Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 24 de septiembre de 2002
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Política
REPORTAJE /POLITICA EXTERIOR

"Cobrar y discrepar", la tónica de su gestión como embajador

Pascoe, objeto decorativo bajo el sol de La Habana

Usado por el gobierno foxista para dar una apariencia de pluralidad, el político perredista nunca tuvo poder real como representante de México ante Cuba. La línea de ruptura con el gobierno isleño siempre estuvo bajo control del canciller Jorge G. Castañeda

BLANCHE PETRICH

Cuando el foxismo llegó al poder, el PRD, principal fuerza de izquierda en el país, resolvió que sus dirigentes y militantes no debían aceptar cargos en el nuevo régimen, caracterizado como de derecha. Pero uno de sus dirigentes, Ricardo Pascoe, desafió esta postura. Después de consultar -según dijo- "únicamente con Amalia García", entonces presidenta nacional del partido, y obtener su anuencia , Pascoe aceptó una oferta de quien se decía su amigo, Jorge G. Castañeda: el nombramiento de embajador del "nuevo México" en Cuba.

El gusto no le duró mucho. Aunque permaneció un año ocho meses en el cargo, al poco tiempo de haber llegado a La Habana empezó a ser evidente que el perredista no pasaba de ser un elemento decorativo, botón de muestra del supuesto ánimo plural del gobierno. Desde marzo, antes de que se realizara la cumbre de Monterrey, la orden de su relevo espera en algún cajón de Tlatelolco el momento adecuado para hacerse efectiva. Ese mo-mento llegó ayer

Sin renunciar a su partido y en medio de una sorda polémica dentro de él, Pascoe marchó a La Habana los primeros días de enero de 2001

Asegurando, contra todo pronóstico, que su misión era "que la amistad entre los dos países vuelva a florecer", después de que la política del último presidente surgido del PRI, Ernesto Zedillo, llevara la relación bilateral a niveles de enfriamiento sin precedentes.

Durante algún tiempo y a pesar de que las evidencias lo desmentían paso por paso, Pascoe aseguraba que el objetivo de la política exterior mexicana era mantener un espacio de interlocución privilegiado con el go-bierno de Fidel Castro, algo que -decía- resultaría invaluable para que México pudiera jugar un rol importante en la no muy lejana hora de la transición postcastrista. Su hipótesis no se sostuvo ni un mes.

Deterioro acelerado

Desde entonces se han acumulado, una tras otra, las anécdotas que ilustran la falta de entendimiento y comunicación de Pascoe con sus superiores en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). Fueron casi dos años de "cobrar y discrepar", como describe un funcionario de la cancillería la gestión de Pascoe. De hecho, mientras el perredista ocupó la mansión de la representación mexicana en La Habana, cien años de relaciones sostenidas entre los dos países entraron en una fase de deterioro acelerado hasta el punto de llegar, en abril de este año, a un clima cercano a la ruptura.

Nada ha sido accidental. Este proceso es parte de un diseño programado por el canciller Castañeda, para quien Cuba -ahora se sabe-"es como cualquier país africano", según una frase pronunciada en la tormentosa reunión sostenida recientemente con senadores del PRD.

Pero el relevo de Pascoe -postergado hasta estas fechas- no sólo se debía al desparpajo con el que solía contradecir la política anticastrista de la SRE. Al final, los bandazos del embajador terminaron por averiar su propia ca-pacidad de interlocución con el presidente Fidel Castro.

Durante los primeros días de febrero de este año, durante la visita de Fox a Cuba, los reporteros que cubrieron el viaje pudieron constatar que el embajador Pascoe no tenía ya ni voz ni voto en el trato entre los dos países. Fue en ese momento cuando se empezó a dibujar sin equívocos la línea de ruptura ideada por el canciller Castañeda. En aquellos momentos no se supo, pero meses más tarde fue revelado por Fidel Castro que ya desde la visita de Fox a La Habana el gobierno mexicano llevaba la intención de excluir al mandatario cubano de la cumbre de la ONU sobre el financiamiento para el desarrollo que en menos de dos meses tendría lugar en Monterrey.

Más aún, el clima de aparente cordialidad que marcó ese viaje fue envenenado con la reunión organizada entre algunos líderes de la disidencia y el mandatario mexicano en la misión diplomática. Pero Pascoe no estuvo ahí, ni siquiera como invitado de piedra.

Como tampoco estaba en su sitio el día en que, desde Miami, ante decenas de representantes de las organizaciones más ultras del anticastrismo, Castañeda declaraba "abiertas las puertas de México" para quien quisiera. En cuestión de horas, las palabras del canciller provocaron la ocupación de la embajada mexicana en La Habana por un grupo que intentó emigrar por esa vía forzada. Eran los últimos días de febrero y la breve carrera diplomática de Pascoe se precipitaba a su fin. Por principio de cuentas, el día de la ocupación el jefe de la misión no se encontraba en Cuba, sino en un viaje personal en Ohio. El subsecretario de Re-laciones Exteriores, Gustavo Iruegas, fue enviado a La Habana a manejar el incidente.

Pero una vez desalojada la sede, con Iruegas de regreso a México, Pascoe no resistió la tentación de tomar las riendas del asunto, al menos en apariencia, e hizo declaraciones totalmente fuera del guión. Aseguró que México le había demandado al gobierno cubano que el desalojo se realizara en forma pacífica y con policías desarmados y que no se presentaran cargos en contra de los ocupantes de la embajada. Esta vez no fueron los superiores de Pascoe los que saltaron, sino el propio Castro. Punto por punto, el mandatario cubano desmintió al embajador: "nadie puede decirle a nuestros hombres que vayan sin armas. Nadie tenía que pedirnos eso, como si nosotros fuéramos unos esbirros".

Al día siguiente, 6 de marzo, Pascoe y Castro debían estar juntos en un acto protocolario, en el palco principal del estadio de beisbol, para asistir a un partido conmemorativo entre In-dustriales y Diablos Rojos. El presidente de Cuba ni siquiera volteó a ver al representante de México.

A partir de ese momento se desencadenaron graves incidentes, escalando un conflicto que no ha visto aún su desenlace.

Rumbo a la ruptura

La cumbre de Monterrey -a la que por cierto Pascoe no fue convocado- marcó de manera indeleble la historia de esta relación bilateral. Primero fue el menosprecio con el que el gobierno de Fox trató a la delegación cubana en el encuentro de presidentes en el norte de México, los días 21 y 22 de marzo. Después de intentar infructuosamente que Fidel Castro no ejerciera su derecho de asistir a una asamblea de la ONU, Fox quiso acotar al máximo su presencia para complacer a su amigo George W. Bush. Cuando los dirigentes mexicanos negaron las presiones y le exigieron pruebas a Castro, el líder cubano optó por ventilar públicamente el caso.

Después fue el papel del gobierno mexicano en la asamblea anual de la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra, donde Estados Unidos suele promover año tras año una condena contra Cuba entre sus más fieles aliados. Este año la cancillería coqueteó durante algún tiempo con la posibilidad de presentar una iniciativa propia. Finalmente se adhirió a la propuesta anticubana de Uruguay. En La Habana el voto mexicano fue calificado de traición.

El 22 de abril, desde La Habana se decidió escalar un punto más la tensión y el presidente Castro divulgó la conversación telefónica que sostuvo con Fox la víspera de la cumbre de Monterrey, con el ya clásico refrán de la antidiplomacia: "co-mes y te vas". Apareció entonces, por primera vez en la historia de la relación entre los dos países, la palabra ruptura. En medio de la tormenta por el traspié diplomático del gobierno mexicano.

En este punto de extrema crispación se ha mantenido el trato entre los dos países. Sobra decir que en ese escenario el perredista Ricardo Pascoe no ha tenido un solo parlamento desde que en marzo fue guardado en la congeladora de Tlatelolco. Hasta le prohibieron festejar el Grito el 15 de septiembre.

La semana pasada salió de la congeladora, relampagueante, para ser acusado de desvío de fondos, calificado de "pezecillo de colores", y brevemente reivindicado con una pintoresca e insustancial disculpa. Ahora sólo se espera que empaque y por órdenes de la cancillería deje la embajada en La Habana, que ocupó con pena y sin gloria durante un año y ocho meses.
 


El hasta ayer embajador de México en Cuba, Ricardo Pascoe -abajo a la derecha-, quedó atrapado en el conflicto entre los gobiernos de Vicente Fox y Fidel Castro, promovido por el canciller Jorge G. Castañeda FOTOS JOSE CARLO GONZALEZ, AFP Y MARCO PELAEZ 

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