su otro amor, la danza, ¿ha desarrollado
una técnica?
-La técnica es un medio no un fin; es el medio
para tener un cuerpo flexible y movible, para no lastimarlo y tener control
sobre él. Yo invento la danza, no me sujeto al academicismo clásico,
a repetirlo. Se tiene que inventar el movimiento que pide la música.
El clásico me sirvió, y sigue sirviendo, pero no lo uso siempre,
en muchos de mis ballets es mi generación de movimiento la que prevalece.
El cuerpo que se educa con el clásico tiene una gran posibilidad
de variación en el escenario y de ahí surgen Arcana,
Integrales, Guantanamera, todas obras contemporáneas. El
clásico es la base para dar paso al movimiento, a la libertad.
Uno de los muchos méritos que se le han reconocido
al Taller Coreográfico es formar un público en México
para la danza, al respecto expresa: ''Es estimulante, pues el que asiste
al teatro Calos Lazo (una de las sedes) no es el que va elegantemente a
lucir una piel o a conseguir un novio, sino va a ver danza. Es gente joven,
legítima, inteligente".
-¿La mentalidad hacia la carrera ha evolucionado?
-El prejuicio es menos duro que cuando empecé a
estudiar (incluso tuvo que abandonar, por ese motivo, la casa de sus padres),
pero existe, sobre todo en las clases altas. La Compañía
Nacional de Danza y el TCU han hecho muchos esfuerzos para fomentar una
cultura en ese sentido. Sobre todo el taller, por medio de la universidad,
ha cambiado la mentalidad, porque hay una admiración genuina de
los estudiantes al trabajo del bailarín. Han sido muchos los jóvenes
que han visto las funciones y que le dirán a sus hijos: ''baila''.
El contacto con la UNAM fue afortunado. ''Vine a México
con una obra sobre la matanza del 2 de octubre (se le nubla la mirada),
al verla Héctor Azar me dijo que me quedara en México. Me
aconsejó ir a la UNAM, que propusiera un proyecto no oneroso y lo
hice: propuse una compañía como la que tenía en Nueva
York (México lindo). Se abrió la posibilidad de regresar
a México y dar a mi país mi trabajo. La UNAM me ha dado la
libertad de crear".
-¿La danza ayuda a crecer como ser humano?
-Enseña a ser valiente, puntual, exigente, a que
el sufrimiento es parte del desarrollo. No se crece simplemente en una
sonrisa, muchas veces en el llanto te desarrollas. Da entereza ante la
adversidad.
La temporada del Taller Coreográfico de la UNAM
se inició la semana pasada y se realiza los viernes en el teatro
Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura, en Ciudad Universitaria, donde
la entrada es gratuita, y los domingos a las 12:30 horas en la Sala Miguel
Covarrubias, del Centro Cultural Universitario, en Insurgentes Sur 3000,
donde el boleto para el público general cuesta 40 pesos, y para
estudiantes y trabajadores de la universidad y personas con credencial
del Insen, 20 pesos. Los estrenos para esta temporada son ''un Bach (Concierto
en La menor) muy amable, bello, alegre, difícil de ejecutar,
pero lindo", y Cuadros de una exposición, con música
de Modesto Mussorgsky.